(de) Mente.




Se naufraga siempre

por miedo a creer en uno mismo.

Cada uno elige su vida

y paga por ella

vibrando entre

el individualismo del alma

o la tribu atmosférica.


No hay nada entre

la materia

y el espíritu

que impida una incisión

al lugar más recóndito

 de este universo llamado

egoísmo.


Se colapsan las líneas

de tu mano

y yo

todavía 

sin dar señales.


Losing grip.





Desgarrarme la voz
en el silencio que llevas dentro
que ni yo te oigo
ni tú me oyes
pero las voces nos hablan
murmuran
                                              comentan
la alineación de los astros
en este momento
sabor porcelana.


Pongo los ojos en blanco para evitar

el colapso nervioso que estalla en la punta de mis dedos.


Soy víctima de un naufragio
con el mar en calma
con una utopía bajo el brazo
que una vez prometieron
antes de la huida.
Sigo aquí
con mis fantasmas
buscando un punto diferente
en el cielo
de esta habitación
que cada noche me mira
y me desangra.


No qué cómo exprimir la rutina sin dejar el calendario

bocabajo y con una taza de café en lo alto.



Y estoy con dudas,
no sé si escuchar a los Beatles
o a los Rolling Stones.

Las metáforas bocabajo.


Las ganas se quedaron por el camino,
todo porque soy desorden andante
y a ti te encanta mi caos.
Esta tormenta que guardo
dentro de mi piel
quiere mirarte a los ojos
y verte hasta el alma.


Tengo una lista interminable
de lugares donde me gustaría viajar
y mucha carretera a devorar,
pero las curvas que más me gustan
son las tuyas.
Este corazón está hecho
a prueba de balas, 
acostumbrado a intentar
                           siempre
lo imposible.


Termino clavando las uñas
en la casualidad que estábamos 
esperando,
en el único punto sensible
donde no quería llegar
a no ser que fuera con mis dedos
y un orgasmo en tu garganta.



No estamos tan lejos, las dos vemos la Luna.

(teo)Riza.

La guerra se desató en tu ombligo,
provocando
un homicidio con
sabor a gloria.
Yo jugaba el papel de Perseo
y tú,
sin embargo,
seguías con esa lengua de serpiente
los lunares de mis piernas
con el objetivo de llegar
al jardín de las Hespérides.

Olvida los libros:
la mayoría no son de fiar
y la teoría
definitivamente
no es lo mío.

Cuerpos celestes.



Somos los dos supervivientes
de esta catástrofe
que desencadenó
el aleteo de nuestras 
pestañas.

Contra todo pronóstico
quisiera inyectarme los matices
de tu piel en la mía.


Cada vez que te acercas
sonrío,
me acojono,
y tiemblo
tan sólo de pensar.

Encontrarme con un ojalá más
con tus manos
tus ojos
y media cama aún por llenar
de sentimientos
que colisionaron
en el Big Bang.


Mi habitación es el punto
más frío
de toda ciudad.
Y aquí estás tú,
calentándome los pies.

Puntos de fuga.



Eres lo que pasa
entre el tiempo y el espacio
la espada y la pared
cada pétalo de la margarita
y los dos océanos de Skagen.
Las cicatrices del lenguaje
y esos ojos atlánticos
despiertan preguntas rotas
y abortan
respuestas ciegas
dispuestas a arrancar
páginas en blanco
y las sábanas de un mordisco.


Es hora de incendiar
este caos que provocamos.
Aprieta fuerte
que yo pago los destrozos.


Entre los escombros de mi voz
puedes adivinar
las raíces
de lo que soy ahora.
Los puntos se fugaron
con nuestras inseguridades
y fui yo quien tuvo razón:
el mundo tiene sentido
con menos culpas y más fracasos.



Abramos bien los ojos,
que las piernas ya empiezan a doler.

Imagino que

Te gustan las miradas escondidas
los silencios después de cada beso
las películas de los domingos
la yema del huevo poco hecha
ver formas en las nubes
el incienso por la noche
y huir del sol bajo las sábanas
cuando son más de las nueve.

Pero ni tú sueltas prenda
ni yo me visto con cualquier cosa.
Y lo único que sé es que no estamos de rebajas.

Anatomía.



Fumarnos el atardecer
está muy visto,
y estos ojos están
veinte años más cansados
que cualquier marinero de oficio.

Detrás de este (es)túpido velo
nos arrojamos el silencio
tiemblan mis piernas
y pongo cuerpo a tierra
por si en el último minuto
cae el cielo sobre nosotros.
Puedes quemar el alba
y descoser con agujas,
noche tras noche,
hasta que al tiempo
se le escape un gemido. 


Esta tempestad 
que llevo dentro
busca ser valiente.

Cuestión de velocidad.



El sol se pone

y yo también
porque, joder,
con ese par de caderas
quién no nadaría
en un lago de saliva.
Yuxtapongo opiniones,
me descarto
y no apuesto
en este póker;
no eres ningún trofeo.

Y si algo he aprendido
en la carretera
es que la velocidad es
una cuestión de sensaciones.


