Aviones de papel


Tropiezos
de casualidad, la piedra se encuentra en mitad del camino y tan sólo es cuestión de tiempo que los caminos converjan. Remolinos de incertidumbre, dudas ante lo desconocido. Opuestos que se atraen y colisionan, razones que se ahogan en una copa con tres hielos. Parches que tapan las huellas dejadas por mis pies, y que la espuma de las olas arrastra hacia dentro para que la marea haga el resto.
Guarda tus pensamientos en un corazón de cartón, no te preocupes por la lluvia que pueda avecinarse. El horizonte queda lejos y las nubes demasiado altas cuando te das cuenta de que, por mucho que estires tus dedos, cuestan de alcanzar.

No estoy hecha para ocasiones, la improvisación se ahoga en mi sangre. Los relatos de aquella noche quedaron obsoletos, las páginas del cuento quedaron vacías y las palabras se derritieron por el queroseno de tu boca. Mis pies salen del tiesto para llevarme hasta la terminal del aeropuerto y dejarme tumbada para mirar cómo despegan los aeroplanos, destino aún por definir. Las pestañas se cerraron, las pupilas quedaron inmersas en una oscuridad abismal. Podemos dejar libre a nuestra imaginación y pensar que los aviones de papel que surquen el cielo son estrellas fugaces, quizás así tengamos alguna oportunidad de pedir un deseo.


A veces me siento muy kamikaze, porque espero que vuelvas.
Pero ahora sólo sé que estoy borrando lo que un día te hizo daño.

Fallen Leaves


Caos cíclico, remolino de ideas que se muerden unas a otras. La brújula no deja de vibrar y la dirección es inexacta, mejor no arriesgarse. Cuando la piel se eriza, cargada de inestabilidad e ignorancia, se vuelve una empatía vulnerable. La esencia resbala, se desploma en un ambiente inhóspito cuyo margen está definido por la irritante realidad.


Caducan las hojas perennes. renuevan los sentimientos florecidos en la primavera y en el otoño marchitan. Cuando no queda nada por hacer, la mente papita con un ritmo persistente que invade el resto de terminaciones nerviosas y dispara la imaginación, logrando dar una forma corpórea a abstracciones nacidas de nuestro inconsciente.

Tal vez el veneno que se esconde dentro de mi piel rebose aprensión, una burbujeante curiosidad recorra mis venas y quede todo guardado en un abismal recoveco de estas cuatro paredes que mantienen prisionero a mi recreación. Las señales impresas en mi espíritu recobran el aliento, marcas superpuestas en el lienzo de mi piel.
La suspicacia ya no tiene cabida en la llanura de la franqueza; era demasiado crédula para haberlo sospechado. Las quemaduras divulgan ingenuidad, el contraste de lo ajeno con lo intrínseco divaga en cada latido. Pululan afectos reservados para el olvido, declina la delicadeza de tus pasos al andar. La desviación de mi mirada señala una espesa neblina, titubeante aproximación a mis dedos.

Demasiado tarde para yuxtaponer el afecto a las caricias.
Premio.

Every me


Esculpe tu nombre en mi brazo, será un recuerdo tangible sobre el que podré escupir el veneno que llevo en sangre. Para qué mentir, sería desagradable que continuase siendo propensa a arrugar mis manos debido a la frustración y que no haya circunstancias para poder disculparme.


Nunca hay demasiada leña en la hoguera, al igual que nunca soy demasiado egoísta. Soy cruel cuando me lo propongo, pero en lugar de estresarte me limito a ignorar tus mentiras.
Nuestras pasiones se gastaron, y tan solo quedaron las cenizas de un fénix marchito y consumido por sí mismo. Mi corazón está en alquiler, hechizado por palabras gastadas y empapadas en algo azul.
Nada de lo que hay aquí es mío, nada me pertenece. No patalearé ni blasfemiaré hacia el cielo, tienes razón: lo mejor es apagar la luz.


No hay nada que hacer.

Desconecta


La calle apestaba a humanidad y estaba harta de respirarla. El cielo añil con nubes oscuras que sombreaban la ciudad precisamente no ayudaban a que mis labios se curvasen y lograse tener una sonrisa en el careto que llevaba. Las zapatillas asfixiaban mis talones doloridos por el roce, por lo que aligeré la marcha para llegar antes a casa, aunque tuviese que hacer zig zag entre los transeúntes. Todo fueron movimientos mecánicos hasta que las suelas de mis zapatos condujeron el resto del cuerpo a mi hábitat natural: cuatro paredes azules que simulaban la continuidad del cielo en su habitación. Con un hábil movimiento los zapatos quedaron olvidados casi debajo de la cama, dejando mis pies libres pero envueltos en calcetines gruesos de rayas multicolor. Aún con la ropa puesta, mi figura desfalleció en la cama casi en posición fetal, pidiendo a gritos caricias y palabras bonitas, agradables al oído.

-Pero ahora, para qué... Si ya no estás a mi lado haciéndome cosquillas con tu pelo en la cara, ni mirándome con tus ojos rubios...

Añoranza y rabia, ostalgia y desprecio fueron enlazadas en una mirada que recorrió toda la habitación, colmada de recuerdos que rebosaban melancolía. Derramé mi cara en la almohada para que las lágrimas no lo hicieran en mi piel; no quería, no merecía llorar. Sollozos que quebraban mi garganta, un gimoteo lento y cargado de aspereza, suspiros que no llegaban a ninguna parte más que al aire cautivo de mi pequeña guarida.
Podría decir que no, podría negarlo todo y suprimir mi corazón, pero tú siempre sabrías que en las despedidas, yo soy la chica que se queda mirando a que se dé la vuelta y corra a abrazarla. Quisiera dejar ese papel de lado y ser quien se va, pero todavía continúo en la estación, esperando ver tu cara por la ventanilla de algún tren que regresa a casa y no del que marcha para no volver.

Noté que algo me agitaba en el cuerpo, pero me encontraba en un trance en el que no sabía distinguir la vibración del teléfono y lo rápido que iba mi corazón. Tanteé mi pierna, palpando mis bolsillos hasta encontrar el cachivache para apagarlo. No tenía ánimo alguno de tener contacto con el mundo exterior, prefería encerrarme en mi propia burbuja un tiempo; me apetecía dejar esa valentía que tanto tiempo había estado acompañándome para ser cobarde y egoísta por una vez, aisalrme de todo y pensar sólo en mi. Y no sabes lo malo que es para el corazón que cuando llegue un sms piense que es tuyo, que cuando vea brillar la pantalla del móvil piense que quien llama eres tú, que cuando lees un comentario o un privado del Tuenti, ya me imagine leyendo tu nombre...


El calor que desprendía mi cara hizo que me diese cuenta de que las lágrimas continuaban por el contorno de mis ojos, un riachuelo que nacía en mi lagrimal y desembocaba en mis labios y mis mejillas, ahora sonrosadas. Las pestañas pesaban y poco a poco fui dejando de oponer resistencia al sueño que se cernía sobre mí. Me encogí más todaví en mi posición fetal y arranqué el cable de mi nuca que me mantenía enchufada a Matrix y lo desconecté. La realidad es aquí y ahora, hay cosas que quedan y otras que desaparecen.



