Invierno frío

Dejémonos de indirectas.
¿A quién quiero engañar?
Quizás no estemos hechas de la misma pasta
o quizás es la pasta lo que nos diferencia.
Siempre hay opciones en la vida
y no hace falta echar balones fuera,
las decisiones son lo único
que nos mantienen con vida.

Nos merecemos siempre a alguien peor,
alguien que nos trate de pena,
alguien que se enfade por cualquier gilipollez
para darnos cuenta de que,
joder, otra vez,
ella era la persona ideal que teníamos delante
y que jamás supimos ver.

Los tiempos corren  y nuestras piernas se cansan.
Menuda suerte la nuestra.

Me dejaría arrastrar por el mar
de saber que no me ahogaría
en tus rencores y silbidos de auxilio
a los que siempre acudo.
Soy capaz de provocar un incendio
con tal de que te des cuenta
de que esta mierda
me llega a la altura del cuello,
y se me han olvidado
las ganas de sentir.

Prefiero revolcarme en la arena
y esconder mis miedos bajo el mar,
porque si no puedes mejorar el silencio
para qué cojones voy a hablar.

Costumbres arraigadas

Vemos normal la crisis económica,
que ir al restaurante de la esquina,
el de toda la vida,
sea un privilegio.
Vemos normal la miseria y el hambre
y que nuestro cuerpo
sea moneda de cambio.

Vemos normal que hayan muerto
9 mujeres
en lo que llevamos de año
por violencia de género.

Vemos normal que una familia entera
se alimente de una pensión,
que en bocas cerradas no entran moscas,
ni cucharas.

Vemos normal la muerte
y la enfermedad subdesarrollada,
y terminamos el plato
por los niños de África.
Vemos normal eso de no recoger la mesa,
porque realmente
ya no hay nada que pone.


 Cada uno decide si quedarse ciego,
con las manos en los bolsillos
o empezar a cambiar las costumbres.