Y tú me pones a mil.

#2044.




A lo lejos
detras del horizonte
estamos atados
al drama universal
que resbala
en nuestras huellas.
Es sin duda
el momento de
echarse atrás
y coger carrerilla
para saltar el precipicio
de dos saltos.

A cualquier otra parte.



Tu mirada me corta el aire
que respiro,
y menos mal que no llevábamos
alcohol en vena porque
muerdo las ganas de encontrarme
con tu piel.

Me ocultas con silencios
esperando que entienda los signos
y yo sólo soy un mar en calma
que tiembla cuando te acercas.

Se me rompe algo por dentro
cuando me disparas con esa sonrisa
con olor a metrópolis
y mis pupilas te desnudan
el pensamiento desde la garganta,
las cortinas a medio echar
y una noche con ganas de ser eterna.



A veces hay que destruir de nuevo
el muro de Berlín.

Martes con olor a domingos.



Hace tiempo aprendí a amar con credulidad
pensando que todo era copiar y pegar,
que la misma fórmula servía
para cualquier situación anodina.

No me sorprenden las casualidades
ni la falta de seguridad, porque
igual que los trucos de magia
todo queda vetado a nuestros ojos.


Centrémonos
en lo importante,
que no hay jaque mate todavía.


Si me prestases una noche entera para explicarte el sabor
de cerveza que aún tengo pegado en los labios
podrías hacerte una idea de cuánto
me ha costado mantenerte con vida en mi cabeza.



Respiras todavía.

Inhala.



Dejemos de construir
teorías que no llevan a ninguna parte,
sin miedo a darle forma
a nuestra libertad,
que vuelvas con eco 
eco
eco
escupiendo convicción
a esa soledad que no te representa.


No soy adicta a la velocidad
ni al vértigo,
pero si tengo que protagonizarlo
me olvido de las pausas
y de los silencios.




Si tú no eres, dime quién.
Si no es aquí, llévame donde sea.
Si no es ahora, olvídalo.

Ahora es bien.


Siempre pensé en dedicarte unas palabras en alguna de esas canciones que tengo a medio hacer. También pensé que tu cara era la cosa más bonita de ver por las mañanas. Imaginé tu cuerpo aún tumbado en esta cama que ahora se me hace enorme. Dime entonces, de alguna manera, qué hago ahora que no estás. Que cada vez tu cara está más borrosa en mi cabeza, porque me niego a levantar los marcos de las fotografías de la mesa. Quiero esconder tu recuerdo en lo más profundo de mi ser, y desear con todas mis fuerzas que todo hubiera seguido igual de perfecto, aunque ni tú ni yo éramos modelos a seguir.

Ahora quemo esta agonía con canciones tristes, para recordarme el universo aquel que una vez gobernamos, capitanes de una flota a medio hundir. Nuestros sueños se hicieron añicos, todo por una bata blanca y un par de papeles.


Qué hago yo ahora, si no sé hacer funcionar mi mundo sin el tuyo.

Oktubre.



El primer error fue pensar
que nuestras miradas se atravesaron.
El segundo fue creer 
que era un mérito mío.

No hay tiempo ni razones
para hacer un trato de paz
porque hace tiempo que
la guerra estalló
y cada asalto se libra en ti.

Todavía sigo preguntándome porqué no me has devuelto
                                                                                     el golpe todavía.



En este diluvio de sensaciones
mirar hacia otro lado no ayuda
y las consecuencias no se esconden.

Ya no se compran finales felices,
cada día tengo menos que decir
sobre el roce de la voz y la piel,
el silencio se ha acostumbrado a mí.



Ten cuidado con esas palabras,
a veces pueden cortarte la garganta.

Resistencia.

A quienes nunca ponen la otra mejilla
aquí no funciona esa ironía.
Las cicatrices siguen blandas
y el corazón se me pone tierno,
inconsciente,
como si supera dónde ir.


¿Qué harás cuando no queden argumentos
                                y no sepas qué decir?


No empecé el incendio
para ver arder las cosas
y ahogarme en la abundancia
que desaparece
sin haberla conocido primero.

Hay que tener un par de cojones
para soltar verdades como puños,
porque a veces llueven piedras
y otras veces
eres tú mismo el kamikaze.


Al final,
 la felicidad es un plato
de una ración individual.

Roar.


Deja una luz encendida para que pueda verte,
porque mis ojos no fueron hechos para nadie más.
Estoy nerviosa de no estar en lo cierto
pero se aprende más por batallas perdidas
que en los prólogos de los libros.




Si algo he aprendido en esta vida
es que a cicatrices no me gana nadie.

Lo que está hecho, está hecho.



Hoy no soy dueña de mis actos,
por tanto, no me responsabilizo de ellos.
A veces se vive tan rápido que se pierden detalles,
las noches dan para mucho
y esta intriga está matando
a muchos gatos.

Olvidé mis inseguridades en tu puerta,
y una maleta de respuestas rotas para
construir desde las ruinas hacia arriba,
apuntando a lo más alto,
con el corazón en un puño.


Aprieta fuerte.