¿Y yo qué hago, me quedo o desaparezco?

Me desintegro como una pastilla efervescente y me evaporo como el agua caliente que chapotea en una olla. Una sensación de rubor me estremece y recorre todo mi cuerpo como si de una descarga eléctrica se tratase. Queda tan lejana la sencillez de una brisa de aire...

Estepas heladas que se alzan ante mis ojos, icebergs escondidos que evitan el contacto con mis ojos. Todo a mi alrededor está congelado, tan sólo nieve, hielo y frío. Huellas que se quedan en el camino pero que marcan mi paso decidido y constante, a pesar de que el principio siempre cuesta.

Permanece tu imagen, permanece tu sonrisa.


Quisiera ser la mano que se alza descirbiendo líneas invisbles por tu cara, describiendo oníricas formas desde tu mejilla a tu boca.
Quisiera que mis dedos fuesen los pinceles y tu tez el lienzo en el que dejase fluir mis sentimientos.

Guarda la partida


Avanzo. Mi mano toca el pomo de la puerta con un poco de rubor, pero finalmente se decide por hacer fuerza y girarlo para poder entrar. Los tímidos rayos de sol que atraviesan la persiana dejan ver unas paredes verdosas y tu rostro concentrado en una caja tonta que simulaba disparos de metralletas y pistolas. Esbocé una sonrisa, me encantaba ver tu cara ensimismada ante la consola y tu cejo fruncido mientras apretabas con ganas los botones con figuras geométricas básicas dibujadas en el mando inalámbrico. Me senté a tu lado, visualizando una pantalla de tiroteos en modo de primera persona y un escenario de conflicto bélico, montañas y niebla; qué mal se me dan esos juegos. Te temblaban los brazos al oprimir el objeto azabache que sostenías, tus dientes masticaban tus labios carnosos a causa del nerviosismo y los míos, inquietos también, no pudieron evitar el contacto con tu piel.

Comencé a besarte el brazo hasta llegar al borde de tu camiseta, donde mi lengua se estrenó recorriéndola. Tu mirada seguía estable, fija a la televisión, por lo que decidí extender mis caricias hasta la zona de tu cuello y tu mejilla. Mis manos salieron de su escondite para refugiarse en tu vientre y tu espalda, surcando las llanuras de tu cuerpo cubiertas aún con ropa. Mi boca hizo su primera parada en tu mejilla, rodeándola de besos. Se acerca a tu oreja, pudiendo recorrerla entera para así enlazar con ese cuello que pedía a gritos una aproximación de mis dientes. Fue entonces cuando, al introducir mis manos en el interior de tu camiseta verde oscura y a mordsiquear tu garganta, te relajaste hasta el punto de depositar el mando en el suelo cubierto por una alfombra. Dejaste caer tu cuerpo en el sillón, invitándome a colocar mis rodillas a ambos lados de tus caderas. Me senté en tu regazo y tomé tus muñecas con mis manos, consiguiendo aprisionarlas detrás de tu cabeza, en el borde superior del sofá. Te sentías maniatada e intentabas evitar esa sensación de reclusión, por lo que trataste de zafarte moviéndote con todo tu cuerpo. Ello me hizo mantener tus muñecas apresadas con más ganas todavía.

Acerqué mis labios a los tuyos y mis dientes salieron de su escondite para morderte con sutileza y luego entablar un pulso de lenguas. Tus fuerzas disminuyeron a medida que la intensidad del beso ascendía, mis dedos se concentraron en tu cara y tus brazos me rodearon, consiguiendo levantarme en peso. Tus manos hicieron de soporte a mi trasero hasta que decidiste girar 120º para tumbarme en el sofá. Colocaste encima tu cuerpo pero sin dejar que todo su peso cayese en mí, me miraste directamente a los ojos y trazaste una amplia sonrisa que me contagiaste al instante. Acariciaste mi mejilla con tus dedos largos, profundizaste en la selva tropical de mi cabello y abordaste mi oído con un leve susurro procedente de tu garganta:

-Quiero guardar aquí la partida para que cada vez que quiera reiniciar pueda estar en este punto y no perder nada...


La mirada más tierna que te puede echar un león fue la que entregué en esos momentos. Tu boca se avecinó sobre mí y como si se tratasen de imanes, mis labios fueron en su busca también. Colisionaron. No quedaba aire entre ellos ni espacio suficiente para que corriese entre medio, los segundos se escurrían como las gotas de lluvia que aporreaban el cristal pausadamente. La pasion rezumaba por nuestros poros, la fuerza resbalaba por nuestra piel, la exaltación de nuestros sentidos levitaba en el aire y el regocijo de nuestras carantoñas se palpaba en el ambiente.


Ahora, guarda la partida.

Ahoga las raíces


Vamos, acércate. Sabes que no muerdo si no me lo propongo; mi mandíbula se resistirá por esta vez. Mis dientes no quieren dejar marcada tu piel, no eres de su propiedad...
Aunque tengo la maravillosa habilidad para arruinarlo todo, no estaré satisfecha hasta conseguir que tus pupilas vuelvan a clavarse en las mías.



Sé que eres difícil, pero no me importa. Estoy preparada para luchar.
Quiero guardar en un frasco de cristal el olor de tu piel.



Eres una prolongación de mi sistema nervioso.

Me duele haber apostado y perderlo todo. Me duele haber puesto intenciones pero no intentarlo. Me extraña no saber nada de tí en varios días y que hayamos dejado que el viento reduciese nuestra duna a un grano de arena.


Hecho de menos nuestras bromas estúpidas de adolescentes, para después ver cómo tu sonrisa salía de su guarida. Hecho de menos tus piropos, la sensación desesperante que me invadía cada vez que tardabas tanto en enviarme un sms nocturno. Uno de los muchos...

Quizás, lo más seguro, es que todo continúe tal y como está; tú por tu lado y yo por el mío. Algún dia puede que nos encontremos, ¿quién sabe?
Quizás en ese momento cada una sepa lo que busca y si es en común, llevarla a cabo.



Porque no todo son palabras bonitas, ¿cierto?

Tu columna vertebral


La yema de tus dedos atraviesa mi piel, un puntero que dibuja invisibles y caóticas formas mientras una bomba sanguínea continúa haciendo ruido dentro de mi pecho, cada vez más y más fuerte. Apoyas tu oreja en la oquedad de mis pechos, apartando los mechones pardos que rondaban por allí. Depositas un beso perezoso en el escote para elevar, seguidamente, tu nariz hasta el lóbulo de mi oreja izquierda y notar tu respiración serena. Tu boca se abre para dar paso a unos dientes rebeldes que comienzan a mordisquear mi oreja de manera sutil y remolona.

