Aquí empieza
y termina
una frase.

El gris de tu mirada.


Hoy mis pies enmohecidos
salen a la calle en busca de zapatos
que encajen con mis pecados
y con una tristeza color sepia.
Las lunas se suceden y la lluvia
vuelve a empapar las calles
desiertas y ciegas,
y entre las alas de pájaros
me resguardo abriendo
los labios,
espirando nubes
de melancolía,
gritando a la noche cuántas
estrellas más he de esperar
para que tus ojos encuentren
a los míos grises.

Fuego extinto.


Empuñas como último recurso la sencillez
de una armonía capaz de eclipsar a la luna
que esta noche tiñe de gris esta ciudad
que dejaste con cenizas latentes.
Se consume el tiempo en la punta
del cigarro manchado por carmín,
como antorcha al viento comentando
la tormenta que se avecina.
La victoria arde reflejada en el alba
sin el perfume que tus labios dejaron,
y una nana de quebranto queda atrapada
en colinas manchadas por el acero.
En lo oscuro está mi llanto,
madre,
que desesperar siempre fue mi ocupación
cuando el fuego llamaba a mi puerta,
y ahora que sólo queda fogata,
yesca y pedral entre mis manos,
me pregunto si terminaré consumiéndome
en las mismas llamas que un día
provoqué.

Buenos principios, mejores finales.


Rompería tus esquemas
contra la pared,
haciendo colisionar tus principios
con mis finales.
Desgastaría cada suspiro
en un constante vaivén
de mordiscos sin dueño
ni nombre.
Contra tu voluntad,
contra la pared,
ahogando en los recovecos
más profundos de tu ser
la melodía contemporánea
que tratas de susurrarme
al filo de mi oído.
Guarda el hálito,
que queda noche por delante
y esta guerra que tu piel
ha desencadenado con mi piel
no ha hecho más que comenzar.

Ochenta mundos.

 

No me cuentes tragedias griegas
y demos el paso a crear la nuestra.
Revolvamos las palabras entre
cada uno de nuestros dedos,
arranquemos las cortinas que
protegen estos versos lánguidos
y sonreír a las calles grises
que duermen todavía.
Arranca de tu boca esta melancolía,
regálame besos hambrientos,
que nos entendemos mejor
con las luces apagadas.
Llévame a vivir entre tus piernas,
yo me encargo de acomodarme


Estamos a tiempo de dar la vuelta
al día en ochenta mundos. 

Geografía del olvido.






Arráncame estas ganas de sentir

el viento contra mi cara
y que me parta en dos
el ansia por tus pupilas.
Que estoy en un camino por elegir,
una bifurcación de palabras,
que tiende a la locura
más que a la razón, con dudas
infinitas que no claudican.
El mundo no parece estar dispuesto
a que saboree lentamente
el precio de tus miradas,
aunque este dispuesta a pagar
por ver amaneceres.

Todos tenemos miedo a sentir,
sobre todo a sentir demasiado.
Y no es más cobarde quien se lo calla
sino el que no lo admite.

Yo no tengo miedo.

Delineando.


Los colores de la paleta están desgastados,
como estos esbozos de sonrisas
que terminan arrugados
en la papelera.
Desteñida,
sin saber qué decir,
trazando manchas por doquier,
haciendo inteligible el cuadro
de mi mirada.
Rojo vino para estos labios
que todavía no saborean 
las historias del ayer.
Que desde dentro me salen las cicatrices
y las lenguas vernáculas comentan
que se derriten los sueños
pintados en el espejo.


Por esta piel se han cruzado caminos
que terminan sin ser lo que veo.
Que callan.
Que omiten.

Y en este lienzo hay hueco de sobra,
pero no es culpa mía
que tú quieras seguir rallando cristal
y yo simplemente contemplar el amanecer.
En esta sonrisa se estancan
gritos que no supieron callar,
que se hicieron fuertes
a base de cicatrices.
Invisibles,
inconscientes,
se lanzaron al mar.

Y aquí sin calor estoy
vulnerable.

Aracne.

 Y aquí se encuentran mis caricias,
cogiendo telarañas.
El tiempo las envejece,
las arranca de mis entrañas,
y corre unas tupidas cortinas
para que queden grises
como el color de esta ciudad.
Se pudren inspirando melancolía,
arañando las esquinas
por las que se perdieron
las sonrisas más sinuosas
que te puedes imaginar.

Savageland.




Les emocionaba caminar
por las líneas de tu mano,
y es que mis dedos siempre
fueron de esos que les gusta
correr riesgos,
como ser la mecha que enciende
el fuego que esta noche
invade mis pensamientos.
Los futuros inciertos
están hechos para mi,
no sé qué se espera de mí
y tampoco sé yo qué esperar.
Tal vez empiece a coleccionar
caricias versátiles,
porque ni en las peores decisiones
conozco qué cara del dado saldrá.
Y es que a mi el azar
no se me suele dar precisamente bien,
soy de las que aguanta la respiración
antes de lamentar la jugada.

Los suspiros se te escapan por mi piel,
y continúo sangrando libertad.