Cero42.

Busquemos las verdades
debajo de las sábanas,
la punta de un iceberg
no me parece suficiente.
Podemos no acertar a la primera
y no llevar trajes de etiqueta,
lo importante es arreglarse
por dentro.
Fumamos ideas y las desechamos
como un amor pasajero,
dejando las ventanas cerradas
a cal y canto,
arena y llanto.

Voy a esconder en el subsuelo
los secretos que gritan tu nombre.

Vivir de amor.


Desgastamos los kilómetros
aposté al doble o nada
Es duro intentar entender que
a estas alturas todo me da vueltas
y aún así no sienta vértigo,
porque podría casi matarme
si cruzo este precipicio de dos saltos.
Las conversaciones rotas
ganas que duelen,
planes a medio hacer y
una historia más que contar.
Tengo miedo de soltar este huracán
y me arranque las ideas de golpe,
desplome los muros
y no sepa dónde ir.

Eres el mayor defecto que llevo conmigo
y este caos de emociones no ayuda,
precisamente.

De cabeza.



Lo cierto es que se está mejor
con alcohol en la sangre,
porque para quemar la utopía
con la punta de tu cigarro
hace falta suspirar recuerdos,
tener las heridas bien abiertas y 
unas cuantas palabras suicidas.
Y serás la mejor madre para este huérfano verso.

Sin plata ni balas en la recámara
sigo respirando
porque aún tengo cosas que contar.
Quiero movimiento,
un quizás que tal vez pudiera ser.
Ideas que vienen, anidan, se quedan
y no se van.
Porque en este metro cuadrado 
de infinitas inseguridades
queda aún espacio
para algo más.

No me tropezaré con nada que no pueda resolver a solas,
y si colecciono piedras del camino
es por si tengo que ponerlas de nuevo.

A veces con el suelo de cerca se aprecian mejor las cosas.

Caminos a Roma.

Fue una tragedia griega lo nuestro. El amor se estrelló en la esquina equivocada y nos desangramos como toros. Una parte de mí se pudre en un ciclón de pensamientos, en universos paralelos, en realidad, donde las consecuencias duelen. Sigo aquí luchando contra el frío que sienten mis pies, con un "quizás" en la mente que terminará muerto como el cigarro que descoso en los labios. ¿Sabes? Lo mejor de todo es que no tienes ni puta idea. Y creo que ésa es la parte que más me gusta de todo esto.

Estaciones.


Pienso en ti
todas las noches
que tu piel no toca la mía,
y sé que al Barça
no lo supera nadie
pero formábamos un buen equipo.
Al toque,
de tu boca a la mía,
y me toca otra vez.
Cada asalto
una herida nueva,
los bolsillos vacíos
y una bolsa de pipas
a estrenar en algún banco.


A esperar el tren de las menos cuarto.

Publicado el 28 de agosto, 2013.

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La distancia es para valientes.

Hay que aprender a acelerar
a pintar líneas en la imaginación
cuando no podemos gritar,
y a veces tenemos que frenar
matar el tiempo callando
nuestros labios.
Separemos tu verdad de la mía,
se terminaron las excusas
de usar y tirar
porque lo que necesito ahora
es una resaca en tu cuerpo.
La gravedad tira abajo nuestros planes
toca beberse la ciudad
recordar por lo que hemos pasado
y brindar por un futuro incierto.

Que (te) aproveche(n).

Tablas.

Me encantaría decirte cuánto
siento haber perdido el tiempo,
que podría haberlo invertido
en llevarte a lugares que imaginamos
todas aquellas horas perdidas.

Tuve infinitas oportunidades
de lanzarme a tus brazos,
sé que me habrías agarrado de nuevo.
Y aquí me tienes, echándote de menos,
deseando poder echarte de más.

Hagamos tablas,
recojamos las piezas
y quedémonos igual.
Tal vez, en otra partida,
hubiera surgido un jaque mate
pero no todo es cuestión de estrategia.

Que gane quien lo merezca.

Planta ideas y plantéate razones.



Entre las botellas hay muchas mentiras
y yo siempre naufragué entre ellas.
Atear el horizonte no fue jamás lo mío,
tampoco lo fue aconsejarte de modas
ni zapatos de tacón.
Que este corazón de tempestad
arrastra un otoño distante,
donde tus ojos oceánicos
contemplaban mi ausencia.

Estas noches húmedas
no sé dónde encontrarte
si entre mis muslos
mis dedos
o entre las partes
de esta alma apretada
porque este sueño
no entra ni con calzador.

Las capas se caen,
los superhéroes quedaron
como estatuas griegas
tras la conquista romana,
¿y tú dónde estabas?

Tan sólo quiero que sepas
que las cebollas también lloran.

Hay días y días.

Hay días en los que
el porno no es suficiente
y me limito a hacerme pajas
mentales para pasar el rato,
para darme cuenta de que
Madrid no es el centro
de tu universo
ni del mío.

Que la paciencia pestañeó dos veces cuando te vio pasar
y yo sabía perfectamente dónde me metía.