Mis manos inquietas se abrieron paso por tu pelo castaño, revolviendo tu corta melena a ras de la mandíbula y descendiendo por tu cuello desnudo y tu espalda descubierta. Balanceé la punta de mi nariz en tu mejilla y redondeé la parte posterior de tu cabeza, peinándote con la palma de la mano. Aproximé mis labios finos y carnosos hacia los tuyos con intención de no dejar que el aire interrumpiese el espacio que quedaba entre nosotras. Una descarga electrizante transitó toda mi columna vertebral y produjo una sensación de opresión en mi pecho.

Te abracé con fuerza, no quería que nuestros cuerpos se despegasen. Necesitaba tenerte cerca, en ese momento había demasiado espacio para mí sola, aunque anteriormente siempre había sido de esa forma. Quizás cuando hay una conexión intensa resulta difícil desconectarla.



De espaldas a mi, apoyé la punta de mi dedo índice en tu espalda y permití que hiciese un recorrido por toda tu columna vertebral. Una travesía conocida, como el camino de vuelta a casa.

Nufraguemos


- ¿Cuántas veces te lo he repetido? Déjame, son cosas mías.
-su lengua cortaba las palabras como si se tratase de una cuchilla- Sabes que quiero tiempo, lo necesito.
- No, no te pienso dejar en paz, sabes que no lo haré. ¿Te molesta que me preocupe por tí, que me preocupe por nosotras?
- ¡No digas "nosotras", ahora mismo no hay un "nosotras"! -los nervios comenzaban a crecer por su piel, como una especie de enredadera que la consumía lentamente.

Silencio. En aquella pequeña habitación de paredes azuladas sólo quedaba rastro del silencio. Miradas perdidas, dañadas. Lágrimas que asomaban su vista a la mejilla de una para desembocar en el suelo. Una mano que tapa una boca y luego mueden los dientes. La chica de pelo revuelto y castaño dejo caer el peso de su cuerpo en la cama, con la cabeza gacha, apoyada en sus manos mientras sentía el peso de sus codos sobre las rodillas. La joven de cabellos claros se llevó las manos a la cara, dando un fuerte resoplido.

- Lo siento, no quería decir eso... Perd...
- No tengo nada que perdonarte -interrumpió la morena-, has dejado las cosas claras. Muy claras. ¿Quieres tiempo? Lo tendrás, todo el tiempo del mundo para tí, sólo para tí.
- Siento haber sido tan brusca pero estoy muy nerviosa y agobiada, no sabes nada de lo que...
- ¡¿Y por qué no me lo cuentas?! -espetó- ¡¿Por qué no me dices las cosas que te pasan, las cosas que te duelen o que te molestan?! ¡Estoy aquí para algo más que darte besos y abrazos, joder, se supone que deberías confiar en mí!
- Confío en ti... Lo sabes... -sus palabras se escurrían suavemente por su boca, con un tono lánguido y pausado.
- ¡No, no lo sé! ¡No lo sé porque no me lo demuestras ni me dices nada!


Apretó sus manos temblorosas que, seguidamente, recorrieron su cara en un intento desesperado de extirpar su angustia y arrancar el inquietante latido de un corazón que parecía haber ocupado su cabeza. Los ojos se encontraron, sus miradas palidecieron la una con la otra. Unos ojos pardos y otros rubios naufragaron en un mar de dudas, inseguridad y tristeza, dentro del mismo barco, sin dejar un papel en el interior de una botella vacía.


Las gargantas callaron, no había más que decir. El alma que se reflejaba en los ojos de cada una decía más que cualquier sonido que pudiese emergir en aquel instante.


Ajústame el volumen

Y sigo aquí, me encuentro sentada en un taburete de madera, con el pelo ondulante a mi alrededor protegiendo mis hombros, mirando por la ventana esperando que el sol salga e ilumine mi rostro sin hacer daño a mis ojos.

Quizás no sean claros, pero tienen mucha sensibilidad. Alargo la mano, rozando con mis dedos de un extremo a otro el segmento imaginario en medio del alféizar polvoriento.
Debería limpiarlo. La guitarra está apoyada en la otra esquina, rellenando el hueco vacío que queda entre la pared y el cristal.



Casi todos los dias levanto la mano para tomar la guitarra y saturar el cuarto de energía. Melodías incesantes caminan por mi mente, inspirándome en nuevos sonidos y armonías, dejando que mis dedos deambulasen por el mástil. Sin embargo hoy, se balancea suavemente con la pequeña brisa que llega hasta nosotras e inunda la habitación, enterrándola en un ambiente cálido, soñoliento y melancólico. Parece que con esos pequeños movimientos tiene vida propia, pero realmente la saborea cuando tiemblan sus seis cuerdas de acero al contacto de mis manos.


Pestañeo. Me quedo embobada con el hálito de la naturaleza que consigue mi evasión del plano terrenal. Miro hacia las nubes, algodones de azúcar, algunos maltrechos, enredados en el enorme telón azul que cubre la gran habitación. Observo cómo se arrastran por el cielo. Sus pasos son lentos, no tienen prisa en llegar hasta la otra esquina, para qué. Cada nube es un plan, unas más grises, otras más transparentes.
Nosotros somos nubes, no más.

Sábanas deshechas, pies desnudos


La luz del día se superpuso a la oscuridad nocturna, al igual que el fresco que recorría cada esquina de la habitación se distorsionó en calidez. Con las sábanas envolviendo parte de nuestros pies me di cuenta que tu cuerpo continuaba haciendo de lienzo, sujetándome dentro del colchón. Percibía el olor de tu piel, casi podía tocarlo. Tu brazo protector me abrazaba y la enredadera que formaba el mío a su alrededor nos hacían permanecer unidas. Conseguí dirigir mi cuerpo hacia la parte que daba la espalda, observé como tu pecho subía y bajaba con las profundas inspiraciones que acometían tus pulmones. Mi mirada estaba llena de ternura, pendiente de los mechones oscuros que te caían por parte de la frente y la clavícula. Unos párpados adormilados sacaron fuerzas para abrirse y que la primera imagen al despertar esa mañana fuese yo. Tus penetrantes pupilas se centraron en las mías y ese mero hecho fue como una lánguida caricia que recorrió toda mi tez.

Pestañeé una, dos veces. Una abatida sonrisa se dibujó en mi boca y la tuya mostró tus dientes de manera tímida. Tu cuerpo desnudo se acercó unos centímetros más al mío para regalarme unos cuantos besos de buenos días. Sujetaba tu cara mientras te rozaba la oreja con mi pulgar, tu te limitabas a dar libertad a tus manos para que explorasen mi nuca y mi pelo revuelto. Finalmente me decidí por colocarme sobre tu figura con movimientos lentos, esta vez íbamos muy despacio; te daba docenas de perezosos, suaves y húmedos besos, y ofrecía a tus pechos con diminutos mordiscos y caricias. Viajé hasta el centro de tu cuerpo para redondearlo con mi lengua, pellizcarlo con cuidado con mis dientes y repartir besos homogéneos por todo tu vientre. En algunos instantes tu piel se erizaba a causa del aire que expulsaba por mi nariz, cuando te acariciaba con ella los ondulados abdominales que emergían de tu estómago.

