Ajústame el volumen

Y sigo aquí, me encuentro sentada en un taburete de madera, con el pelo ondulante a mi alrededor protegiendo mis hombros, mirando por la ventana esperando que el sol salga e ilumine mi rostro sin hacer daño a mis ojos.

Quizás no sean claros, pero tienen mucha sensibilidad. Alargo la mano, rozando con mis dedos de un extremo a otro el segmento imaginario en medio del alféizar polvoriento.
Debería limpiarlo. La guitarra está apoyada en la otra esquina, rellenando el hueco vacío que queda entre la pared y el cristal.



Casi todos los dias levanto la mano para tomar la guitarra y saturar el cuarto de energía. Melodías incesantes caminan por mi mente, inspirándome en nuevos sonidos y armonías, dejando que mis dedos deambulasen por el mástil. Sin embargo hoy, se balancea suavemente con la pequeña brisa que llega hasta nosotras e inunda la habitación, enterrándola en un ambiente cálido, soñoliento y melancólico. Parece que con esos pequeños movimientos tiene vida propia, pero realmente la saborea cuando tiemblan sus seis cuerdas de acero al contacto de mis manos.


Pestañeo. Me quedo embobada con el hálito de la naturaleza que consigue mi evasión del plano terrenal. Miro hacia las nubes, algodones de azúcar, algunos maltrechos, enredados en el enorme telón azul que cubre la gran habitación. Observo cómo se arrastran por el cielo. Sus pasos son lentos, no tienen prisa en llegar hasta la otra esquina, para qué. Cada nube es un plan, unas más grises, otras más transparentes.
Nosotros somos nubes, no más.

Sábanas deshechas, pies desnudos


La luz del día se superpuso a la oscuridad nocturna, al igual que el fresco que recorría cada esquina de la habitación se distorsionó en calidez. Con las sábanas envolviendo parte de nuestros pies me di cuenta que tu cuerpo continuaba haciendo de lienzo, sujetándome dentro del colchón. Percibía el olor de tu piel, casi podía tocarlo. Tu brazo protector me abrazaba y la enredadera que formaba el mío a su alrededor nos hacían permanecer unidas. Conseguí dirigir mi cuerpo hacia la parte que daba la espalda, observé como tu pecho subía y bajaba con las profundas inspiraciones que acometían tus pulmones. Mi mirada estaba llena de ternura, pendiente de los mechones oscuros que te caían por parte de la frente y la clavícula. Unos párpados adormilados sacaron fuerzas para abrirse y que la primera imagen al despertar esa mañana fuese yo. Tus penetrantes pupilas se centraron en las mías y ese mero hecho fue como una lánguida caricia que recorrió toda mi tez.

Pestañeé una, dos veces. Una abatida sonrisa se dibujó en mi boca y la tuya mostró tus dientes de manera tímida. Tu cuerpo desnudo se acercó unos centímetros más al mío para regalarme unos cuantos besos de buenos días. Sujetaba tu cara mientras te rozaba la oreja con mi pulgar, tu te limitabas a dar libertad a tus manos para que explorasen mi nuca y mi pelo revuelto. Finalmente me decidí por colocarme sobre tu figura con movimientos lentos, esta vez íbamos muy despacio; te daba docenas de perezosos, suaves y húmedos besos, y ofrecía a tus pechos con diminutos mordiscos y caricias. Viajé hasta el centro de tu cuerpo para redondearlo con mi lengua, pellizcarlo con cuidado con mis dientes y repartir besos homogéneos por todo tu vientre. En algunos instantes tu piel se erizaba a causa del aire que expulsaba por mi nariz, cuando te acariciaba con ella los ondulados abdominales que emergían de tu estómago.

