Regresa

Sentir tu aroma al despertar, tus dedos corriendo por mis brazos hasta llegar a la esquina de la mandibula, frenar y agazaparse en la selva parda que visto en la cabeza. Tu mirada me busca y me encuentra, mis tímidos labios esbozan una sonrisa pequeña, dejando entrever los dientes que reflejan tu rostro. En mis pupilas se resquebraja la luz del sol que entra por la pequeña ventana de mi habitación, que ilumina tu pelo cobrizo y deja tu rostro a contraluz. Los mechones que caen en tus hombros blanquecinos tapan parte de unas clavículas que han sido llenadas de besos durante horas.

Una profunda angustia me invade, le procede un nudo que asfixia mi garganta y tiembla mi boca sumergida en lágrimas. La escena resbala y se rompe en pedazos contra el suelo. Desapareces.

Languidezco en la cama, queriendo conservar aquello que se marchó por las vías penumbrosas del tren y que me mantiene bajo la incertidumbre. La lluvia se funde con mis lágrimas bajo el rostro apagado que soy incapaz de cambiar. Tu voz se entrecorta y se aleja, haciéndose cada vez más triste y pausada. El corazón se me sale del pecho, los respingos consiguen hacer mi cuerpo temblar y que mi voz resuene en toda la estación. La agonía me despedaza lentamente y un vacío se abre paso a través de mi pecho y escondiéndose tras las costillas que se mueven al compás de mi respiración tropezante.

Te odio...