Código morse.

Redundancia cíclica que contamina mi ambiente, coincidencia episódica de mil lunares que parpadean por encima de mi cabeza. Parece que estén pendientes de un hilo en el firmamento, y el titiritero no las dejara moverse; están tan cerca...
El mundo cae, se desmorona, derrama gota a gota la sangre de sus entrañas. Revolotean las mariposas alrededor del cataclismo, brotan raíces de huellas muertas en el olvido.
Callan las voces. Silencio. Los gritos quedan desgarrados por una endeble sonrisa, victoriosa al fin y al cabo por la desaparición del sonido.

Susurran silencios en el amanecer, se despejan las nubes para darle todo el protagonismo al sol. Los graznidos procedentes de las gargantas de las gaviotas retumbaban en los oídos, una melodía suave y placentera acompañada del ronroneo de las olas. Pies que se hunden en la arena y dejan huella, agua y sal que los limpian.

El mundo cae, se desmorona, apuñala cada segundo lleno de telarañas...

Es hora de la Revolución

Cuando hueles la pólvora que rompe el silencio un escalofrío te recorre el cuerpo. Te amedrenta. Las palabras hieren como disparos en un caparazón vetusto, y el áspero sabor a fracaso hace que tus venas quieran retomar la sangre olvidada en el campo de batalla.

Banderas que se alzan, lágrimas que el suelo para y murmullos de una ciudad desgastada. Cuando los torreones se iluminan, tan sólo queda esperar a la llegada del tsunami. Las aves volaron lejos de aquí y el resto de manadas migraron, antes de que todo estallase. Sólo quedaron los animales supuestamente racionales para que llegara a su poder unas mortíferas armas capaces de engendrar un caos.

La revolución estalla, la ciudad arde. En la retina se queman los recuerdos que las pupilas grabaron del ayer, la ira observa la destrucción que se olvidó cuando vino el mañana. Es hora de apagar las luces, es hora de lidiar con nuestros desafíos y tomar el poder de nuestras vidas.

Guerrilla Radio.