Porque hay días en los que
me hago daño sin querer
y cuando no, también.
Por eso de no perder la costumbre.

Supongo que lo que me quedan son las ganas
de seguir siendo nómada.

A las tres menos cuarto.

Aquí me tienes
de labios cruzados
y sin pestañear.
Todo el aire de mi pecho
está contaminado
y duele al respirar.
No buceé por la nostalgia,
tampoco era educado
hablar por hablar.
Tejiendo telarañas entre
pensamientos arrinconados
y balas aún sin disparar,
me paro a fumar palabras
que quedaron en lista de espera.

Afilando cuchillos.



Hablemos de defectos y otros miedos
como si fueran ropa sucia
y pudiéramos esconder la mierda
debajo de la alfombra.
Tener las reservas justas para el fin de semana
e intentar sobrevivir con lo puesto.
¿Dónde hay que firmar
para tener la vida resuelta?

Me he dormido a mitad de la película,
pero hasta donde he visto me ha gustado.

Tu sonrisa se fue corriendo
por la misma puerta que los recuerdos
estas putas ganas de llorar no se van
y tampoco el hueco vacío
donde ponías tu cepillo de dientes.
Dejé de comer
dejé de beber
dejé de ahogarme en el tabaco
y dejé el mundo a tus pies,
listo para que lo estrenaras.

Nunca me lo dijiste, pero tampoco pensaste
que soy nueva en esto de interpretar miradas.

Un día volvió el futuro
no trajo ni carcajadas
ni una botella de lejía.
Sólo eran colillas olvidadas
que mintieron para dejar
la cama hecha
y un poco de chino que sobró anoche.

A veces la boca me pierde
pero más me perdía yo en la tuya.

Rayos y retruécanos.

 
 
Abortemos las ideas
antes de que se queden huérfanas
Déjame abrir tus muslos y
mostrate el mundo como yo veo.
A veces es necesario sacar
al niño que llevamos dentro,
aún riesgo de que se asuste
de cómo van las cosas por aquí fuera.
 
Mojar recuerdos en el café 
y mantener las formas,
porque aunque el barco zozobre
soy capitán,
y me hundo.


Agárrate, que se acerca la tormenta.

Tormenta de alta mar.


Puede ser que el círculo se repita
y tenga que hacer submarinismo
por mis adentros
para recordar que aquel universo
fue nuestro
en algún momento.
A veces perdemos palabras
con tal de conservar emociones
en ese tiempo muerto
donde mojamos en café
el techo que comemos por la noche.
Podríamos malgastar los minutos
y matarnos a besos,
apagar la mirada
y quedarnos a oscuras.

Cierra los ojos pero mantén la mente bien abierta.

Hasta mañana no me despiertes.




Rozarte el alma 
con mi lengua,
que llegaras al orgasmo
con cada mirada que te lanzo.
Hacerte retroceder
hasta que tu espalda 
haga contacto con el frío
que guarda la pared.
Esta habitación 
se me queda pequeña,
me mudo entre tus muslos
que pintan mejor
a este cuadro de inseguridades.
Si me quedo despierta
es para follarte toda la noche
a base de versos
y de besos,
inundarte entre mis manos
mientras suplicas que siga,
que siga
y siga.

Salto de altura.


Me gusta pasear de puntillas por tu espalda,
y sentir la electricidad en la punta de tu lengua,
aún sabiendo que Madrid tiene un polvazo.
Sacar las espinas una a una es jodidamente intenso,
y el mundo empieza a ser un lugar egoísta.
A veces me paso de tonta, pero ya es hora
de que se acabe la broma, de comerme la impotencia
para escupirla a modo de sonrisa.
Porque llegaste sin saber qué decir,
y a mí las palabras se me cayeron
por el camino.

Hay personas que se parecen tanto a los pájaros
y no lo saben...
Cuando hace frío parece que las cosas van más rápido,
así que no me calientes las bragas,
que yo prefiero el corazón.

Cómete este tiempo que me sobra.
Lo guardo para ti.

No hablemos de principios, sino de finales.



Hay primeras veces que no se olvidan,
y  despedidas que te clavan las uñas en la piel.
Este cuadro de errores
está ahora un poco menos sucio,
sin tanta cerveza en mano
y un corazón más apretado.
Las palabras se deshilachan entre tus dientes,
perezosas y desorientadas,
y esta melancolía que contagio
se estropea con tanta frecuencia
que soy la mejor a la hora de
soltar gilipolleces por la boca.
Las dudas hicieron el amor
lamiendo nuestros secretos
y arrancando la velocidad
que golpeaba nuestro pecho.
Y es que esta adicción
a los paracaídas
hace que no exista distancia
de seguridad.

No pienso recordarte con ropa.
Aunque
te quedaba genial ese vestido,
pero ni punto de comparación
con la luz de las velas.

Looking up.



Me quemo los pulmones
por fumarte tan lento,
las noches se me hacen largas
y nuestros nombres extraños.
Hace tanto frío ahí fuera
que prefiero desgastarme 
la sonrisa 
entre papeles mojados
y estos labios secos.
Pero hasta donde me llegue
la lengua
seré capaz de quererte,
y si hace falta
permíteme
fracasar en el intento,
una noche más.