Semillas de granada.




Las luces de la ciudad parecían muy lejanas, como si las cuatro paredes en las que estábamos encerradas fueran un universo paralelo, independiente del tiempo. La música inundaba de forma tenue la habitación prácticamente en sombras, excepto por varios rayos luminosos de la calle, que se colaban por la ventana para espiarnos. Tus ojos destellaban en mitad de la oscuridad, como un faro que atrae a los barcos, y yo sólo buscaba colisionar contra tus piedras. Mis pies eran dueños de sí mismos, me condujeron hasta el borde de la cama donde me senté, donde aún existía un abismo de tu cuerpo al mío. Te erguiste para estrecharme entre tus brazos, y los míos rodearon tu cuello, asaltado inmediatamente por unos besos lánguidos. La intensidad del contacto nos provocó un jadeo intermitente, un tranvía llamado deseo crepitó entre nuestros cuerpos y aumentó la potencia que aquella descarga eléctrica incitaba al libre albedrío de nuestras manos.


Sin pensarlo dos veces, arrancaste tu camiseta para lanzarla directa al suelo, y volviste a tumbarte, haciendo que tomase una posición de depredador incipiente. Reposé levemente mi cuerpo contra el tuyo, uniendo nuestras caderas, mientras mi cabeza baja para darte besos a cambio de suspiros. Tus piernas rodearon mi cintura para apretarte más, hasta que un sutil alarido intentó escapar de tu boca, pero mi lengua atrapó el sonido. Me despegué un momento para observar lo apetecible que estabas en ese momento, sonriéndome con un extremo de tus labios. Tomaste mi cara con la mano para que descendiese de nuevo, y focalicé mis besos en tu mandibula, pasando por las mejillas, nariz y las pestañas. El deseo se acumulaba en la punta de mis dedos, que luchaban contra tu sujetador, y reposaba en tus pechos, pequeños y tiernos, a los que bajé a confesar mis más profundas intenciones hacia ti, jugando con lametones y el filo de los dientes. Regresé a tu boca, donde te besé con tal vehemencia que desaté la ferocidad que tenías atrapada en aquel cuerpo tuyo. Quería más de tu lengua, más de tus manos, se me hacían poco los besos que me regalabas. Mordisqueé tu labio inferior y tiré apasionadamente de él, estimulando las mordidas que me propiciabas desde el cuello hasta el hombro. Necesitaba tenerte desnuda pero la sensualidad de tu boca me tenía dominada, y tus dedos aprovecharon para despegarme la camiseta y desabrocarme el sujetador por el cierre delantero. Me puse sobre mis rodillas y te erguiste mientras me propiciabas un torrente de besos por mi abdomen, subiendo con una lengua aterciopelada hasta mis pezones. Mordía mis propios labios, desnudos sin los tuyos, fríos. Mis manos se dedicaron a enredarse en tu pelo, rodeando y arañando levemente tu apetitosa nuca. Apretaste mis generosos pechos con tus dientes antes de decidir que mis pantalones tenían la misma dirección que nuestras camisetas. Te quitaste los tuyos como muestra de igualdad de condiciones y te apresuraste a cambiar las tornas, liderando mi cuerpo, entre el tuyo y el colchón. Tragué aire con una áspera inhalación al ver cómo los haces de luz incidían en tu figura delicada, en tanto que descendías a acariciar mi nariz con la tuya. Tu boca se unió a la mía como un imán, dejando entrever una tímida lengua que jugaba con otra algo más despistada. Me dediqué a morderte el cuello y a besarte de manera desmedida por él, hasta los hombros, hasta los pechos, sin pasar por tus clavículas. Tu cuerpo me decía exactamente cómo y dónde tenía necesidad de mis dientes, hasta que tu mano se apoyó en mi hombro para hacerme retroceder con una malévola sonrisa. Posaste cientos de besos que viajaban desde mis labios hasta el ombligo, y tu lengua levantaba el borde de mis bragas para excitarme aún más. Separaste mis piernas y devoraste el interior de mis muslos, llegando a donar besos encima de la tela que todavía estaba en mi entrepierna y no sabía explicarme porqué a estas alturas no estaban aún en el suelo. Terminaste arrancándomelas en un impulso de lujuria, y la deliciosa fricción y contraste de tu lengua con mi clítoris hizo que me empezaran a temblar las rodillas. Lamías sutilmente aquellas zonas bajas, acumulando resonancia bajo la piel sensible, introduciendo tu lengua por el hueco más recóndito de mi ser, haciendo que arquease mi espalda y mi aliento se cortase. La almohada se estaba asfixiando de la fuerza con la que la apretaba, y el sudor que empezaba a brotar transpiraba tu nombre. Mis muslos se pusieron rígidos, la tensión que acumulaban en aquel momento necesitaba desaparecer y tan rápido como tu boca se desprendió de mis labios inferiores, los dedos le tomaron el relevo.