Saboreé de nuevo el néctar que surgía de tu sexo, lamí dulcemente tu clítoris y lo rocé con los dedos. Tomaste entonces mi cara para alzarla hasta tu altura, besarme intensamente y colocarme bocarriba para que comenzases a ser la protagonista de mi placer, la culpable de mis gritos ahogados en lo más profundo de mi garganta. Lentos y pausados besos caminaban por mi cuello, procedentes de tu boca, al mismo tiempo que introducías un par de dedos dentro de mi ser. Me aferraba a ti, miré dentro de tus ojos mientras me llenabas y volvías a convertirte parte de mi.

Me habías tomado tal como era, toda yo. Habíamos disfrutado de cada momento juntas, encantadas también con cada parte del sexo que habíamos hecho. Cada una había pasado las manos por encima del cuerpo desnudo de la otra, aprendiéndose cada plano y cada curva. Saboreamos todas las hendiduras y oquedados, compartiendo los secretos corporales vedados al resto del mundo. Ahora yacía en tu pecho, escuchando las palpitaciones de tu corazón lento, relajado. Hundías tus largos dedos por las sendas pardas de mi cabello, enredándolos para rehacer los tirabuzones un tanto deshechos. Pasé mi mano por tu vientre y lo palpé delicadamente. Agachaste levemente tu cabeza para besarme la frente, nuestras miradas coincidieron y lo repetiste, esta vez uniendo nuestros labios y nuestra lengua.

El sol se posó en el alféizar de la ventana, inundando con una mayor claridad a la habitación, proporcionando un divertido juego de sombras por tu cuerpo. Arqueé las cejas y te sonreí, a lo que me respondiste gratamente con una imitación. Tras un instantáneo beso resbalé mi cara hasta aterrizar de nuevo en tu tórax, susurrando al ritmo de tus palpitaciones:

"Se ha enredado en tu cabello un ciclón de mariposas".

Frigidez nocturna


El silencio que reinaba esa taciturna noche en la calle se vio interrumpido por un arrastrar de pasos a destiempo, cuyo sonido se acercaba más y más a la fachada de un bloque de pisos. Me adentraba en las sombras con mis pantalones ajustados y negros con varios cortes, a lo largo y alrededor, y una chaqueta gris clara, moteada por manchas de leopardo un tanto más oscurecidas. Una luz tenue cuyo brillo se situaba en la medianía del edificio hizo que mis ojos se dirigieran en la esperada dirección, logró captar mi atención. Introduje mis dedos en el bolsillo de la chaqueta y sacar el móvil; tras una breve señal de llamada comencé a escribir un mensaje de texto tan rápido como los dedos pudieron hacer con el frío que les inundaba: <
Hey, abreme la ventana y tira la cuerda, q hace un poco de frio en manga corta!>. Al momento, un leve chirrido de cristal se pudo oír varios metros por encima de mi cabeza, descendió una cuerda con la que logré alcanzar la esperada cima sin muchos problemas para ello.

En el alféizar de la ventana te miré, y pude notar un destello en tus ojos que no había visto antes. Estabas realmente bonita incluso a las dos de la madrugada, sobre todo con mechones de tu pelo azabache hacieno puenting con dirección tus pechos. Tras una sonrisa correspondida y un carraspeo, entré, volviendo a enrollar la soga que dejé tras de mi. La deposité a un lado, en el suelo, mientras me acercaba mirándote a tus profundas pupilas negras y mordiéndome un poco el labio, como un león que se relame ante su presa. Suspiraste con una mirada pícara, tus dedos me rodearon la cintura para que tomase posesión de tu cara con mis manos y nos fundimos en un beso del que tardamos en despegarnos.
-Con que manga corta, ¿eh? -soltaste con un tono de guasa mientras me observabas.
-Sabía que así te daría más pena y te darías más prisa.. y lo hiciste. -mi fiel sonrisa me acompañó tras esa afirmación. Giré sobre mis talones para dar media vuelta y avanzar un par de pasos hasta la ventana que había quedado abierta tras mi intrusión en el cuarto.

Un chasquido delicado logró que la corriente invisible de la noche dejase de corretear por mi cara y mi cabello ondeante, dejó el oxígeno suficiente para las dos. En el momento que mi vista coincidió con la tuya pude contemplar cómo dabas un paso lento hacia mi. Tus dientes quedaron al descubierto, enlazados a una mirada traviesa. Esbocé una carcajada de nerviosismo, un espasmo eléctrico recorrió toda mi columna vertebral. Continuaste dando otro paso depredatorio que me invocó la figura de una pantera surgiendo de entre la penumbra, consiguiendo que casi se me doblasen las rodillas. Una oleada de expectación estremeció nuestros cuerpos con el contacto de la yema de tus dedos en mis mejillas y las mías por tu cuello en el instante que nuestras bocas se encontraron. Te retiraste un poco para darme la mano y atraerme hacia la cama, te sentaste en el borde por la zona de los pies y me tomaste por la cintura. Me dejé caer encima de ti, nuestra vista quedó inyectada en la otra y como consecuencia, parecía que el tiempo era ilimitado. Todo lo que importaba era el aquí y el ahora. Tomaste mi barbilla, acercándome a tus labios carnosos y sensuales, cerré mis ojos para dejarme invadir por las maravillas que ocultabas. Como dice Neruda, en un beso sabrás todo lo que he callado. Mantuviste cautivo mi labio inferior durante un largo y erótico momento, y con una exhalación diste fin al beso. Un sabor exquisito se quedó impregnado en mi paladar, como si de un dulce se trataba; en la punta de mi sinhueso albergaba una sensación salada, como el jugo de una fruta exótica. Un olor escaló hasta los orificios de mi nariz, produciéndome las irrefenables ganas de tener una degustación de tu piel.

Provocándote con un movimiento pélvico, uniendo la cumbre de nuestros montes cubiertos por dos piezas de ropa todavía, una súbita avalancha de deseo consiguió que me besases de una manera tan apasionada que tuve que relajarme para calmar el ruidoso palpitar de mi corazón. Me erguí sobre tu cuerpo yacente en el colchón, tu boca aún estaba sedienta del aroma de mi piel pero resisitió la tentación de contactar con la mía para cederle el protagonismo a tus dedos que decidieron introducirse por el interior de mi camiseta para jugar y, de una manera pausada y seductora, lograr desprenderla de todo contacto físico. Mientras la depositabas a un lado de la cama permaneciste inmóvil, embebiendo la visión de mi torso semidesnudo y dorado por la luz tenue de la lámpara apoyada en la mesita de noche. Tu mirada recorrió mis hombros, bajaste por mi clavícula y mis pechos cubiertos por un sujetador grisáceo de zebra, continuó el descenso por mis costillas, mis pequeños pero ondulantes abdominales y un ombligo que pedía a gritos un mordisco, se detuvo en las finas cuerdas gemelas de músculo que atravesaban la parte inferior de mi estómago y desapareció dentro de mis pantalones, llamando al ojo para que la siguiera. Tragaste aire con una rápida inspiración para ponerte a mi altura y susurrar un hilo de tu aliento por mi oreja, propinándole pequeños mordisco y declinando hacia el cuello en lo que usurpabas mis pantalones. Mis dedos fueron valientes lanzándose al bosque de tu pelo, apretando con poca fuerza algunos instantes y acariciando suavemente los rincones atezados de tu cabeza.