Cerrando sesión.


Cuando las lenguas ciegas
quedan amordazadas
comenzamos a beber de
secretos foráneos.
Hay poetas de hambre
y pobres sin nombre,
hombres que no dicen nada
y palabras sin dueño.
Te fumo,
y maldigo estas
noches de presentimientos,
deshojando fantasías
que no llegan a puerto seguro.
Son las abogadas del mar
repletas de soberbia
quienes trovan melodías
a unos oídos que dejaron
de escuchar hace mucho tiempo.

Pero no quiero interumpirlas,
a veces es mejor comerse el veneno.

Lo importante no es que vengas, es que vuelvas.




Esta esperanza será ceniza,
una parte de mi utopía personal
en esa ciudad donde siempre llueve
y los lamentos flotan a duras penas.
Todo se vuelve un campo minado
repleto de enigmas voraces
y  bocas llenas de sangre.
Ventanas nuevas por donde
los suspiros se escapan,
nace un olvido insoportable
y se inventan miradas.
Las espinas se secan,
las palabras marchitan,
los párpados pesan
y te quedas inmóvil,
                   en calma.
Y es que cuando es el pájaro
quien cruza el silencio,
empiezas a llorar mentiras
y yo a soñar verdades.
Pretextos que pululan por
el ambiente,
que palpo,
que siento.
Y leo que
el mundo tiene sentido
cuando tenemos hambre
y terminamos comiendo del aire.

El naufragio.



El calendario se congeló en tu cuerpo
con cierto aroma a whisky.
Estábamos tan borrachas
que fuimos gigantes por una noche,
desamueblando pensamientos
y destilando intimidad.
Los sentimientos estaban sucios,
mutilados y desnudos,
se estrellaban entre ellos,
entre vuelta y pared.

Muerta de sed
y vomitando excusas,
pero en el fondo deseando
que fuera yo quien liderase este naufragio.
Siempre fui amante de la velocidad,
por eso era adicta a tus curvas
y aliñaba cada suspiro
con una batalla más ganada.
Ojeras justificadas,
y un desorden más frío
que esta puta vida
con fallos de guión.

Las uñas llegaban hasta el suelo
tiritando de sudor
y tú,
borrosa,
te buscabas a gritos.


Pero al final fui yo
la que terminó encontrándote.

Entre comillas.





El desierto de tu espalda
es el lugar ideal para quedarse
a vivir una temporada,
alejada de estas paredes
teñidas de melancolía.

Muerde estos versos
y lame mis heridas,
que estas alas están cansadas,
ensuciadas desde el alma.


Todas las miradas que no me dedicas
me las guardo en el bolsillo
para canjearlas en alguna
taberna con hielos.


Yo me quedo de piedra, y tú, ni te inmutas.

Idiota.


¿Acaso eres capaz?
No tengas miedo de contarme,
sino de que la historia sea demasiado corta,
que un suspiro se quede a mitad de algo más.
Cuando te siento es porque
tengo los ojos abiertos.
En este mundo todos somos raros, y
poco fue lo que nos costó conquistar Troya.
Da igual el peso que me pongas en la espalda.
He nacido Atlas.

Marenostrum.

Ben Howard - Gracious


Miradas que queman ropa
y que calientes estos pies de invierno,
que estas curvas que no sé cómo agarrarlas,
y me suele pasar que a veces
los silencios rompen las palabras.
Que a veces cuando más, menos,
y de haberlo sabido habría sido distinto.
Los besos de buenas noches mejor en diferido,
porque hay cosas que se pierden
y otras que se olvidan.
Creo que no lo sabes,
pero estás a punto.
Las horas que no te dedico me las guardo,
que la delgada línea entre tu mano y la mía
ordenó fuego sin discreción.
¿Quién cojones es la vida
para decirme cómo me tengo que sentir?
Me como el mundo,
y lo que queda en el plato.
Porque amar es ser lo que se ama, y
la honestidad es un arma que muy pocos saben manejar.


Nadie estuvo tan cerca de la verdad como Ícaro del Sol.

Enemies.

Hay mañanas en las que el sol te da la espalda,
y otras en las que te levantas tan tarde
que los delirios forman parte de esa realidad.
Y no soy yo quien está de más.
Para qué esconder y omitir
que eres tu peor enemigo,
que cada vez que saltas
la piedra en la que caes lleva tu nombre.

Barcos de papel mojado.



No logran romperse los silencios
entre respiración y respiración,
tímidas, deambulantes.
Oyuelos que reviven incendios
en este mar donde la flota
cada día se hunde más.
Palabras que pierden el norte,
pero qué te voy a decir yo
cuando sabes perfectamente lo bien
que se está en el sur.
Las caídas en picado corren a mi cuenta,
aunque yo nací para ser nube.
Y no sirven de nada los círculos viciosos
de miradas y sonrisas a traición,
porque cuando suena el timbre de la
vergüenza,
yo no sé a quién llamar.