Saboreé de nuevo el néctar que surgía de tu sexo, lamí dulcemente tu clítoris y lo rocé con los dedos. Tomaste entonces mi cara para alzarla hasta tu altura, besarme intensamente y colocarme bocarriba para que comenzases a ser la protagonista de mi placer, la culpable de mis gritos ahogados en lo más profundo de mi garganta. Lentos y pausados besos caminaban por mi cuello, procedentes de tu boca, al mismo tiempo que introducías un par de dedos dentro de mi ser. Me aferraba a ti, miré dentro de tus ojos mientras me llenabas y volvías a convertirte parte de mi.

Me habías tomado tal como era, toda yo. Habíamos disfrutado de cada momento juntas, encantadas también con cada parte del sexo que habíamos hecho. Cada una había pasado las manos por encima del cuerpo desnudo de la otra, aprendiéndose cada plano y cada curva. Saboreamos todas las hendiduras y oquedados, compartiendo los secretos corporales vedados al resto del mundo. Ahora yacía en tu pecho, escuchando las palpitaciones de tu corazón lento, relajado. Hundías tus largos dedos por las sendas pardas de mi cabello, enredándolos para rehacer los tirabuzones un tanto deshechos. Pasé mi mano por tu vientre y lo palpé delicadamente. Agachaste levemente tu cabeza para besarme la frente, nuestras miradas coincidieron y lo repetiste, esta vez uniendo nuestros labios y nuestra lengua.

El sol se posó en el alféizar de la ventana, inundando con una mayor claridad a la habitación, proporcionando un divertido juego de sombras por tu cuerpo. Arqueé las cejas y te sonreí, a lo que me respondiste gratamente con una imitación. Tras un instantáneo beso resbalé mi cara hasta aterrizar de nuevo en tu tórax, susurrando al ritmo de tus palpitaciones:

"Se ha enredado en tu cabello un ciclón de mariposas".

Frigidez nocturna


El silencio que reinaba esa taciturna noche en la calle se vio interrumpido por un arrastrar de pasos a destiempo, cuyo sonido se acercaba más y más a la fachada de un bloque de pisos. Me adentraba en las sombras con mis pantalones ajustados y negros con varios cortes, a lo largo y alrededor, y una chaqueta gris clara, moteada por manchas de leopardo un tanto más oscurecidas. Una luz tenue cuyo brillo se situaba en la medianía del edificio hizo que mis ojos se dirigieran en la esperada dirección, logró captar mi atención. Introduje mis dedos en el bolsillo de la chaqueta y sacar el móvil; tras una breve señal de llamada comencé a escribir un mensaje de texto tan rápido como los dedos pudieron hacer con el frío que les inundaba: <
Hey, abreme la ventana y tira la cuerda, q hace un poco de frio en manga corta!>. Al momento, un leve chirrido de cristal se pudo oír varios metros por encima de mi cabeza, descendió una cuerda con la que logré alcanzar la esperada cima sin muchos problemas para ello.

En el alféizar de la ventana te miré, y pude notar un destello en tus ojos que no había visto antes. Estabas realmente bonita incluso a las dos de la madrugada, sobre todo con mechones de tu pelo azabache hacieno puenting con dirección tus pechos. Tras una sonrisa correspondida y un carraspeo, entré, volviendo a enrollar la soga que dejé tras de mi. La deposité a un lado, en el suelo, mientras me acercaba mirándote a tus profundas pupilas negras y mordiéndome un poco el labio, como un león que se relame ante su presa. Suspiraste con una mirada pícara, tus dedos me rodearon la cintura para que tomase posesión de tu cara con mis manos y nos fundimos en un beso del que tardamos en despegarnos.
-Con que manga corta, ¿eh? -soltaste con un tono de guasa mientras me observabas.
-Sabía que así te daría más pena y te darías más prisa.. y lo hiciste. -mi fiel sonrisa me acompañó tras esa afirmación. Giré sobre mis talones para dar media vuelta y avanzar un par de pasos hasta la ventana que había quedado abierta tras mi intrusión en el cuarto.