Cuando la piel se encontró con la piel, nos tapamos el grito haciendo coincidir nuestras bocas como si de un oasis se tratasen. El impulso fue ardiente y pausado, prolongando lo máximo posible la agonía que quemaba por dentro. Los jadeos comenzaron a aumentar de volumen, yendo casi al unísono. Comencé a arañarte la espalda como un intento de arrancarte la piel, desgarrarte el alma. Guardaba en mi garganta los gemidos casi frenéticos que trataban de huir, y al mirar tus ojos brillantes en aquella oscuridad me di cuenta de que era presa de un hambre inscaciable hacia tu piel. El ritmo de nuestros cuerpos iba increscendo, de intensidad y fuerza, aproximándote cada vez más al clímax del momento. Tu cuerpo, conforme las embestidas eran más rápidas, descendía hasta estar prácticamente encima del mío, y mis dientes se desataron en una vorágine de mordiscos incesantes en tu cuello desprovisto de defensas. Mis uñas se clavaban por tu columna, queriendo sentirte todavía más dentro de mi. El cuerpo me temblaba, el sudor resbalaba en la piel y mi respiración se colaba por tu garganta. No deseaba nada más intensamente que el calor que desprendían aquellos dos cuerpos me quemase viva. Mis gemidos comenzaron a cabalgar más rápido, temblando al igual que mis extremidades, hasta el momento en que me encogí, apretando tan fuerte tu cuerpo contra el mío, que pensé por un instante que te quedarías a vivir dentro de mi pecho. Los estremecimientos se calmaron, y te relajaste junto a mi, al otro lado de la cama. Me retorcía de placer entre las sábanas deshechas y tu sonrisa derrotada. Los besos que propiciaste fueron suficientes para apaciguar la poca energía que quedaba en mi ser. Los besos precipitados por tu cara, a modo de agradecimiento, se disiparon en las altas horas de la noche, entre tus brazos exhaustos, y tu respiración a contracorriente.

Pasé una de mis piernas por encima de ti, y te miré desde lo alto, esbozando una sonrisa, para bajar y unirme con tu pecho, a escuchar a tu corazón desbocado. Nos quedamos apacibles, haciendo tiempo a que el crepúsculo cayera sobre nuestras pestañas, que Morfeo nos robase a vigilia igual que Hades raptó a Perséfone.
Más ganas tengo yo de besar tu cuello,
y aquí me ves.








Aguantando.

Es hora de correr.



Acércate
que no retrocedo,
que nos quedemos a oscuras
sin nada que decir
para escuchar 
a estas razones,
que desconocen cómo
han terminado latiendo
de esta manera tan insensata.
Creo que deberíamos
poner pies en polvorosa, 
donde nadie nos encuentre, 
y suicidemos estas ganas
que tenemos de vernos. 
Que los fantasmas se disipen 
entre el polvo de nuestros planes,
la noche se hace larga
y los días empiezan sin ti. 
Quédate una hora más
en estas sábanas
que arrugan tu figura,
prometo no decir nada
hasta que el sudor empañe
nuestras pestañas.


No sé qué hemos hecho,
pero el fuego está cada vez
más cerca.

#2420




 
Cierra

los

ojos 

y

hazme

sonreír

,

busca
  
un 

lugar

donde

nos

escondamos

media

eternidad

,
 
que 

la

otra

mitad

la 

paso

entre

tus
  
manos
  
.
Conocerás de mí
en cuanto llegue,
cuando arranques
la mejor parte
de mi engranaje
y sepas cómo funciono.
Entonces veremos quién
es la marioneta de quién.

Dos torres.



Patrones perdidos
entre las sinuosas curvas
de tu figura,
torres conquistadas
por diez firmes soldados.
Llamadas perdidas
con las que dedicas
minutos de locura
y desazón,
entre esquina y espada,
a esta torpe calma
que no sabe otra
más que agitarse.
El delta de un río que
se desboca por tus piernas,
y un cauce que trata de
recobrar la bonanza
arrebatada en un paréntesis
relleno de suspiros.

2:22 am

 
Apriétame,
 
condúceme al éxtasis
 
a base de caricias,
 
de besos,
 
de arañazos en la espalda
 
y de mordiscos
 
que duelan hasta el alma.
 
Róbame el aliento,
 
sacude la vergüenza, 
para que mis dientes
 
se adhieran a tu piel.
 
Arráncame estas ganas
 
de quedarme a vivir 
  
en tus pechos.
 
Que la eternidad se me hace corta,
 
pensando en el abismo que separa
 
tu mirada de la mía.

Toxic.



La distancia de tu mirada a la mía
y esta extraña afición a las madrugadas,
a mirar el silencio contigo,
y dejar frases a mitad.
Que el desorden del mundo
vaya en aumento,
que aquí entre estas cuatro paredes
estamos seguras.

Acariciarte el pelo,
hundir el peso de mis dedos.
Mirarte en el espejo,
entre piel y cristal,
y que se me derritan
las caricias que suspiro.

Muerdo las ganas de verte,
pero más preferiría
provocar un incendio esta noche
y que miremos Roma arder.
Deja de ladrar, porque
yo soy de las que prefiere
verte morder.


La belleza es caótica
y por eso tú pareces una loca.