Giraste tu boca en dirección a la mía pero detuviste el movimiento. Mi lengua salió de su escondite y lamió con ligereza tus labios, con un gesto de atracción hacia ella. Tu respuesta fue grata, la seguiste para establecer contacto con la tuya. Mis manos no pudieron sucumbir a la tentación de igualar la situación, querían despojarte de tu camisa y consiguieron que le hiciera compañía a la mia en el piso. En seguida, mi dientes pudieron palpar la pareja de huesos que restaltaba en tu pecho y tu marcada garganta. Un gemido quedó ahogado en lo más recóndito de tu ser cuando deslicé una de mis manos entre tu cuerpo y el colchón y la cerré sobre la uve de tus muslos. Aquel contacto de intimidad absoluta provocó que cada nervio de tu cuerpo despertase brutalmente un intenso y ávido vacío. Los músculos se tensaron de forma rígida sobre la nada dentro de ti, impacientes por ser llenados y calmados. Te dejaste caer sobre la cama, alimentando el deseo que sentías mientras te arrebataba los pantalones y los dejaba caer con las anteriores prendas. Nuestros cuerpos quedaron unidos cuando me tumbé encima tuya y lo único que impedía el total contacto de la piel era la ropa interior. Suspiré al advertir que dos de tus dedos comenzaron a rozar mi prenda inferior describiendo círculos y apretar un poco mi entrepierna. Mis dientes hicieron su aparición y cerraron un pequeño y delicado mordisco amoroso en tu labio inferior, lo estiro un poco hacia mí misma y reanudo el beso que dejamos a mitad. Estaba vertiginosamente excitada por la circulación de tus extremos en mi clítoris, y eso hacía que mi lengua se pelease con la tuya.

De repente paraste para posar uno de tus dedos sobre mi rostro y un dedo se deslizó entre mis labios; lo chupé, queriendo tomarlo y saborear cualquier parte de tu cuerpo. Luego serpenteó por el camino de la felicidad hasta llegar al ombligo, con un billete de ida a mi bajo vientre. Esparciste la humedad a lo largo de los suaves pliegues que ocultaban mis bragas a conujnto con el sujetador, metiste tu dedo índice dentro de mi y lo introduciste profundamente. El avance y retroceso de tu extremo hacía que el flujo abundase, originando pequeños sonidos entrecortados que escapaban de mis labios mientras permitías que un segundo dedo entrase y se coordinase con su hermano. Cubrías mi cuello y hombros desnudos con besos de boca abierta e intercalabas minúsculos mordiscos, haciendo que el placer de tus dedos y la sensación de tus cálidos labios sobre mi piel me estremeciese. Tras varios segundos de intensa acción paraste, y la mano sobrante, con la que agarrabas mi costado para subir al ritmo de tus penetraciones, logró que intercambiásemos posiciones en el colchón. Desabrochaste la pieza de ropa que protegía mis senos para dejarlos al descubiertos para besarlos, darles caricias con la lengua, mordelos y producir en mí una sensación desgarradora de complacencia. Tu sinhueso comenzó a dibujar un zig-zag por todo mi estómago, parándose en el borde de las bragas grises que cubrían mi más íntima parte.

Lanzaste una mirada maliciosa que supe comprender. Levanté a varios centímetros de las sábanas mi trasero para que pudieses retirarlas, entretanto yo observaba tus pupilas caminar por toda mi figura. Esbozaste la sonrisa más amplia que pudiste, te acercaste manteniendo el contacto de tus ojos con los míos y al mismo tiempo que tu boca rozó la mía, introduciste tus dos dedos anteriores entre mis pétalos carnales. Comenzaste a empujar contra aquellos suaves y delicados pliegues y no pude evitar que se me escapara un ruidito de inquietud. Progresivamente la rapidez y la fuerza aumentó y no pude evitar que mis manos arañasen tu espalda, clavando con cuidado las pocas uñas que poseía. Conforme tus dedos bajaron la velocidad, tu boca se fue apartando de la mía y emprendió un descenso hasta el clítoris, la lengua tomó el control de la situación y de mis temblores. La sinhueso se movía en dirección vertical, de abajo hacia arriba, con un ritmo animado para conseguir que mi cuerpo temblase entero, tiritando hasta la saliva que relamía en mis labios. Volviste con los dedos, introduciéndolos lentamente y aumentando la agilidad de forma gradual. Inundabas mi cuerpo con las caricias de tu pelo azabache, me bañabas en besos cargados de pasión y sentimiento. Cuando noté que las fuerzas empezaban a fallarte un poco rodeé tu cuerpo con mis brazos e invertir los puestos.

Dándote un largo beso en la boca fui descendiendo por tu clavícula, seguidamente por los pechos, relamiendo tus pezones, lamí tu ombligo, lo mordisqueé juguetonamente y separé un poco tus piernas para ir al plato principal: una flor de carne que se abriría permitiéndome la entrada. Rocé tu brote con la lengua, cada vez con mas intensidad. La introducía lentamente mientras me ayudaba de un dedo para hacerte capaz de alcanzar las nubes con la punta de los dedos. Consentí que mi mano tomase el control de la situación para regresar a tu boca y sumergirla con mi lengua, mientras dejaba que mis extremos iniciasen un movimiento de penetración en tu vagina. Primero uno, luego dos y hasta tres fueron los que lograron que ahogases gemidos en tu gargante y agonizases de placer hasta suspirar de excitación. Acerqué mis dedos a la boca, y los lamí uno a uno. Te uniste al festín y nuestras lenguas terminaron enrollándose solas, tenían dependencia la una de la otra.
La noche fue larga y al separarnos varios centímetros pudimos sentir el frío de la habitación cernirse sobre nosotras. Nuestros cuerpos enroscado el uno sobre el otro, un brazo tuyo me hacía de almohada y el otro cobijaba mi costado de la frigidez nocturna. No nos hacían falta sábanas, te propinaba besos por la mano, te mantenía caliente con el contacto de mis labios; tú concentrabas tu calor en mi nuca con tu respiración, ahora sosegada y tranquila.

Transcurrió el espacio de un latido, luego otro. Fue entonces cuando entre perezosos y cálidos besos que te regalaba y las caricias con las que me obsequiabas, un segundo antes de que te quedases dormida entre mis brazos, completamente saciada y satisfecha, que la luna me sonreía y las estrellas se pusieron celosas...

