Nebulosa ardiente.


Invítame a un café con
esa mirada tuya,
y yo te llevo al fin del mundo
en mi habitación.
Tiemblan mis piernas
cuando te ven pasar.
Y mi mano quiere la tuya,
pero yo le digo (que)
'ya no es posible',
y me mira y me maldice.

No quiero escuchar lo que dices,
me interesa más cómo me mires.
Me desbordas con tanta duda,
y tú todavía sabes que sigo siendo tuya.
Importan las palabras,
también las maneras,
sólo busco arrancarte la vergüenza 
entre el vaivén de tus caderas.

Me insultas con miradas huidizas
pero mis pies siguen firmes.
No es cuestión de quedarse o de irme,
sólo que no tienes ni idea de cuánto me cuesta

resistirme.

Amantes de la noche.




Quisiera pensar que aparecerás frente a mi puerta,
sin silencios incómodos
ni palabras olvidadas.
Soy ingenua, y a estas horas ya estarás
prácticamente dormitando
en uno de esos sueños
donde no estoy yo.

Tal vez esos alocados ademanes
de ir y venir,
de buscar y volver,
de perder y no encontrar,
hayan reaparecido de nuevo por tu mundo.
Y has de saber que por fría que la noche sea,
mis brazos son la estufa perfecta para tu cuerpo.

Rara es la vez que me giro y no te veo
entre la muchedumbre,
que tus pupilas azabaches no destacan
entre el resto de mortales.


Y sé que tus versos no son dedicados a mi,
que como musa no valgo la pena.
Por eso prefiero ser amante,
porque las palabras últimamente
están sobre valoradas.

Pupilas.



No quiero que continúe
lloviendo,
no en esta ciudad,
no sin ti.
Porque me inundan los recuerdos,
aunque te encuentres viviendo
en la otra punta,
y ojalá fuera de esta cama, o de mi mano,
como una extensión más,
donde mi cuerpo desemboca
en el tuyo.

Todavía espero que mires mi número
que ya no pulsas
para llamarme y susurrarme
que me quieres,
que tus pupilas quieren seguir clavadas
en las mías.
Que me quieres desgarrar el alma
a mordiscos,
desbordarme el corazón con caricias
y versos sueltos.

Asfixiada.




Si este lenguaje es capaz
de provocarte,
incluso entre los sueños más fríos
para hacerte el amor con sonidos
o navegar por tu pelo.
Cambiémonos las pieles,
con perversiones y sin palabras,
que los dioses sientan envidia
de esta decadencia que buscamos.
Enreda tu lengua en la mía
para no hallar salida alguna
de este laberinto de ideas,
diversas y perennes,
hasta llegar al epicentro de
tu mirada
aún vacía,
y la mía
aún asfixiada.

Aquí, y ahora.



Las llaves tiradas, junto a la bolsa de la tienda. A medida que avanzábamos por el pasillo la ropa se desprendía de nuestros cuerpos, ardiendo en deseo por tocar la piel del otro. Tratando de no caer antes de llegar, logramos con poco esfuerzo alcanzar la cama. Tú encima, y yo mirando tus ojos, a tus pupilas centelleantes y a tus labios inmóviles. Mordí los míos como provocación y conseguí el premio esperado: que los tuyos se motivaran de nuevo para atacarlos. Un súbito y electrizante latigazo de excitación me recorrió entera. Lanzaba besos cálidos a tu boca, borbotando una pasión indómita ue fue capaz de extirpar el temblor de tu voz en forma de suspiro contenido. Mis piernas se fueron colocando alrededor de tu cintura a la vez que dejabas caer tu peso en mi, con un sutil movimiento, incitando a la temperatura subir.


