Drive me wild.


Y el soldado cayó, abatido por balas ficticias. El león dejó de rugir para terminar siendo un gato de circo. El abismo se agranda, se dobla en kilómetros y no hay nada más estúpido que tratar de cruzarlo en dos saltos. Cuanto más miro al horizonte, más lejano parece, y mi mirada se pierde sin encontrar gaviotas que me lleven a un puerto seguro. A veces las frases de compasión podrías ahorrártelas, porque dar pena no es lo mío. Frena los impulsos y las palmaditas en el hombro, porque más que reconfortar, lo que hacen es exponer todavía más la herida. Sé que lo he hecho mal, que quizás tomando la pastilla azul la realidad podría haber sido otra, aunque a veces la marcha atrás llega demasiado tarde. O ni siquiera llega.

Maldigo las horas perdidas, el cansancio de mis retinas, los nervios creciendo en mi estómago y las palabras que quedaron pagando una hipoteca en mi boca. Me reitero cuando digo que ganas no me faltan, pero sé que ahora no es el momento, y que la tensión que envuelve mi bolígrafo terminaría esparciendo tinta que se desborda por estas venas.


Hoy no nace un sol para mí.
No hace falta, provocaré que salga.
Como sea.

Empty birds.


Ilusiones que se desvanecen
con el amanecer del nuevo día,
que parece igual que ayer.
Disertaciones que levantan todo
menos el ánimo de un pelotón
que espera ver un mañana
en el que al final no sale sol.
Otoños que te describen por dentro,
y veranos que asfixian tus pulmones.
Retazos de aquel cuaderno que olvidas
y que no quieres abrir de nuevo.

Despeja tu mente.
Límpiala con nuevos recuerdos.
Tatúa en tu piel esas palabras
que arañan la melancolía
y desbordan flaquezas.



Salta si ves llamas,
pero acuérdate de apagarlas.

Primero el chocolate, y luego la sorpresa


Y es cuando te miro,
que me entra el apetito
suficiente para comerme el mundo.

Que ya no se llevan banderas reclamando
guerras que hemos convertido en paz.
Y los cuentos, al igual que la vida, cambian.
Ahora es la princesa quien me encuentra.
No hace falta un hechizo encantador,
porque tu mirada lo hace todo.



Que todo el humo que desprendes por la boca
quiero tragármelo yo.
A pleno pulmón.

Sálvese quien pueda.


El mundo colapsa
mientras desayuno café,
y no me inmuto tan si quiera
por los nervios que florecen en tu melancolía.
Respaldo mis palabras
con argumentos de piedra,
inquebrantable acero el de mi lengua
capaz de no envenenarse si se mordiera.
Basta de escándalos,
nada de quejas o contradicciones
relegadas a una triste y fría compasión,
que a estas alturas, se sirve como el café.



Caliente, y dos de azúcar.
Por favor.

Charcos.


Lluvia, que no cesa pero tampoco continúa.
Que muestra cómo estoy por dentro, consumiéndome.
Sentada en el alféizar de la ventana,
sólo puedo pensar en un mañana gobernado por el sol,
espléndido y expectante a las nubes perecederas del crepúsculo.

Y cuando caiga la noche,
y tu mundo empiece a temblar,
ahí estaré yo, con mis manos llenas de cuerdas
para tirar de él como si fuese mío también.
Que no decaigan las promesas del mañana,
ni sucumban a los recuerdos del ayer.
Los salmos que murmuras entre tus labios
son la clave para mantener el equilibrio
sin que ninguno de los dos tenga nada que perder.

Linternas rojas.


Tiemblo, de pensarte. De saber que esta noche me espera un hueco en la cama, y que es tu silueta vacía del ayer. Quieres hablar de nimiedades, de cómo te ha ido el día, qué he hecho yo, si el albor del cielo era más bonito que el crepúsculo. Pero mientras, esta pequeña mente insensata recae en el mismo pensamiento absurdo que a todas horas se cruza de esquina a esquina: por ti ha perdido toda la razón que le quedaba. Necesita pensarte como el café a las mañanas, el cigarro a posteriori del sexo. En mis sueños te apareces con la misma asiduidad que al alba, y sabes que te extraño, tan bien como tú lo haces. Quiero exprimir estos sentimientos que coagulan en mis venas, entorpecen mis sentidos y regalan palabras a una boca llena. Tu hálito me pone nerviosa cuando me besas mientras hablo, pero sabes que me encanta, tanto o más cuando sonríes antes de conectar tus labios con los míos.



No puedo decir otra cosa, más que te necesito a mi lado.
Tanto para que me acaricies, como para conquistar el mundo.