Entierra tus secretos en mi piel

Deja tu inocencia en el camino, olvídala y dame la mano.Corramos por senderos desconocidos, descalzas, sintiendo cada parte de la naturaleza en la planta de los pies y que lleguen a todos los puntos de nuestro cuerpo. Respira profundamente el aire que te hace sentir libre, con el que parece que de una hondonada puedes levitar. Vamos a camuflarnos con los árboles, dejar que los búhos posen sus miradas en nuestras carcajadas, que dejemos en el recuerdo las caras tristes y concentrémonos en el incipiente verde que nace bajo nuestra base de músculo y hueso.

Puedes elegir quedarte conmigo o dejarme ir, corriendo muy lejos, antes de que yo sepa nada.

Mi sonrisa desaparece, me fue birlada hace tiempo. Tengo todas las cartas que te envié en mis labios, podrías saborearlas con cada beso pero prefieres guardar tu aliento para otra ocasión. Los pecados que inundan mi cabeza son una jaula para ti, prefieres escupir tu compasión sobre mi alma y negarte a darte cuenta de la realidad.

Tus mentiras se quiebran con cada bocanada que respiran mis pulmones, deshila tus razones para dar paso al gran telón rojo que presenta tu actuación.

Diez Letras, 18 puntos.

Él había escrito sus palabras en las paredes de la habitación, dejó la huella de sus labios impregnada en su piel. Ella no quería marcharse de la cama pero el tiempo corría en su contra y si no apresuraba la ida llegaría tarde a trabajar. Unas manos varoniles recorrían su cuerpo desnudo y la tentación de repetir esa experiencia junto a esas profundas pupilas la hacía estremecer; eras capaz de provocar amaneceres en mi tez con tu simple sonrisa...

-Sabes que voy a llegar tarde y no me gusta... -replicó entre besos que se esfumaban por los poros y quedaban ahogados en el aire de la habitación. Fue directa al borde de la cama para levantarse pero la mano del joven la retuvo y no dejó terminase la acción.
-No llegarás tarde... -Blake dejó entrever sus dientes lentamente, la comisura de sus labios llegó hasta la mitad de ellos -... porque he atrasado una hora el reloj. Quiero estar un ratito más contigo...


Se quedó perpleja, desconcertada por la situación que le había ideado en su cabecita. Las pestañas dejaron un gran espacio entre ellas para que sus ojos esmeralda quedaran envueltos por tal sorpresa y, segundos más tarde, cerrarse y notar el cálido beso que un chico de pelo azabache y revuelto le regalaba, tirando un poco hacia él a través de la muñeca. Los mechones ondulados del cabello cobrizo de Meredith hacían cosquillas en la cara de Blake, entretanto él derramaba sus caricias en la espalda bronceada de la muchacha. Consiguieron despegar por varios segundos sus labios. Ella se acostó paralela a su chico para acariciar lentamente su atezado cabello, introduciendo repetidamente sus finos dedos entre sus mechones.

Sus cuerpos creaban un contraste idílico, ojos esmeralda y miel, melena cobriza ondulada y moreno un tanto liso, cuerpo moreno y níveo. Físicamente eran tan distintos que parecía que no estaban hechos el uno para el otro; sin embargo sus personalidades complementaban aspectos en los que el otro carecía. Cuando ella se desesperaba por su mal día trabajando, el la regocijaba entre sus brazos tranquilizándola; si parecía que él no encontraba la solución a algún problema, ella ponía su parte de racionalidad al asunto y solventaban las dificultades.

-Me encanta cuando me acaricias el pelo y no se te enreda en él... -Blake se acercó varios centímetros al pecho de Meredith para rozar su cuello con la nariz -Tienes una piel tan suave que parece terciopelo...

-No seas bobo, eso es porque uso cremas después del baño. -estallaron en una risa armoniosa, leves carcajadas levitaban en el ambiente. -Cariño, voy a levantarme ya, así me puedo prepararme más calmada.

-No quiero que te vayas, quédate conmigo... -Meredith le propinó un dulce beso en la frente desnuda y otro en los labios. Blake tenía los ojos cerrados y cuando los abrió ya no se encontraba la chica en la habitación, se puso erguido y las pupilas se le dilataron.


Flashback


Las puertas de la sala de espera se abrieron con un torrente de fuerza y desesperación. Las manos trasegaban su pelo despeinado, y los ojos abiertos de par en par, maquillados de ojeras, no conseguían detener la mirada en un punto fijo de la habitación. Sus pies no conseguían detenerse, caminaban deprisa, cruzando la sala en varias zancadas.

-<<Esto tiene que ser una broma de mal gusto... Tiene que serlo.>> -susurraba para sí.


Minutos, pasaban los minutos, las horas muertas en angustia, impaciencia y exasperación. Deseaba ver un atisbo de luz al final del túnel, ver una figura humana con traje azul que consiguiera relajar su expresión de dureza en la cara y que respirase profundamente. Sus piernas no notaban el cansancio muscular ni la presión que se batallaba en esos instantes, no dejaban de avanzar entre el segmento que unía dos de las cuatro esquinas del cuarto. Miraba su reloj de manera incesante, quería controlar el tiempo y moverlo a su antojo con tan solo girar la manecilla plateada.


Una tristeza enorme le rajaba la garganta, la boca seca hacía contraste con sus ojos lacrimosos. Una mirada suplicante se alzaba hasta el techo, rogando a Dios que fuera tan misericordioso como lo anuncian en la Biblia. La exasperación recorría su columna vertebral como un gusano que infecta hasta la última célula del cuerpo, escalofríos que resquebrajan su piel segundo a segundo. Decidió sentarse en una de las sillas de plástico blanquecino y taparse la cara, haciendo presión con sus palmas. Inspiró fuertemente una bocanada de aire que tragó con dificultades, y uniendo la punta de sus dedos índice con la nariz y sus pulgares bajo el mentón, varios hilos plateados recorrieron su mejilla en dirección al suelo. Un torrente nacido en sus ojos, arrugas en la frente por el entrecejo fruncido. La voz de ella no paraba de resonar en su cabeza, una y otra vez suplicándole...


<<Recuérdame>>.






Awake

Desperté en la cama de una chica cuyo nombre no diré, me encontraba tumbada pero con la espalda erguida, apoyando mi cabeza en uno de los armarios que se encontraban encima del cabezal. Ella estaba medio apoyada en mí, mirándome con sus ojos verdes y marrones, sus labios pintados con un rojo muy llamativo, su pelo caído por los hombros y su cara tierna llena de pecas. Notaba añoranza a las miradas que me mandaba, notaba el calor de su cuerpo junto al mío y me daban ganas de estrecharla entre mis brazos. Entre palabra y palabra, en los huecos que ocupaban los silencios, nuestros ojos decían cosas más allá de los temas que compartíamos en ese instante. Reflejaban cosas pasadas y cosas que quizás todavía queríamos que pasaran.


-Muchas veces me he acordado de ti… -sinceró.

-¿Y eso, por qué te acuerdas de mi? –me sentía ruborizada ante tales palabras. Su mirada recorría mi cara y se abalanzaba sobre varios puntos de la habitación, señalando objetos.