La intensidad del contacto con tu boca alborotó los jadeos que se encontraban atragantados en nuestro cuello. Muy despacio, envolvías mi cuerpo sinuosamente con el tuyo; querías tener más de mi lengua unida a la tuya, y más de mis manos custodiando tu trasero. Quiero sentirte desnuda contra mi cuerpo, sentir cómo te daba la bienvenida a los huecos más recónditos de mi ser. Las camisetas tenían como final el suelo, y los pantalones el mismo, aunque todavía estábamos batiendo una pequeña lucha de cinturones y cremalleras, hasta quedar completamente en prendas íntimas. Durante ese tiempo, tu boca sensual mordisqueaba la mía tímida pero con ansia de tu saliva. Te quedaste expectante ante mi figura, los dedos caminaban un poco cohibidos hasta la tela de mis pechos, por lo que mi mano se unió a la tuya para darte seguridad. Una sonrisa se iluminó en tu rostro y yo, por mi parte, me tatué una igual de grande. Procedí a quitarme el sujetador y por tanto, liberar un par de razones para continuar este baile en desnudez. Tus pechos también eran espléndidos, del tamaño perfecto de mi palma y con unos pezones ideales para enredarlos con mi lengua. Levantaste los míos, los tomaste generosamente, apretándolos levemente, para después hundir tu rostro a estas curvas que provocaban tu locura. Comencé a gemir suavemente, a causa de tu mordisqueo incesante por mi pezón, regalándome además una lluvia de besos por el otro pecho gemelo. Me retorcía de puro placer, la intensidad de tus besos junto al roce provocado por tu entrepierna comenzaba a ser peligrosamente excitante.

No aguantaban más tus manos y emprendieron un paseo por las zonas bajas y bastante húmedas de mi pelvis. Alcé mi cabeza hasta tu clavícula, mordiéndola a lo largo y subiendo por tu cuello. Un par de gruñidos se te escaparon, al igual que espasmos por continuar tocando aún tus pechos. Bajé un poco de la cama, a la altura justa para saborear tus pezones una vez más, por igual. Una lentitud vertical se sumía en nuestros cuerpos, hasta que te separaste de mi para posar los pies en el suelo frío y alzar el metro ochenta de figura semi desnuda que eras ante mi. Mis manos pasaron a despojarte del último retal que tus caderas custodiaban, y las tuyas las copiaron con mi persona.


Tu mirada orbitaba a mi alrededor, recelosa. Provocativa. Recorrió mis pechos y bajaron por el estómago hasta la uve que se cerraba en mis muslos. Te arrodillaste y procediste, con una gran sonrisa, a lamer la piel de mi bajo vientre y continuar bajando por aquella lisa piel a base de mordiscos, curvando la lengua una vez en la parada destinada. Clavé mis dedos en tus hombros mientras lamías una y otra vez, con movimientos, para acumular más excitación por mis pliegues. Chupaste el sensible brote de mi feminidad, haciendo que me arquease contra tu boca pidiendo más. Cada centímetro era barrido por tu lengua, hasta que un intruso de temperatura más fría subió desde los muslos hasta llegar a hacer una deliciosa fricción en mi sexo, despertando zonas erógenas que hacían temblar mis rodillas. Me agarré a tus hombros en busca de un punto de apoyo, a lo que tú respondiste deslizando más áapido tus manos y saboreándome más intensamente.

Apartaste tu cara un momento de aquel volcán a punto de estallar y fue el momento idóneo para que yo liderase la guerra. Invertimos los papeles y esta vez era mi cuerpo el que se erguía encima del tuyo. Tomé un trago largo de la visión de tu cuerpo desnudo antes de agacharme para recibirte entre besos húmedos y ronroneantes. Te besé profundamente, buscando tu sinhueso con la mía hambrienta. Posé mis dedos bajo tu trasero y tus piernas rodearon mi cadera, de ta modo que mi mano quedaba prisionera de tu entrepierna. Te retorcías nerviosa, buscando la manera de sentirme dentro pero con un poco de dilación, con una mirada de arrogante diversión. Al mismo tiempo que mis labios se acercaban a los tuyos, mi dedo índice procedía a tocar los pétalos de tu sexualidad, y en la toma de contacto me mecí contra ti en un lento movimiento sexual donde me deslizaba hacia atrás y hacia delante dentro de la uve resbaladiza que tenías entre los muslos. Comencé a restregar la mano con un movimiento que se aproximaba al apogeo con dos dedos. Los jadeos que en un comienzo eran suaves, los empezaste a lanzar al aire de manera un poco más frenética. Me encantaba visualizar de cuando en cuando tus ojos brillantes y las mejillas sonrojadas que se te ponían con cada mirada de ternura que depositaba en tus iris. Eres presa del hambre insaciable que sientes por mí. Te separé un poco más las piernas y disfruté un poco más de tu figura tendida en la cama, con respiración jadeante, los senos hinchados por los mordiscos y los muslos resbaladizos por el deseo efervescente que emanabas. Besos cargados de intensidad desplomé sobre tu vientre mientras mi mano se demoraba una y otra vez por tus muslos hasta llegar a rozar tu brote sensible. Arqueaste las caderas hacia arriba, mordisqueé tu ombligo, y me cercioré de tomarte con toda la ternura y energía que no te habían mostrado antes. Abriste los ojos, sorprendida de las corrientes eléctricas salientes de tus resbaladizos pliegues. Di lametones por los lados de tus pechos, hasta llegar al centro, y de ahí a los pezones, pasando enérgicamente la lengua por ellos, con un roce muy sensual para llegar a mordisquearlos alternativamente con los dientes. El placer te sonsacaba pequeños gritos ahogados en la garganta, sobre todo cuando los dedos salieron del escondite para establecerse un tiempo en tu clítoris.