Un chasquido delicado logró que la corriente invisible de la noche dejase de corretear por mi cara y mi cabello ondeante, dejó el oxígeno suficiente para las dos. En el momento que mi vista coincidió con la tuya pude contemplar cómo dabas un paso lento hacia mi. Tus dientes quedaron al descubierto, enlazados a una mirada traviesa. Esbocé una carcajada de nerviosismo, un espasmo eléctrico recorrió toda mi columna vertebral. Continuaste dando otro paso depredatorio que me invocó la figura de una pantera surgiendo de entre la penumbra, consiguiendo que casi se me doblasen las rodillas. Una oleada de expectación estremeció nuestros cuerpos con el contacto de la yema de tus dedos en mis mejillas y las mías por tu cuello en el instante que nuestras bocas se encontraron. Te retiraste un poco para darme la mano y atraerme hacia la cama, te sentaste en el borde por la zona de los pies y me tomaste por la cintura. Me dejé caer encima de ti, nuestra vista quedó inyectada en la otra y como consecuencia, parecía que el tiempo era ilimitado. Todo lo que importaba era el aquí y el ahora. Tomaste mi barbilla, acercándome a tus labios carnosos y sensuales, cerré mis ojos para dejarme invadir por las maravillas que ocultabas. Como dice Neruda, en un beso sabrás todo lo que he callado. Mantuviste cautivo mi labio inferior durante un largo y erótico momento, y con una exhalación diste fin al beso. Un sabor exquisito se quedó impregnado en mi paladar, como si de un dulce se trataba; en la punta de mi sinhueso albergaba una sensación salada, como el jugo de una fruta exótica. Un olor escaló hasta los orificios de mi nariz, produciéndome las irrefenables ganas de tener una degustación de tu piel.

Provocándote con un movimiento pélvico, uniendo la cumbre de nuestros montes cubiertos por dos piezas de ropa todavía, una súbita avalancha de deseo consiguió que me besases de una manera tan apasionada que tuve que relajarme para calmar el ruidoso palpitar de mi corazón. Me erguí sobre tu cuerpo yacente en el colchón, tu boca aún estaba sedienta del aroma de mi piel pero resisitió la tentación de contactar con la mía para cederle el protagonismo a tus dedos que decidieron introducirse por el interior de mi camiseta para jugar y, de una manera pausada y seductora, lograr desprenderla de todo contacto físico. Mientras la depositabas a un lado de la cama permaneciste inmóvil, embebiendo la visión de mi torso semidesnudo y dorado por la luz tenue de la lámpara apoyada en la mesita de noche. Tu mirada recorrió mis hombros, bajaste por mi clavícula y mis pechos cubiertos por un sujetador grisáceo de zebra, continuó el descenso por mis costillas, mis pequeños pero ondulantes abdominales y un ombligo que pedía a gritos un mordisco, se detuvo en las finas cuerdas gemelas de músculo que atravesaban la parte inferior de mi estómago y desapareció dentro de mis pantalones, llamando al ojo para que la siguiera. Tragaste aire con una rápida inspiración para ponerte a mi altura y susurrar un hilo de tu aliento por mi oreja, propinándole pequeños mordisco y declinando hacia el cuello en lo que usurpabas mis pantalones. Mis dedos fueron valientes lanzándose al bosque de tu pelo, apretando con poca fuerza algunos instantes y acariciando suavemente los rincones atezados de tu cabeza.