Creo que es hora de empezar a romperse
y que sea al unísono.

Filos.


Quemar los mismos patrones
que creamos en cada mundo,
y correr con pies descalzos
evitando los cristales que
nuestras almas se lanzaron.
Languidezer en mitad de un atardecer
y que las sombras nos encuentren
medio sonriendo a un sol que
anda medio vacío en el vaso.
Y lo cierto es que es complicado
entender las señales que ves como
simples esponjas de humo
sin perfiles nítidos.
Las máscaras prevalecen
y los sentidos se ocultan,
los graznidos del muelle despiertan
las inquietudes inertes del ayer,
para que pululen entre esquinas
que jamás tuvieron nombre,
ni dueño, ni ser.


Aquí empieza
y termina
una frase.

El gris de tu mirada.


Hoy mis pies enmohecidos
salen a la calle en busca de zapatos
que encajen con mis pecados
y con una tristeza color sepia.
Las lunas se suceden y la lluvia
vuelve a empapar las calles
desiertas y ciegas,
y entre las alas de pájaros
me resguardo abriendo
los labios,
espirando nubes
de melancolía,
gritando a la noche cuántas
estrellas más he de esperar
para que tus ojos encuentren
a los míos grises.

Fuego extinto.


Empuñas como último recurso la sencillez
de una armonía capaz de eclipsar a la luna
que esta noche tiñe de gris esta ciudad
que dejaste con cenizas latentes.
Se consume el tiempo en la punta
del cigarro manchado por carmín,
como antorcha al viento comentando
la tormenta que se avecina.
La victoria arde reflejada en el alba
sin el perfume que tus labios dejaron,
y una nana de quebranto queda atrapada
en colinas manchadas por el acero.
En lo oscuro está mi llanto,
madre,
que desesperar siempre fue mi ocupación
cuando el fuego llamaba a mi puerta,
y ahora que sólo queda fogata,
yesca y pedral entre mis manos,
me pregunto si terminaré consumiéndome
en las mismas llamas que un día
provoqué.

Buenos principios, mejores finales.


Rompería tus esquemas
contra la pared,
haciendo colisionar tus principios
con mis finales.
Desgastaría cada suspiro
en un constante vaivén
de mordiscos sin dueño
ni nombre.
Contra tu voluntad,
contra la pared,
ahogando en los recovecos
más profundos de tu ser
la melodía contemporánea
que tratas de susurrarme
al filo de mi oído.
Guarda el hálito,
que queda noche por delante
y esta guerra que tu piel
ha desencadenado con mi piel
no ha hecho más que comenzar.

Ochenta mundos.

 

No me cuentes tragedias griegas
y demos el paso a crear la nuestra.
Revolvamos las palabras entre
cada uno de nuestros dedos,
arranquemos las cortinas que
protegen estos versos lánguidos
y sonreír a las calles grises
que duermen todavía.
Arranca de tu boca esta melancolía,
regálame besos hambrientos,
que nos entendemos mejor
con las luces apagadas.
Llévame a vivir entre tus piernas,
yo me encargo de acomodarme


Estamos a tiempo de dar la vuelta
al día en ochenta mundos. 

Geografía del olvido.






Arráncame estas ganas de sentir

el viento contra mi cara
y que me parta en dos
el ansia por tus pupilas.
Que estoy en un camino por elegir,
una bifurcación de palabras,
que tiende a la locura
más que a la razón, con dudas
infinitas que no claudican.
El mundo no parece estar dispuesto
a que saboree lentamente
el precio de tus miradas,
aunque este dispuesta a pagar
por ver amaneceres.

Todos tenemos miedo a sentir,
sobre todo a sentir demasiado.
Y no es más cobarde quien se lo calla
sino el que no lo admite.

Yo no tengo miedo.

Delineando.


Los colores de la paleta están desgastados,
como estos esbozos de sonrisas
que terminan arrugados
en la papelera.
Desteñida,
sin saber qué decir,
trazando manchas por doquier,
haciendo inteligible el cuadro
de mi mirada.
Rojo vino para estos labios
que todavía no saborean 
las historias del ayer.
Que desde dentro me salen las cicatrices
y las lenguas vernáculas comentan
que se derriten los sueños
pintados en el espejo.


Por esta piel se han cruzado caminos
que terminan sin ser lo que veo.
Que callan.
Que omiten.

Y en este lienzo hay hueco de sobra,
pero no es culpa mía
que tú quieras seguir rallando cristal
y yo simplemente contemplar el amanecer.
En esta sonrisa se estancan
gritos que no supieron callar,
que se hicieron fuertes
a base de cicatrices.
Invisibles,
inconscientes,
se lanzaron al mar.

Y aquí sin calor estoy
vulnerable.

Aracne.

 Y aquí se encuentran mis caricias,
cogiendo telarañas.
El tiempo las envejece,
las arranca de mis entrañas,
y corre unas tupidas cortinas
para que queden grises
como el color de esta ciudad.
Se pudren inspirando melancolía,
arañando las esquinas
por las que se perdieron
las sonrisas más sinuosas
que te puedes imaginar.

