Vias del tren



Vetusta Morla – Al respirar
http://www.youtube.com/watch?v=z7eJThnGczU

Tarde oscura, cielo gris. No rezumaba ningún rayo de sol en el horizonte. Sentada, en las frías rocas de la playa no se distinguía la fina línea de separación entre el cielo y la mar. Brisa liviana que surcaba mi tez algo clara por el ambiente invernal que se respiraba en aquella ciudad blanca. Automáticamente, como una llamada instintiva de la naturaleza, me incorporé y mis pies echaron a caminar delante mía, guiándome camino arriba, hasta el antiguo puente, tejado del río, con hierros de ferrocarril como vestido. Una necesitad innata me balanceó en mi interior para encaminarme hasta el principio de las vías de tren, hasta el punto de acariciarlas con mis zapatos y apoyarme en el muro resquebrajado de piedra para observar la brillantez y blancura del agua inerte. Sosegada, al contrario que mi respiración ahumada, se movía con una soltura elegante, dejando a los pocos patos que todavía quedaban por marchar en su orilla. Un cigarrillo luchaba por salir de la caja de tabaco, y a duras penas con mis manos torpes y congeladas por el aire fresco, logró su cometido implantándose en mis labios. A la misma rapidez que las alas de un colibrí temblaban mis manos, que, sin saber como, consiguieron hacer chispas en el mechero rojizo para prender humo en la punta del tubo blanco. Tímido, lo escondí de nuevo en mi bolsillo sin agradecer su ayuda ígnea.
Observando la lentitud de las nubes para su movimiento y mi mirada perdida en la nada y azotada por el viento, apareciste fugazmente en mi pensamiento. Nunca pensé que vendrías, nunca pensé que pasarías por aquí. Pero al echar una sonrisa al viento, mientras tomaba una calada del tabaco y le devolvía el aire que me regalaba en forma de humo, dejé caer mi cabeza entre los hombros. Tocando con la barbilla la clavícula, cabeceé levemente mi mente para borrarte. Sin embargo, seguiste ahí, molestando. No fue hasta que aparté mi mirada del rocoso muro, para devolverla al camino por el que había venido, que te vi.
Jadeando por el esfuerzo de la cuesta que habías caminado, estabas ahí, quieta y parada cual estatua de sal que no quiere mirar hacia atrás. Avanzaste con decisión pero cautivamente. Mis pies no obedecieron mis órdenes de permanencia en los hierros ferroviarios, sino que fueron aguardando tu llegada a la vez que se acercaban a tus semejantes. Frente a frente, notando tu aliento caliente, encontré tus ojos oscuros, que se negaban a fijarse en los míos todavía. Creo que encontraron más interesantes mis zapatillas sucias, pero, al soltar la colilla que me quedaba en la mano y poner una de ellas encima, crujiendo el suelo, levantaste tus pupilas hacia las mías. Tus labios cortados por el frío, se colorizaron al posar tus dientes encima y arrastrarlos hacia su posición inicial. Un único segundo bastó para que agachase mis ojos hacia tu hombro y abriese mis brazos para rodearte. Tanto tiempo, tanto tiempo había pasado que ya no me acordaba de tu calidez corporal… Pero aún estabas aquí, aquí…