Giraste tu boca en dirección a la mía pero detuviste el movimiento. Mi lengua salió de su escondite y lamió con ligereza tus labios, con un gesto de atracción hacia ella. Tu respuesta fue grata, la seguiste para establecer contacto con la tuya. Mis manos no pudieron sucumbir a la tentación de igualar la situación, querían despojarte de tu camisa y consiguieron que le hiciera compañía a la mia en el piso. En seguida, mi dientes pudieron palpar la pareja de huesos que restaltaba en tu pecho y tu marcada garganta. Un gemido quedó ahogado en lo más recóndito de tu ser cuando deslicé una de mis manos entre tu cuerpo y el colchón y la cerré sobre la uve de tus muslos. Aquel contacto de intimidad absoluta provocó que cada nervio de tu cuerpo despertase brutalmente un intenso y ávido vacío. Los músculos se tensaron de forma rígida sobre la nada dentro de ti, impacientes por ser llenados y calmados. Te dejaste caer sobre la cama, alimentando el deseo que sentías mientras te arrebataba los pantalones y los dejaba caer con las anteriores prendas. Nuestros cuerpos quedaron unidos cuando me tumbé encima tuya y lo único que impedía el total contacto de la piel era la ropa interior. Suspiré al advertir que dos de tus dedos comenzaron a rozar mi prenda inferior describiendo círculos y apretar un poco mi entrepierna. Mis dientes hicieron su aparición y cerraron un pequeño y delicado mordisco amoroso en tu labio inferior, lo estiro un poco hacia mí misma y reanudo el beso que dejamos a mitad. Estaba vertiginosamente excitada por la circulación de tus extremos en mi clítoris, y eso hacía que mi lengua se pelease con la tuya.

De repente paraste para posar uno de tus dedos sobre mi rostro y un dedo se deslizó entre mis labios; lo chupé, queriendo tomarlo y saborear cualquier parte de tu cuerpo. Luego serpenteó por el camino de la felicidad hasta llegar al ombligo, con un billete de ida a mi bajo vientre. Esparciste la humedad a lo largo de los suaves pliegues que ocultaban mis bragas a conujnto con el sujetador, metiste tu dedo índice dentro de mi y lo introduciste profundamente. El avance y retroceso de tu extremo hacía que el flujo abundase, originando pequeños sonidos entrecortados que escapaban de mis labios mientras permitías que un segundo dedo entrase y se coordinase con su hermano. Cubrías mi cuello y hombros desnudos con besos de boca abierta e intercalabas minúsculos mordiscos, haciendo que el placer de tus dedos y la sensación de tus cálidos labios sobre mi piel me estremeciese. Tras varios segundos de intensa acción paraste, y la mano sobrante, con la que agarrabas mi costado para subir al ritmo de tus penetraciones, logró que intercambiásemos posiciones en el colchón. Desabrochaste la pieza de ropa que protegía mis senos para dejarlos al descubiertos para besarlos, darles caricias con la lengua, mordelos y producir en mí una sensación desgarradora de complacencia. Tu sinhueso comenzó a dibujar un zig-zag por todo mi estómago, parándose en el borde de las bragas grises que cubrían mi más íntima parte.

Lanzaste una mirada maliciosa que supe comprender. Levanté a varios centímetros de las sábanas mi trasero para que pudieses retirarlas, entretanto yo observaba tus pupilas caminar por toda mi figura. Esbozaste la sonrisa más amplia que pudiste, te acercaste manteniendo el contacto de tus ojos con los míos y al mismo tiempo que tu boca rozó la mía, introduciste tus dos dedos anteriores entre mis pétalos carnales. Comenzaste a empujar contra aquellos suaves y delicados pliegues y no pude evitar que se me escapara un ruidito de inquietud. Progresivamente la rapidez y la fuerza aumentó y no pude evitar que mis manos arañasen tu espalda, clavando con cuidado las pocas uñas que poseía. Conforme tus dedos bajaron la velocidad, tu boca se fue apartando de la mía y emprendió un descenso hasta el clítoris, la lengua tomó el control de la situación y de mis temblores. La sinhueso se movía en dirección vertical, de abajo hacia arriba, con un ritmo animado para conseguir que mi cuerpo temblase entero, tiritando hasta la saliva que relamía en mis labios. Volviste con los dedos, introduciéndolos lentamente y aumentando la agilidad de forma gradual. Inundabas mi cuerpo con las caricias de tu pelo azabache, me bañabas en besos cargados de pasión y sentimiento. Cuando noté que las fuerzas empezaban a fallarte un poco rodeé tu cuerpo con mis brazos e invertir los puestos.