Savageland.




Les emocionaba caminar
por las líneas de tu mano,
y es que mis dedos siempre
fueron de esos que les gusta
correr riesgos,
como ser la mecha que enciende
el fuego que esta noche
invade mis pensamientos.
Los futuros inciertos
están hechos para mi,
no sé qué se espera de mí
y tampoco sé yo qué esperar.
Tal vez empiece a coleccionar
caricias versátiles,
porque ni en las peores decisiones
conozco qué cara del dado saldrá.
Y es que a mi el azar
no se me suele dar precisamente bien,
soy de las que aguanta la respiración
antes de lamentar la jugada.

Los suspiros se te escapan por mi piel,
y continúo sangrando libertad.

Semillas de granada.




Las luces de la ciudad parecían muy lejanas, como si las cuatro paredes en las que estábamos encerradas fueran un universo paralelo, independiente del tiempo. La música inundaba de forma tenue la habitación prácticamente en sombras, excepto por varios rayos luminosos de la calle, que se colaban por la ventana para espiarnos. Tus ojos destellaban en mitad de la oscuridad, como un faro que atrae a los barcos, y yo sólo buscaba colisionar contra tus piedras. Mis pies eran dueños de sí mismos, me condujeron hasta el borde de la cama donde me senté, donde aún existía un abismo de tu cuerpo al mío. Te erguiste para estrecharme entre tus brazos, y los míos rodearon tu cuello, asaltado inmediatamente por unos besos lánguidos. La intensidad del contacto nos provocó un jadeo intermitente, un tranvía llamado deseo crepitó entre nuestros cuerpos y aumentó la potencia que aquella descarga eléctrica incitaba al libre albedrío de nuestras manos.


Sin pensarlo dos veces, arrancaste tu camiseta para lanzarla directa al suelo, y volviste a tumbarte, haciendo que tomase una posición de depredador incipiente. Reposé levemente mi cuerpo contra el tuyo, uniendo nuestras caderas, mientras mi cabeza baja para darte besos a cambio de suspiros. Tus piernas rodearon mi cintura para apretarte más, hasta que un sutil alarido intentó escapar de tu boca, pero mi lengua atrapó el sonido. Me despegué un momento para observar lo apetecible que estabas en ese momento, sonriéndome con un extremo de tus labios. Tomaste mi cara con la mano para que descendiese de nuevo, y focalicé mis besos en tu mandibula, pasando por las mejillas, nariz y las pestañas. El deseo se acumulaba en la punta de mis dedos, que luchaban contra tu sujetador, y reposaba en tus pechos, pequeños y tiernos, a los que bajé a confesar mis más profundas intenciones hacia ti, jugando con lametones y el filo de los dientes. Regresé a tu boca, donde te besé con tal vehemencia que desaté la ferocidad que tenías atrapada en aquel cuerpo tuyo. Quería más de tu lengua, más de tus manos, se me hacían poco los besos que me regalabas. Mordisqueé tu labio inferior y tiré apasionadamente de él, estimulando las mordidas que me propiciabas desde el cuello hasta el hombro. Necesitaba tenerte desnuda pero la sensualidad de tu boca me tenía dominada, y tus dedos aprovecharon para despegarme la camiseta y desabrocarme el sujetador por el cierre delantero. Me puse sobre mis rodillas y te erguiste mientras me propiciabas un torrente de besos por mi abdomen, subiendo con una lengua aterciopelada hasta mis pezones. Mordía mis propios labios, desnudos sin los tuyos, fríos. Mis manos se dedicaron a enredarse en tu pelo, rodeando y arañando levemente tu apetitosa nuca. Apretaste mis generosos pechos con tus dientes antes de decidir que mis pantalones tenían la misma dirección que nuestras camisetas. Te quitaste los tuyos como muestra de igualdad de condiciones y te apresuraste a cambiar las tornas, liderando mi cuerpo, entre el tuyo y el colchón. Tragué aire con una áspera inhalación al ver cómo los haces de luz incidían en tu figura delicada, en tanto que descendías a acariciar mi nariz con la tuya. Tu boca se unió a la mía como un imán, dejando entrever una tímida lengua que jugaba con otra algo más despistada. Me dediqué a morderte el cuello y a besarte de manera desmedida por él, hasta los hombros, hasta los pechos, sin pasar por tus clavículas. Tu cuerpo me decía exactamente cómo y dónde tenía necesidad de mis dientes, hasta que tu mano se apoyó en mi hombro para hacerme retroceder con una malévola sonrisa. Posaste cientos de besos que viajaban desde mis labios hasta el ombligo, y tu lengua levantaba el borde de mis bragas para excitarme aún más. Separaste mis piernas y devoraste el interior de mis muslos, llegando a donar besos encima de la tela que todavía estaba en mi entrepierna y no sabía explicarme porqué a estas alturas no estaban aún en el suelo. Terminaste arrancándomelas en un impulso de lujuria, y la deliciosa fricción y contraste de tu lengua con mi clítoris hizo que me empezaran a temblar las rodillas. Lamías sutilmente aquellas zonas bajas, acumulando resonancia bajo la piel sensible, introduciendo tu lengua por el hueco más recóndito de mi ser, haciendo que arquease mi espalda y mi aliento se cortase. La almohada se estaba asfixiando de la fuerza con la que la apretaba, y el sudor que empezaba a brotar transpiraba tu nombre. Mis muslos se pusieron rígidos, la tensión que acumulaban en aquel momento necesitaba desaparecer y tan rápido como tu boca se desprendió de mis labios inferiores, los dedos le tomaron el relevo.

