Campo de minas.


El rugido de mi mente nostálgica arranca los recuerdos de mi piel para depositar un nuevo aroma, un huracán de sensaciones macedónicas que me fascinan y a la vez me enloquece. Reflejar el sol con un espejo, hacia las nubes de tu hoguera. Encontrar al mar verde mirando al horizonte de mi pensamiento, esperar con el barco a las valientes gaviotas que cruzan los límites de la tempestad.
Aunque las agujas del reloj no indiquen la hora exacta, los años se acumulan para ganar experiencia. Me ahogo en transiciones aberrantes, salpicando agobio y desazón. Traduce los colores en líneas abstractas por lamentos sumegidos en vasos ya vacíos.

Permanece tranquila.
La calma llegará... temprano.


Elegía del silencio.


Observo con ojos muertos
los astros sin vida
que custodian la tortuga blanca
nacida de la ceniza.
Clavar mis pupilas
en ideas moribundas
que turban mis memorias,
y apuñalan mi corazón sediento.

Arrancar un suspiro
del ayer marchito,
cerrar los párpados
de tu presentimiento
todavía oprimido y
otorgarle silencio.

El sueño de la nostalgia
sufre insomnio por la distancia
que el día oculta
y la tristeza sana.

Tus ojos aún abiertos
pestañean las heridas marcadas
en el equilibrio
turbio
de tu pensamiento.

Arrugas en el viento
heridas que no hay en tu piel.
Sentencias al otoño incierto
guardar la corteza de tu calma,
los llantos que el papel aguanta,
el rocío de una noche clara.

Crucificada en un limbo
provocando estalactitas,
callo mi dolor indómito
en hogueras de silencio.

El cénit de la aureola.


Y a la nada desapareciste tan rápido como llegaste. La agonía en tu pecho hacía eco de la melancolía errante de tu ser. Sucedió. Paraste en seco, sin dar si quiera media vuelta para que recordase la profundidad de tus pupilas. Machaste, sin terminar de hacer las maletas. Silenciaron mis gritos tus manos ahora livianas que se suspenden en el limbo de la recreación humana. Sacudo la tristeza que ampara mi desazón y pesadumbre, pues la calma llegará de un momento a otro. Intentastes conquistar el mundo entero, pero derribaron tus muros ahora cenizos. Reliquias de ese pasado que durante muchos instantes albergó esperanza y sobriedad. Pero sin contrato no hay garantía, y sin garantía no hay contrato. Firmaste sin mirar la letra pequeña, sin importante los vaivenes del camino. Aceptar todo tal cual viene es la base de la improvisación. Tu actuación fue sublime, pero ahora que no estás, ahora que faltas...

No me encuentro.

El hombre imaginario.

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario.

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios
Todas las tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios.

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario.

Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.

Crecer.

Cuando las palabras sobran,
e importan los silencios.
Momentos donde el hielo se rompe
a causa de tu respiración con la mía.
Abanico mi cabeza al aire,
queriendo descolocar los recuerdos,
que tu mirada inquisitiva se aparte
pero que tu curiosidad permanezca.

Porque tu piel toca la mía
y mi corazón se desboca.
Cierro los ojos con fuerza,
creyendo que todavía estás ahí,
analizándome con tu mirada curiosa
y con ganas de saberlo todo de mí,
sin dejar que yo ponga un pie en tu jardín.