Dándote un largo beso en la boca fui descendiendo por tu clavícula, seguidamente por los pechos, relamiendo tus pezones, lamí tu ombligo, lo mordisqueé juguetonamente y separé un poco tus piernas para ir al plato principal: una flor de carne que se abriría permitiéndome la entrada. Rocé tu brote con la lengua, cada vez con mas intensidad. La introducía lentamente mientras me ayudaba de un dedo para hacerte capaz de alcanzar las nubes con la punta de los dedos. Consentí que mi mano tomase el control de la situación para regresar a tu boca y sumergirla con mi lengua, mientras dejaba que mis extremos iniciasen un movimiento de penetración en tu vagina. Primero uno, luego dos y hasta tres fueron los que lograron que ahogases gemidos en tu gargante y agonizases de placer hasta suspirar de excitación. Acerqué mis dedos a la boca, y los lamí uno a uno. Te uniste al festín y nuestras lenguas terminaron enrollándose solas, tenían dependencia la una de la otra.
La noche fue larga y al separarnos varios centímetros pudimos sentir el frío de la habitación cernirse sobre nosotras. Nuestros cuerpos enroscado el uno sobre el otro, un brazo tuyo me hacía de almohada y el otro cobijaba mi costado de la frigidez nocturna. No nos hacían falta sábanas, te propinaba besos por la mano, te mantenía caliente con el contacto de mis labios; tú concentrabas tu calor en mi nuca con tu respiración, ahora sosegada y tranquila.

Transcurrió el espacio de un latido, luego otro. Fue entonces cuando entre perezosos y cálidos besos que te regalaba y las caricias con las que me obsequiabas, un segundo antes de que te quedases dormida entre mis brazos, completamente saciada y satisfecha, que la luna me sonreía y las estrellas se pusieron celosas...

Entierra tus secretos en mi piel

Deja tu inocencia en el camino, olvídala y dame la mano.Corramos por senderos desconocidos, descalzas, sintiendo cada parte de la naturaleza en la planta de los pies y que lleguen a todos los puntos de nuestro cuerpo. Respira profundamente el aire que te hace sentir libre, con el que parece que de una hondonada puedes levitar. Vamos a camuflarnos con los árboles, dejar que los búhos posen sus miradas en nuestras carcajadas, que dejemos en el recuerdo las caras tristes y concentrémonos en el incipiente verde que nace bajo nuestra base de músculo y hueso.

Puedes elegir quedarte conmigo o dejarme ir, corriendo muy lejos, antes de que yo sepa nada.

Mi sonrisa desaparece, me fue birlada hace tiempo. Tengo todas las cartas que te envié en mis labios, podrías saborearlas con cada beso pero prefieres guardar tu aliento para otra ocasión. Los pecados que inundan mi cabeza son una jaula para ti, prefieres escupir tu compasión sobre mi alma y negarte a darte cuenta de la realidad.

Tus mentiras se quiebran con cada bocanada que respiran mis pulmones, deshila tus razones para dar paso al gran telón rojo que presenta tu actuación.

Diez Letras, 18 puntos.

Él había escrito sus palabras en las paredes de la habitación, dejó la huella de sus labios impregnada en su piel. Ella no quería marcharse de la cama pero el tiempo corría en su contra y si no apresuraba la ida llegaría tarde a trabajar. Unas manos varoniles recorrían su cuerpo desnudo y la tentación de repetir esa experiencia junto a esas profundas pupilas la hacía estremecer; eras capaz de provocar amaneceres en mi tez con tu simple sonrisa...

-Sabes que voy a llegar tarde y no me gusta... -replicó entre besos que se esfumaban por los poros y quedaban ahogados en el aire de la habitación. Fue directa al borde de la cama para levantarse pero la mano del joven la retuvo y no dejó terminase la acción.
-No llegarás tarde... -Blake dejó entrever sus dientes lentamente, la comisura de sus labios llegó hasta la mitad de ellos -... porque he atrasado una hora el reloj. Quiero estar un ratito más contigo...