Cuando la piel se encontró con la piel, nos tapamos el grito haciendo coincidir nuestras bocas como si de un oasis se tratasen. El impulso fue ardiente y pausado, prolongando lo máximo posible la agonía que quemaba por dentro. Los jadeos comenzaron a aumentar de volumen, yendo casi al unísono. Comencé a arañarte la espalda como un intento de arrancarte la piel, desgarrarte el alma. Guardaba en mi garganta los gemidos casi frenéticos que trataban de huir, y al mirar tus ojos brillantes en aquella oscuridad me di cuenta de que era presa de un hambre inscaciable hacia tu piel. El ritmo de nuestros cuerpos iba increscendo, de intensidad y fuerza, aproximándote cada vez más al clímax del momento. Tu cuerpo, conforme las embestidas eran más rápidas, descendía hasta estar prácticamente encima del mío, y mis dientes se desataron en una vorágine de mordiscos incesantes en tu cuello desprovisto de defensas. Mis uñas se clavaban por tu columna, queriendo sentirte todavía más dentro de mi. El cuerpo me temblaba, el sudor resbalaba en la piel y mi respiración se colaba por tu garganta. No deseaba nada más intensamente que el calor que desprendían aquellos dos cuerpos me quemase viva. Mis gemidos comenzaron a cabalgar más rápido, temblando al igual que mis extremidades, hasta el momento en que me encogí, apretando tan fuerte tu cuerpo contra el mío, que pensé por un instante que te quedarías a vivir dentro de mi pecho. Los estremecimientos se calmaron, y te relajaste junto a mi, al otro lado de la cama. Me retorcía de placer entre las sábanas deshechas y tu sonrisa derrotada. Los besos que propiciaste fueron suficientes para apaciguar la poca energía que quedaba en mi ser. Los besos precipitados por tu cara, a modo de agradecimiento, se disiparon en las altas horas de la noche, entre tus brazos exhaustos, y tu respiración a contracorriente.

Pasé una de mis piernas por encima de ti, y te miré desde lo alto, esbozando una sonrisa, para bajar y unirme con tu pecho, a escuchar a tu corazón desbocado. Nos quedamos apacibles, haciendo tiempo a que el crepúsculo cayera sobre nuestras pestañas, que Morfeo nos robase a vigilia igual que Hades raptó a Perséfone.
Más ganas tengo yo de besar tu cuello,
y aquí me ves.








Aguantando.

Es hora de correr.



Acércate
que no retrocedo,
que nos quedemos a oscuras
sin nada que decir
para escuchar 
a estas razones,
que desconocen cómo
han terminado latiendo
de esta manera tan insensata.
Creo que deberíamos
poner pies en polvorosa, 
donde nadie nos encuentre, 
y suicidemos estas ganas
que tenemos de vernos. 
Que los fantasmas se disipen 
entre el polvo de nuestros planes,
la noche se hace larga
y los días empiezan sin ti. 
Quédate una hora más
en estas sábanas
que arrugan tu figura,
prometo no decir nada
hasta que el sudor empañe
nuestras pestañas.


No sé qué hemos hecho,
pero el fuego está cada vez
más cerca.

#2420




 
Cierra

los

ojos 

y

hazme

sonreír

,

busca
  
un 

lugar

donde

nos

escondamos

media

eternidad

,
 
que 

la

otra

mitad

la 

paso

entre

tus
  
manos
  
.
Conocerás de mí
en cuanto llegue,
cuando arranques
la mejor parte
de mi engranaje
y sepas cómo funciono.
Entonces veremos quién
es la marioneta de quién.

Dos torres.



Patrones perdidos
entre las sinuosas curvas
de tu figura,
torres conquistadas
por diez firmes soldados.
Llamadas perdidas
con las que dedicas
minutos de locura
y desazón,
entre esquina y espada,
a esta torpe calma
que no sabe otra
más que agitarse.
El delta de un río que
se desboca por tus piernas,
y un cauce que trata de
recobrar la bonanza
arrebatada en un paréntesis
relleno de suspiros.

2:22 am

 
Apriétame,
 
condúceme al éxtasis
 
a base de caricias,
 
de besos,
 
de arañazos en la espalda
 
y de mordiscos
 
que duelan hasta el alma.
 
Róbame el aliento,
 
sacude la vergüenza, 
para que mis dientes
 
se adhieran a tu piel.
 
Arráncame estas ganas
 
de quedarme a vivir 
  
en tus pechos.
 
Que la eternidad se me hace corta,
 
pensando en el abismo que separa
 
tu mirada de la mía.