Sofá de arena

De un sobre salto, mis ojos ordenan una apertura presta a los párpados, mientras que, a su vez, mi cuerpo es llevado desde una postura horizontal a una en vertical, completamente erguida. Tras dos segundos de intensa mirada a la nada, estando yo insconsciente y somnolienta, tomo posesión consciente de mi cuerpo, apoyo los codos, produciéndome una clavante sensación en las rodillas, apoyando las manos en mi frente y dejando caer en ellas suavemente mi cabeza. Ella, tranquila pero interiormente algo mareada aún, decide subir un poco y que la palma de mi mano llegue a mis ojos, cerrados, y pueda presionarlos un poco moviéndolos en círculos para despejarme. Vuelvo a quedarme ciega, tapándome con las manos tímidamente ante un mundo desconocido todavía no visto. Levanto mi cuerpo con ayuda de mis piernas, dejo los brazos de forma muerta y noto un ligero picor en la espalda. Al mirar a mi alrededor solo veo un polvo amarillento, grano, y poco más alla de 3 metros delante mía, el mar. -supuse. Giro poco más de 90º la cabeza para poder ver mi parte trasera y efectivamente, era arena. Me sujeté con los dedos pulgar e índice a modo de pinza la parte delantera de la camiseta y la estiré, soltándola 2 segundos más tarde y viendo como un puñado de arena cayente de mi pieza de ropa superior cubría completamente mis pies descalzos. Sentí como un peso, algo pesado, se despojaba de mí y me sentía más ligera, aunque no del todo. Me di la vuelta, hacia donde daba mi nuca y me fijé en algo bastante curioso: un sofá de arena, con el contorno de una figura humana de haber estado hace poco encima. Supuse que era yo, ya que no surgía ninguna otra explicación de mi enorme capacidad para llevar tanto polvo encima y que tal monumento tuviera dicha forma. Atrasé un poco el pie izquierdo y moví la cabeza donde inicialmente tenía la mirada, hacia el mar, pero ésta se fijaba en una gaviota travesera que circulaba al son del viento por allí. Soltó un graznido, dos. Mis oídos detectaron su presencia y mi mirada hizo el resto, analizarla. , cavilé.
Mis caderas giraron 90º y mis piernas me encaminaron hacia la orilla en menos de 6 pasos. El rumor de las olas, el sonido de la espuma varada en la arena mojada y la humedad fría y desoladora que deja el agua salada sobre mis pies me sobrecogió. Iba y venía, volvía a irse y volvía a venir... Me di cuenta enese preciso instante de que mis pantalones también estaban cubiertos de un poco de arena; los sacudí y otro puñado quedó k.o. a merced de la mar envolvedora, que segundos más tarde recogía esos granos para llevárselos hacia dentro y dejar mis pies limpios y frescos. Sin embargo, más pensamientos nublaban mi mente, como el sol cegado por cúmulos mullidos, esponjosos, a veces blanquecinos o grisáceos como son las nubes. En ese lugar, solamente, estabamos el mar, el sillón y yo. Me encontraba justo a mitad de ambos, un pie hundido en la arena suave, algo caliente y reinada a merced del viento; el otro, en arena firme, fría y gobernada por el vaivén de las olas.
Mi corazón decía que me lanzase al mar, que me olvidase del resto y luchara por mi supervivencia; en vez de apoyarlo, mi cabeza me obligaba a quedarme y sentarme de nuevo en ese sillon arenoso, a la espera de un nuevo sueño por el que quedarme tumbada en él.
¿Qué elegir?