Se quedó perpleja, desconcertada por la situación que le había ideado en su cabecita. Las pestañas dejaron un gran espacio entre ellas para que sus ojos esmeralda quedaran envueltos por tal sorpresa y, segundos más tarde, cerrarse y notar el cálido beso que un chico de pelo azabache y revuelto le regalaba, tirando un poco hacia él a través de la muñeca. Los mechones ondulados del cabello cobrizo de Meredith hacían cosquillas en la cara de Blake, entretanto él derramaba sus caricias en la espalda bronceada de la muchacha. Consiguieron despegar por varios segundos sus labios. Ella se acostó paralela a su chico para acariciar lentamente su atezado cabello, introduciendo repetidamente sus finos dedos entre sus mechones.

Sus cuerpos creaban un contraste idílico, ojos esmeralda y miel, melena cobriza ondulada y moreno un tanto liso, cuerpo moreno y níveo. Físicamente eran tan distintos que parecía que no estaban hechos el uno para el otro; sin embargo sus personalidades complementaban aspectos en los que el otro carecía. Cuando ella se desesperaba por su mal día trabajando, el la regocijaba entre sus brazos tranquilizándola; si parecía que él no encontraba la solución a algún problema, ella ponía su parte de racionalidad al asunto y solventaban las dificultades.

-Me encanta cuando me acaricias el pelo y no se te enreda en él... -Blake se acercó varios centímetros al pecho de Meredith para rozar su cuello con la nariz -Tienes una piel tan suave que parece terciopelo...

-No seas bobo, eso es porque uso cremas después del baño. -estallaron en una risa armoniosa, leves carcajadas levitaban en el ambiente. -Cariño, voy a levantarme ya, así me puedo prepararme más calmada.

-No quiero que te vayas, quédate conmigo... -Meredith le propinó un dulce beso en la frente desnuda y otro en los labios. Blake tenía los ojos cerrados y cuando los abrió ya no se encontraba la chica en la habitación, se puso erguido y las pupilas se le dilataron.


Flashback


Las puertas de la sala de espera se abrieron con un torrente de fuerza y desesperación. Las manos trasegaban su pelo despeinado, y los ojos abiertos de par en par, maquillados de ojeras, no conseguían detener la mirada en un punto fijo de la habitación. Sus pies no conseguían detenerse, caminaban deprisa, cruzando la sala en varias zancadas.

-<<Esto tiene que ser una broma de mal gusto... Tiene que serlo.>> -susurraba para sí.


Minutos, pasaban los minutos, las horas muertas en angustia, impaciencia y exasperación. Deseaba ver un atisbo de luz al final del túnel, ver una figura humana con traje azul que consiguiera relajar su expresión de dureza en la cara y que respirase profundamente. Sus piernas no notaban el cansancio muscular ni la presión que se batallaba en esos instantes, no dejaban de avanzar entre el segmento que unía dos de las cuatro esquinas del cuarto. Miraba su reloj de manera incesante, quería controlar el tiempo y moverlo a su antojo con tan solo girar la manecilla plateada.


Una tristeza enorme le rajaba la garganta, la boca seca hacía contraste con sus ojos lacrimosos. Una mirada suplicante se alzaba hasta el techo, rogando a Dios que fuera tan misericordioso como lo anuncian en la Biblia. La exasperación recorría su columna vertebral como un gusano que infecta hasta la última célula del cuerpo, escalofríos que resquebrajan su piel segundo a segundo. Decidió sentarse en una de las sillas de plástico blanquecino y taparse la cara, haciendo presión con sus palmas. Inspiró fuertemente una bocanada de aire que tragó con dificultades, y uniendo la punta de sus dedos índice con la nariz y sus pulgares bajo el mentón, varios hilos plateados recorrieron su mejilla en dirección al suelo. Un torrente nacido en sus ojos, arrugas en la frente por el entrecejo fruncido. La voz de ella no paraba de resonar en su cabeza, una y otra vez suplicándole...


<<Recuérdame>>.