Cabeza a tierra.



No me gusta pensar que tu cara
puede empezar a emborronarse un día,
que cada vez piense menos en tu pelo
y en las noches de insomnio que arreglábamos
haciéndolo a pelo,
cómo no (porque las chicas tenemos esa ventaja).
Tus miedos
en mis pupilas
y los míos
guardados en el cajón
por si algún día te ibas y así
no me sentía tan sola
sin ver tus medias sonrisas
y ahogándome en los gestos
que derramabas por las aceras.

He llorado más de lo que te imaginas por este huracán
que se lee entre líneas y líneas de cada mensaje de Whatsapp.
La caja de Pandora no es nada comparado con todo lo que ha aguantado este pecho.

Cada palabra tuya es una nueva cicatriz
que intento no borrar de mi piel
por si algún día regresas con ganas
de seguir escribiendo la historia
que dejamos a mitad.

Respiro
para quedarme vacía
y no gritar
que sigo esperando
que no cojas aquel avión
que soy capaz de hacerte volar
a cualquier rincón del mundo

del universo

de nuestro universo.