Audio: Puddle of Mudd - Drift and die
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Un sillón beige pálido con mullidos cojines son las nubes que soportan nuestro cielo de piel y hueso. Mi espalda horizontal contacta con las grandes almohadas rugosas a través de mi camiseta negra de tiras, mientras tú te hundes entre mis brazos y recorren mis manos traviesas por tu estómago. Te estremeces en algunos momentos, cuando el aire suave expulsado por mi nariz choca con tu oreja y te produce cosquilleos que originan una risita juguetona y mimosa al mismo tiempo. Me enderezo sobre tu cuerpo acostado, sugiriéndote una mirada inquieta y malvada; me respondíste del mismo modo, añadiéndo además una sonrisa cómplice. Comencé a apretarde delicadamente el costado, provocándote cosquillas que te hicieron revolcar en el pequeño hueco del sillón que te correspondía.
Acto seguido, entre tanto movimiento, nos besamos. Fue un beso muy apasionado y ardiente, tanto que nos despegamos enseguida por temor a quemarnos. Sin embargo, continuamos besándonos de la misma manera, cada vez más y más intensamente: no nos importaba arder en un fuego cuya llama iluminaría toda una caverna gobernada por sombras. Una de mis manos acariciaba de forma delicada la tez blanquecina de tus pómulos, entretanto la tuya prefería enredarse en mi pelo y recorrerlo con fuerza. Lentamente nos íbamos mudando una encima de la otra; yo tomaba poder sobre tu cuello y tu clavícula y tú rozabas mi cabello revuelto. Cada contacto de mis labios con tu piel hacía que ambas nos estremecíesemos y, sincronizadas, fuéramos moviendo nuestro cuerpo, dibujando una linea con curvas ascendentes y descendentes. Mis manos comenzaban a tener vida propia y se movían por el camino de tu cara a tus pechos, parándose en éstos últimos para tomarlos con fuerza. El calor apremiaba nuestros cuerpos, ardíamos en pasión. Tu camiseta de asillas blanca fue a parar al suelo en cuestión de segundso, el mismo tiempo en que mi boca no pudo aguantar más a recorrer tus pechos cubiertos por un sostén del mismo color. Éste terminó junto a su compañero anterior, dejando paso a mis labios y mis dientes, que besaron, lamieron, mordieron y chuparon tus excitados pezones. Tus uñas comenzaban a arañar mi camiseta, haciéndola subir hasta mis hombros y luego caer en vertical dirección el piso. Tu espalda se puso erguida para continuar besándome mientras me desabrochabas el sujetador que pedía a gritos huir con su camarada caído en batalla. Tus manos recorrían mi espalda desprovista de ropajes y yo revolcaba las mías por tu pelo pardo.
Fui despojada de mis pantalones, al igual que tú lo fuiste de los tuyos, y con tan solo nuestra pieza más íntima de ropa aún por ser arrebatada, te abalanzaste sobre mí y nos fundimos en un abrazo que parecía eterno, unido a besos incandescentes. Nuestros poros desprendían ardor y la potencia con la que una bomba muscular bombeaba nuestro torso era incesante.
Mis dedos se escurrieron en el interior de tus bragas para llegar al único punto húmedo de tu ser: tu sexo. Inicié un roce excitable en tu clítoris, originando tus primeros espasmos de placer para, segundos más tarde, introducirte uno de mis dedos en tu vagina. Ahogaste tu respiración y yo espiré ese aliento que tú habías escondido en lo más profundo de tu garganta. El amor procesado en esos momentos era tan relativamente alto como una ecuación elevada al infinito. Penetraciones ininterrumpidas con diversos gradientes de intensidad, rapidez y número de dedos que provocaron en más de una ocasión gemidos y marcas de uña en la piel. Tomaste tú las riendas entonces, deseabas producirme una sensación inigualable con tu mano, tu mirada de deseo y vehemencia me lo dijeron todo. Contínuas insercciones de tus extremos en mi sexo produjeron el aceleramiento de las palpitaciones de mi corazón, sentía que estallaba por dentro. Rozabas con gran rapidez mi clítoris, gemía locamente y unas vibraciones repetidas movían mi cuerpo. Tomaba ayuda de los cojines cercanos para depositar en ellos mi fuerza y el frenesí en tu boca. Lamías en ambas direcciones verticalmente, estimulando mi zona erógena en uno de sus máximos auges. Suavemente te hice tumbar boca arriba en la trayectoria opuesta a la que me encontraba y al mismo tiempo que tus labios se humedecían preogresivamente, nos besábamos con mayor intensidad. Fui bajando lentamente por tu cuello, pasando por tu clavícula, haciendo un breve Stop en tus pecho, para continuar en tu ombligo. Lo mordía, le propinaba besos e incesantes lametones, aunque no cesé ahí: mi destino era tu clítoris, al cual llegué mediante líneas trazadas con mi lengua. Hacia arriba y hacia abajo era el movimiento de mi sinhueso, que coincidía con el de tu pelvis y tu respiración acelerada. Durante el roce de tus pétalos carnosos con la punta de mi lengua introducía a distintos intervalos de tiempo y prisa uno de mis dedos en el intrínseco hueco de tu entrepierna.
Una vez quedamos saciadas, nos paramos abrazadas a escuchar el latir de la otra persona, yo me hallaba bajo la protección de tu cabeza y tu brazo. No hacía falta acercar mucho la cabeza al pecho para escuchar los nombres que gritaba cada uno de los corazones. Masajeé suavemente tus pechos individualmente con una única mano, acariciando sutilmente los pezones. Me incorporé un ápice del sillón para besar el más cercano a mi boca y mirarte a la cara, para más tarde, mientras me hundía en la profundidad de tus pupilas decirte una frase que originó una de tus más bonitas y ruborizadas sonrisas que tuviste.

"Quiero Islandia en tus tetas, seguir mordiendo el Reykiavik".