Maldita dulzura.



Abrázame esta noche 
con tu pelo azabache,
tus ojos derramando ternura
y que estos días tan crueles
no estuviesen tan vacíos.
Empiezo a tener los pies fríos 
por esta melancolía absurda,
y busco tu mirada para ahogarme
como quise tantas otras veces.

No quiero palabras misericordiosas
sino unas pupilas cómplices
para asomarse una mañana más
en mi compañía.
Sé que me comprendes,
que piensas como yo,
y mataría la distancia que
se interpone entre tu cuerpo
y el mío.

Estoy harta de otra puta noche
conformándome con una almohada
para dar seguridad con mis brazos.
Y me sigo preguntando por qué 
emigraste,
lejos,
de mis comisuras.

Tampoco quiero encontrarme
la respuesta, la conozco,
pero prefiero oírla de tu boca,
donde todo sabe más dulce.

Martes que parecen domingos.

Sería capaz de atravesar la ciudad por un abrazo tuyo, a pesar de los semáforos en rojo, las farolas titubeantes de luz y las estrellas que se fijan en mis movimientos. Sería capaz por ver esa sonrisa en mis ojos reflejada, y compartir como tantas otras noches el desvelo por hablar de nada. Suspiraré tu anhelo de concordancia en cada frase mal dicha por mis labios, y a cada palabra le dedicaría el mismo romance que los versos que derramo por continuar buscando tu presencia.

A medias tintas.



Duerme,
porque es lo que te hace falta.
Desconecta el cerebro,
aunque ya sé que mientras estés
entre las sábanas no podrás evitar
pensar.


Y parece que cuanto más miedo
más desorden causas en mi mente,
y no puedo evitar calibrar
la intensidad con la que 
los nervios me encogen el corazón.
Quiero sentir cómo mi cuerpo
se mezcla con tus pensamientos,
y que tu piel expire el sudor
que de la mía no hay cojones de echar.


Las oportunidades no son gratis,
y te las tienes que ganar.
Pero más rabia me da ver cómo
las desaprovechas a cambio de
palabras vacías, haciendo
una apología al quebranto.
Y el momento en que seas capaz
de tocar a mi puerta sin vergüenza
por el simple hecho de ver mi sonrisa
tras una cortina de perplejidad,
quizás sea yo la que ahora
ya no esté en casa esperando.



Pero sigo intentando creer en ti,
en lo que una vez me susurraste y me hace palpitar.

La historia de una hache que aprendió a volar.



Ojalá pudiera verte en una noche como esta,
o al menos escuchar tu voz;
que me esperases en esa cama medio vacía
y yo te emborrachase a besos de cerveza
mientras tú te limitas a darme seguridad 
entre tus brazos.

Y es que esta respiración
entrecortada
necesita de alguien que 
la controle,
que inspire por ella.
 Tengo claro que la inseguridad
 es un estado constante en tu
pensamiento y en el mío 
que cultivo día a día.

Por supuesto que tengo miedo,
tengo miedo a querer de nuevo,
de que me hagan daño
y no recibir nada a cambio.
La reciprocidad es, a veces,
demasiado subjetiva.
Pero aún así me gusta arriesgar,
aunque ello suponga no ganar.
No tengo mal perder
pero si algo tengo claro es que 
esta noche no me gustaría más otra 
cosa que me envolvieses entre
tus brazos y me protegieses
de los monstruos.
Como antes, como siempre.

Estaría dispuesta a equivocarme de nuevo
si las dudas no errasen mi universo.
Porque sé que me quieres,
y que mi amor por tí se escribe
con hache.

 
Con hache de herida,
hache al fin y al cabo,
hache de pensar en algún instante
"te hamo".

Statue.



Dime si me equivoco,
porque éstas sólo son ensoñaciones
de lo que algún día pudo ser
y se quedó con las ganas.

Que el sol se arrastra por Poniente,
este viento desvía tus pensamientos
y yo me quedo sin saber tus palabras
del ayer.

Y no quiero que el mito
de Pigmalión y Galatea
sea reversible, porque me niego
a sólo mirarte y tener que
conformarme.

Taste.


Podrías lamer mis versos
con la lengua más descarada,
y yo conseguiría que te corrieses
en todos los puntos que dan
final a cada verso.

Dejaría que la piel se me erizase
al contacto de esas páginas
que explican la creación del mundo
y tu conquista por los siete mares.
Pero no soy de las que saben 
controlar las situaciones,
y si me desboco por tu boca
no es un simple antojo sabor
a chocolate por mi lengua.
Te mostraría los recovecos
infinitos de mi figura angosta,
que disfrutases del apaisado
cuadro de mis pechos
y descendieses hasta darte de bruces
contra el monte Venus,
decidieras escalarlo y cuando
llegases a la cima entonces,
deberías haberte abrochado ya
el cinturón de seguridad.

 
Porque al principio puede
que no muerda,
pero en el culmen y anhelo
de saborear el deseo que
zozobra por cada uno de tus poros,
te aseguro que las marcas del león
merecerán la pena.

Nieva en Noviembre.



Hay maneras mejores de empezar una postal
que sea diciendo tu nombre,
un apelativo cariñoso
o tan siquiera un simple "tú".
Pero ya no tengo tan claro si
continuar escribiéndote,
porque tus cartas no me llegan,
se emborrona el remitente
y a la vez el destinatario que creía que era.

No tengo más que decir
hasta el siguiente comienzo,
ignoro si las palabras saldrán solas
o si tendré que usar mi propia
sangre como tinta.

Pero la luz continúa en tus ojos
tan ferviente como el primer día,
es algo que me mantiene alerta,
despierta,
esperando a que las estrellas se descuelguen
del inmenso cielo que hemos construido
en tu habitación color melancolía.

Ruidos.



No quiero dejar de jugar
a contar mentiras,
a poner buenas caras
y llenarme la boca con sonrisas torpes
.
El baile nunca se me dio bien,
lo sabes perfectamente,
y mis pies a veces
están demasiado fríos.
Me cuesta tirar de las palabras
que se descuelgan por
la punta de mi lengua,
pero no soy la más indicada
para hablar sobre universos
ni de conquistar lo inconquistable.

Y por más quiera una de esas mañanas
con carcajadas inundando el aire,
sé que es mejor quedarme
en uno de esos sueños salados,
donde continuaré siendo sirena
y los barcos naufragan en mis rocas.