-Son cosas de las que tú me hablabas cuando ponía la cam, que te gustaban y siempre que las veo me recuerdan a ti.


Intenté esconderla, pero terminé por sonreír. Me incorporé y comencé a mirar más detenidamente esos objetos, pero no me lograba concentrar. Ella tenía la mirada puesta en mí, y yo se la devolví. Miraba la intensidad rojiza de sus labios que gritaba mi nombre. Posé mi mano en su mejilla, la acaricié varias veces y…

Me desvanecí... Me desperté.

Revolviéndome.

Siento que tengo un nudo alrededor de mi cuello y que, cada vez, va apretándose con más intensidad. Mis pulmones comienzan a dolerme, siento pinchazos en el pecho. Mis ojos ya no tienen un punto fijo al que mirar, se quedan vacilando en lo que les rodea. El frío se apodera de mi cuerpo, comenzando por la punta de los dedos, desplazándose poco a poco hasta llegar al centro de mi tórax para rebentar la bomba sanguínea que llevo conmigo dentro. Este barco se está hundiendo, no queda más que el arrastre de las olas para sumergirlo completamente bajo el profundo océano y quedar meramente en el recuerdo.

Te salvaré de ti misma, aunque no puedas sostenerte en tus dos pies. No voy a renunciar a ti, porque estas cicatrices no nos separan. No renuncies a mí. No dejaré que derrames tus lágrimas un segundo más. El camino ha sido largo pero continúas en él, aunque hayan bifurcaciones y ésta sea una de ellas. En tus labios no hay fracaso, no temas a cerrar los ojos, no puedes hacer otra cosa.

No pienso regresar a casa, estoy 6 metros por debajo del suelo y el propio aire consiga asfixiarme, no saldré de aquí. Me cuesta hinchar mis pulmones, parece que cuanto más lo intento se exprimen con mayor rapidez. El corazón va dando tumbos, es arítmico, no sabe cuando bombear la escasa sangre que le queda. Nunca es demasiado tarde, pero continúo a la espera.

Me temo que el barco se hunde, esta noche.

Lights out

Audio: Devil Sold His Soul - Callous Heart
http://www.youtube.com/watch?v=6Oj8PzxB044&feature=related

Muchas veces hay garras que se clavan en tu pecho, llegando a tu corazón. Lo tocan, lo rajan, lo agarran y tiran con fuerza para sacártelo de lleno... Como si se tratase de algo vacío y sin valor. La sangre empapa el suelo, y lentamente camina, llegando hasta los extremos de las baldosas que pisan tus propios pies inertes, dejando el equilibrio a las rodillas que caen por su propio peso al mismo lugar donde acabó el flujo carmesí y, consecutivamente, el resto de tu cuerpo desciende hasta la superficie rígida y fría encharcada por líquido. Se cierra el telón, todo ha terminado. Los aplausos inundan la sala, ignorantes de que la representación teatral es más que verídica, la imaginación no reinaba en ningún instante, y los sentimientos de pavor, miedo, y soledad eran reales. Las luces se apagan, los pasos y los murmullos se oyen cada vez más y más lejos, mientras el cuerpo continúa tendido boca arriba en el piso tras las cortinas de nylon rojizas, guardianas que disfrazan el crimen como fin de la función.

Puedo ver tus pulmones enegrecidos, contaminados por tu propia alma. Podría limpiarte, que redimieses tus pecados. Podría borrar tus crímenes, todos tus delitos. Sin embargo prefiero verte sangrar, oír tus gritos desesperados, mirar la manera que te retuerces en el suelo y oler el hierro que contiene tu flujo. Salgo de entre las sombras y me agacho apoyando una rodilla en el aire que queda entre el pantalón y el suelo, para estirar mi mano para así rozar el líquido bermejo y llevarlo hasta mi boca. Sonrío; es dulce como el rocío impregnado en las cañas de azucar a primera hora de la mañana.
Giro sobre mis pies 180º grados, para irme por el mismo lugar que vine, ocultándome en las sobras y olvidarme de lo trágicamente sucedido: has muerto, has muerto en mi alma. No hay esperanza de resurgir como el ave fénix, no hay segundas oportunidades, tan sólo queda la ceniza de lo que fuiste.

Quemas tus mentiras mientras ahogas mis palabras y mis suspiros, me tienes atada y quisiera romper las cadenas pero no puedo, no es suficiente, nada lo es. Me destrozo la garganta, rezando plegarias y contandi mi última bendición. Pero a pesar de eso te señalo y te reto a tí, Dios, porque al fin y al cabo, soy la Muerte. Aunque necesite aire para respirar, aunque me esté rompiendo por dentro es a causa de esta enfermedad... Es como un cáncer, es por tu culpa, por tu puta culpa. Deja que la sangre corra, porque al tercer día resucitaré de entre los muertos para enviarte directamente al infierno...
Tengo un secreto, está en la punta de mi lengua, detrás de mis pulmones. Voy a guardarlo, porque sé algo que tú no sabes.

El silencio me come, es un devorador agresivo, un lobo que me espera a la puerta de casa. Me arranca la piel a tiras. Es como un cáncer, la enfermedad podría ir a peor; es una angustia que podría llenar un mar por completo. No puedo dormir por las noches... es una maldición. Intento enterrar mi respiración, pero no consigo mantenerla mucho tiempo. La cabeza me da vueltas, es lo único que sé. Puedo aparentar estar alegre pero me pudro por dentro, la única manera de que sonría es que me cortes de oreja a oreja.

Me ahogo en el mar, como si fuese un ancla que carga con su propio peso y el del resto. No espero ir al cielo, no algo en lo que crea, simplemente espero ir a un lugar mejor y poder obtener respuestas a mi origen. Mis piernas han caminado demasiado, más lejos de lo que jamás pensé que llegarían. Incluso mis pulmones comienzan a desfallecer, comienzan a dolerme, pero no voy a renunciar, voy a salvarme a mi misma de mi propia destrucción.
Estoy atrapada dos metros bajo el suelo y, mientras me ahogo en mis palabras, puedo saborear el fracaso en mis labios. Pero no es demasiado tarde, nunca lo es. Cierro los ojos y puedo notar todas esas cicatrices que han ido marcando mi vida, a pesar de que el barco se hunda y que quizás esta noche no vuelva a casa, queda esperanza para mi.

No intentes de aliviar el dolor con pastillas ni coterapias, se cura desde el propio interior. Es un sueño que creamos nosotros mismos y del que, algún día, deberemos despertar.

Tengo un secreto, está en la punta de mi lengua, detrás de mis pulmones. Voy a guardarlo, porque sé algo que tú no sabrás.


