Ajústame el volumen

Y sigo aquí, me encuentro sentada en un taburete de madera, con el pelo ondulante a mi alrededor protegiendo mis hombros, mirando por la ventana esperando que el sol salga e ilumine mi rostro sin hacer daño a mis ojos.

Quizás no sean claros, pero tienen mucha sensibilidad. Alargo la mano, rozando con mis dedos de un extremo a otro el segmento imaginario en medio del alféizar polvoriento.
Debería limpiarlo. La guitarra está apoyada en la otra esquina, rellenando el hueco vacío que queda entre la pared y el cristal.



Casi todos los dias levanto la mano para tomar la guitarra y saturar el cuarto de energía. Melodías incesantes caminan por mi mente, inspirándome en nuevos sonidos y armonías, dejando que mis dedos deambulasen por el mástil. Sin embargo hoy, se balancea suavemente con la pequeña brisa que llega hasta nosotras e inunda la habitación, enterrándola en un ambiente cálido, soñoliento y melancólico. Parece que con esos pequeños movimientos tiene vida propia, pero realmente la saborea cuando tiemblan sus seis cuerdas de acero al contacto de mis manos.


Pestañeo. Me quedo embobada con el hálito de la naturaleza que consigue mi evasión del plano terrenal. Miro hacia las nubes, algodones de azúcar, algunos maltrechos, enredados en el enorme telón azul que cubre la gran habitación. Observo cómo se arrastran por el cielo. Sus pasos son lentos, no tienen prisa en llegar hasta la otra esquina, para qué. Cada nube es un plan, unas más grises, otras más transparentes.
Nosotros somos nubes, no más.

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