Levanté más tus piernas y bajé con la boca una segunda vez. Tu boca llenó la noche de gimoteos varios mientras yo me limitaba a besarte, a lamerte, a introducir mi lengua en tu recoveco íntimo. Se sumergía entre tus plieges, haciéndote estremecer. Te corrías en una serie larga de espasmos mientras continuaba lamiéndote. Estremecías demasiado y paré. Pero justo cuando pensabas que sería el fin, te mordisqueé delicadamente y arranqué nuevos espasmos de tu cuerpo con los dedos en tu clítoris. Arqueabas de nuevo las caderas, y mi cuerpo subió para que mi boca alcanzase la tuya. Los dedos no se movían del centro de tu uve, pero mis labios querían acallar tus gemidos. Más expectación y velocidad frenética en el ambiente. Faltaba poco, pero ambas deseábamos que aquello durase el mayor tiempo posible, que el placer fuera tan grande que te hiciera rechinar los dientes. Mi cabeza bajó hasta tu estómago, besando intermitentemente tu ombligo, buscando desesperadamente con el tacto tu orgasmo. Tu respiración era un rumor enloquecido, y los latidos de tu corazón se agolpaban con los míos. Te hervía la sangre, lo podía notar. Las temblorosas contracciones dieron punto a su fin, la intensidad de nuestros cuerpos llegó hasta un punto infinito, donde la realidad no era más que ese momento en aquellas cuatro paredes, con una cama, con dos personas en ella.


Contigo.
Conmigo.

Piezas de ropa.


Mis brazos continuaban cruzados y uno de mis tobillos balanceándose, apoyado en la rodilla contraria, denotando cierto nerviosismo. Tú, mientras, te tomabas todo el tiempo necesario para probarte la ropa, hasta que finalmente me llamaste para verte. Comprobé lo bien que te sentaba el pantalón negro ajustado, y lo mejor que combinaba la camiseta gris. Mis ojos viajaron por tu cuerpo, recorriéndote de arriba a abajo, y un fino hilo de baba imaginario se descolgaba de mi boca. Te bajé las gafas de sol de la cabeza con un "así, sí". Te reíste, y me empujaste fuera del pequeño habitáculo para poder cambiarte. No opuse resistencia, pero realmente no quería salir. Pensé, sonreí. Y tras dos segundos de una mirada furtiva de reconocimiento hacia resto de probadores vacíos, giré sobre mis pasos y abordé el mismo espacio en el que tú te hallabas con un rápido movimiento de cortina.

Todavía estabas contemplándote en el espejo, con la espalda vuelta hacia mí, y la camiseta a medio quitar. No hicieron falta palabras, porque mis manos se lanzaron al vacío de tu cuerpo, conquistando tu vientre, arañándolo, a ritmo y compás de mi respiración lenta. Mis dedos fueron subiendo hasta tus costillas, para ir quitándote la camiseta. Despacio. Durante el camino me apetecía rodear tu columna de besos cálidos y apaciguados, que hicieron a tus brazos apoyarse en el espejo. Tu pelo negro se curvaba por tus hombros y un poco por el comienzo de tu espalda, invitándome a sumergir mis dedos por él, y recorrer todos tus relieves.