Audio: Puddle of Mudd - Drift and die
http://www.youtube.com/watch?v=wnnmF3g5CW8



Un sillón beige pálido con mullidos cojines son las nubes que soportan nuestro cielo de piel y hueso. Mi espalda horizontal contacta con las grandes almohadas rugosas a través de mi camiseta negra de tiras, mientras tú te hundes entre mis brazos y recorren mis manos traviesas por tu estómago. Te estremeces en algunos momentos, cuando el aire suave expulsado por mi nariz choca con tu oreja y te produce cosquilleos que originan una risita juguetona y mimosa al mismo tiempo. Me enderezo sobre tu cuerpo acostado, sugiriéndote una mirada inquieta y malvada; me respondíste del mismo modo, añadiéndo además una sonrisa cómplice. Comencé a apretarde delicadamente el costado, provocándote cosquillas que te hicieron revolcar en el pequeño hueco del sillón que te correspondía.
Acto seguido, entre tanto movimiento, nos besamos. Fue un beso muy apasionado y ardiente, tanto que nos despegamos enseguida por temor a quemarnos. Sin embargo, continuamos besándonos de la misma manera, cada vez más y más intensamente: no nos importaba arder en un fuego cuya llama iluminaría toda una caverna gobernada por sombras. Una de mis manos acariciaba de forma delicada la tez blanquecina de tus pómulos, entretanto la tuya prefería enredarse en mi pelo y recorrerlo con fuerza. Lentamente nos íbamos mudando una encima de la otra; yo tomaba poder sobre tu cuello y tu clavícula y tú rozabas mi cabello revuelto. Cada contacto de mis labios con tu piel hacía que ambas nos estremecíesemos y, sincronizadas, fuéramos moviendo nuestro cuerpo, dibujando una linea con curvas ascendentes y descendentes. Mis manos comenzaban a tener vida propia y se movían por el camino de tu cara a tus pechos, parándose en éstos últimos para tomarlos con fuerza. El calor apremiaba nuestros cuerpos, ardíamos en pasión. Tu camiseta de asillas blanca fue a parar al suelo en cuestión de segundso, el mismo tiempo en que mi boca no pudo aguantar más a recorrer tus pechos cubiertos por un sostén del mismo color. Éste terminó junto a su compañero anterior, dejando paso a mis labios y mis dientes, que besaron, lamieron, mordieron y chuparon tus excitados pezones. Tus uñas comenzaban a arañar mi camiseta, haciéndola subir hasta mis hombros y luego caer en vertical dirección el piso. Tu espalda se puso erguida para continuar besándome mientras me desabrochabas el sujetador que pedía a gritos huir con su camarada caído en batalla. Tus manos recorrían mi espalda desprovista de ropajes y yo revolcaba las mías por tu pelo pardo.
Fui despojada de mis pantalones, al igual que tú lo fuiste de los tuyos, y con tan solo nuestra pieza más íntima de ropa aún por ser arrebatada, te abalanzaste sobre mí y nos fundimos en un abrazo que parecía eterno, unido a besos incandescentes. Nuestros poros desprendían ardor y la potencia con la que una bomba muscular bombeaba nuestro torso era incesante.
Mis dedos se escurrieron en el interior de tus bragas para llegar al único punto húmedo de tu ser: tu sexo. Inicié un roce excitable en tu clítoris, originando tus primeros espasmos de placer para, segundos más tarde, introducirte uno de mis dedos en tu vagina. Ahogaste tu respiración y yo espiré ese aliento que tú habías escondido en lo más profundo de tu garganta. El amor procesado en esos momentos era tan relativamente alto como una ecuación elevada al infinito. Penetraciones ininterrumpidas con diversos gradientes de intensidad, rapidez y número de dedos que provocaron en más de una ocasión gemidos y marcas de uña en la piel. Tomaste tú las riendas entonces, deseabas producirme una sensación inigualable con tu mano, tu mirada de deseo y vehemencia me lo dijeron todo. Contínuas insercciones de tus extremos en mi sexo produjeron el aceleramiento de las palpitaciones de mi corazón, sentía que estallaba por dentro. Rozabas con gran rapidez mi clítoris, gemía locamente y unas vibraciones repetidas movían mi cuerpo. Tomaba ayuda de los cojines cercanos para depositar en ellos mi fuerza y el frenesí en tu boca. Lamías en ambas direcciones verticalmente, estimulando mi zona erógena en uno de sus máximos auges. Suavemente te hice tumbar boca arriba en la trayectoria opuesta a la que me encontraba y al mismo tiempo que tus labios se humedecían preogresivamente, nos besábamos con mayor intensidad. Fui bajando lentamente por tu cuello, pasando por tu clavícula, haciendo un breve Stop en tus pecho, para continuar en tu ombligo. Lo mordía, le propinaba besos e incesantes lametones, aunque no cesé ahí: mi destino era tu clítoris, al cual llegué mediante líneas trazadas con mi lengua. Hacia arriba y hacia abajo era el movimiento de mi sinhueso, que coincidía con el de tu pelvis y tu respiración acelerada. Durante el roce de tus pétalos carnosos con la punta de mi lengua introducía a distintos intervalos de tiempo y prisa uno de mis dedos en el intrínseco hueco de tu entrepierna.
Una vez quedamos saciadas, nos paramos abrazadas a escuchar el latir de la otra persona, yo me hallaba bajo la protección de tu cabeza y tu brazo. No hacía falta acercar mucho la cabeza al pecho para escuchar los nombres que gritaba cada uno de los corazones. Masajeé suavemente tus pechos individualmente con una única mano, acariciando sutilmente los pezones. Me incorporé un ápice del sillón para besar el más cercano a mi boca y mirarte a la cara, para más tarde, mientras me hundía en la profundidad de tus pupilas decirte una frase que originó una de tus más bonitas y ruborizadas sonrisas que tuviste.

"Quiero Islandia en tus tetas, seguir mordiendo el Reykiavik".

Fortress




Mi fortaleza de cristal está compuesta por estalactitas y estalagmitas que me mantienen encerrada durante más tiempo, dejándome agonizar en el frío suelo, ahogando mis gritos en lágrimas que recorren mis mejillas frías, dan a parar al borde de mi cara para saltar con ánimo al abismo que las separa de ella, dan a parar al suelo congelado.
Sentada, con las piernas encogidas y apoyando mi barbilla en ellas, hundí poco después mi cabeza en su interior. Me estaba suicidando por dentro, cada vez, de manera más intensa, me pudría en esa jaula helada donde ni un atisbo de viento susurraba el agua congelada. Un suave vaho salía de mi boca, creando unas pequeñas nubes grisáceas con el temblar de mis dientes y la expulsación del aire procedente de los pulmones. A duras penas conseguía continuar despierta, ya que un dulce sueño hipnotizante me hacía cerrar los ojos hasta llegar a un punto donde, inconsciente, terminaba cayendo en picado hacia la hoja que me envuelve para resguardarme del frío y hacer que el cansacion se apodere de mi cuerpo, dejándome llevar lejos, en el carruaje de Morfeo.
Alas de mariposa unidas a mi cuerpo mediante la piel, una mezcla entre negro y verde que provocan un impacto visual.... Soy capaz de dar un fuerte aleteo que puede provocar un tornado. ¿Quieres entrar a mi fortaleza de hielo y comprobarlo?