Te diste la vuelta. Con una sonrisa pícara no pude evitar observar tu pecho semi desnudo y seguir bajando hasta tus ceñidos pantalones oscuros. Mis pupilas se clavaron en tu abdomen, en tu ombligo, tus esbeltas caderas... Explotaste el globo de mi ensoñación levantando mi barbilla y regalándome un beso intenso, rozando lo electrizante. Luego, te separaste de mi, pasando tu pulgar por encima de mis labios, moviéndolos de un lado para otro, provocando una ligera e irreprimible fricción. Me ladeaste la cabeza hasta ponerla en el ángulo perfecto para que tus dientes rasgasen mi cuello, y tu lengua mojase con la punta mi piel desde ese punto hasta la oreja. Una ola de deseo subía pausadamente por mi cuerpo, cada vez más intensa, y tú seguías entretenida en el cartílago hasta que giraste mi cara para sumergir tu sinhueso en mi boca y que así se encontrase con la mía. Tus labios, calientes, y tus besos, sedosos, conseguían hacerme estremecer totalmente. Poco a poco, fuiste haciendo que mi espalda se apoyara en una de las paredes y que mis manos caminasen por tus brazos, tus hombros, para apretarte más a mí, que sintieras el fuego que estaba creciéndome dentro. Cerré mis manos por tu cintura y luego las deslicé suavemente hacia arriba mientras el beso profundizaba, se detenía en cada curva. Con mis palmas encima de tus pechos, a tus muslos les dio un ataque de flaqueza, arqueando un poco la espalda, pero sin separarte todavía para hundir más mis dedos, entre la tela y la piel, y sentir así tus pezones endurecidos contra mis manos. Cada vez te aumentaban más las ganas de sentirme dentro tuya, sin ropa de por medio.

Tu camiseta terminó definitivamente en el suelo, y se quedó observando cómo la mía también caía en esta batalla. Me acariciabas los pechos, aumentando la intensidad según tu lengua se deslizaba más hacia dentro, resbaladiza y hambrienta, logrando que yo expulsase suaves maullidos de placer. El ritmo en que mis besos se incrustaban en tu boca comenzaba a ser frenético, tú no tuviste ninguna duda y comenzaste a desabrocharme el pantalón. Únicamente con la ropa interior coronando mi cuerpo, rodeaste mi trasero con las manos y me elevaste contra ti, a lo que respondí alegremente pasando mis piernas alrededor de tu cintura y dispuesta a continuar con más besos insistentes. Me curvé hacia tí en un desesperado intento de estar tan cerca tuya que ni el aire nos interrumpiera. Introduje mis dedos en tu cabello azabache y bastó con apretar con un poco de intensidad para que tu lengua empezase a buscar la mía de forma impasible. Solté una especie de carjacada, que resonó en las profundidades de mi garganta; me separé para lanzarte una mirada de ternura, y después volver a tener tu pelo entre mis dedos y besarte con tanta pasión que no te quedase aliento que darme.


Escuchamos voces, adolescentes riendo emocionadas por probarse nuevos conjuntos, hablando de novios. Nos miramos, tratando de contener las carcajadas. Me bajé de tus caderas, pero me aguantaste cerca tuya, bajando hasta mi oreja, susurrando que nos marcháramos a tu casa. Mi sonrisa dijo "sí", y tu mordisco en el labio me aseguró que íbamos a terminar lo que acabábamos de empezar.

Desgaste.



Hablas para no oírme, y bebes para no verme. Las neuronas son incapaces de conectar los hechos sucedidos a lo largo de toda la pregunta. Y es que cuando más tarde amanece, antes permanece mi agonía por ver el sol salir, desquebrajando la tranquilidad del cielo, noctámbulo todavía. A veces me pregunto a dónde me llevan estos zapatos viejos, si tal vez con unos simples pies nuevos todo cambiaría a un color distinto. A veces me pregunto si sería todo tan sencillo como desconectar varios segundos de la realidad, dejar de pensar demasiado, pero a medida que acumulas interrogantes las respuestas se vuelven más frías y efímeras.


¿Conoces algún paradero, algún techo donde pueda cobijarme? La lluvia aquí fuera abunda demasiado, y la verdad es que no me gustaría continuar empapada.