Frigidez nocturna


El silencio que reinaba esa taciturna noche en la calle se vio interrumpido por un arrastrar de pasos a destiempo, cuyo sonido se acercaba más y más a la fachada de un bloque de pisos. Me adentraba en las sombras con mis pantalones ajustados y negros con varios cortes, a lo largo y alrededor, y una chaqueta gris clara, moteada por manchas de leopardo un tanto más oscurecidas. Una luz tenue cuyo brillo se situaba en la medianía del edificio hizo que mis ojos se dirigieran en la esperada dirección, logró captar mi atención. Introduje mis dedos en el bolsillo de la chaqueta y sacar el móvil; tras una breve señal de llamada comencé a escribir un mensaje de texto tan rápido como los dedos pudieron hacer con el frío que les inundaba: <
Hey, abreme la ventana y tira la cuerda, q hace un poco de frio en manga corta!>. Al momento, un leve chirrido de cristal se pudo oír varios metros por encima de mi cabeza, descendió una cuerda con la que logré alcanzar la esperada cima sin muchos problemas para ello.

En el alféizar de la ventana te miré, y pude notar un destello en tus ojos que no había visto antes. Estabas realmente bonita incluso a las dos de la madrugada, sobre todo con mechones de tu pelo azabache hacieno puenting con dirección tus pechos. Tras una sonrisa correspondida y un carraspeo, entré, volviendo a enrollar la soga que dejé tras de mi. La deposité a un lado, en el suelo, mientras me acercaba mirándote a tus profundas pupilas negras y mordiéndome un poco el labio, como un león que se relame ante su presa. Suspiraste con una mirada pícara, tus dedos me rodearon la cintura para que tomase posesión de tu cara con mis manos y nos fundimos en un beso del que tardamos en despegarnos.
-Con que manga corta, ¿eh? -soltaste con un tono de guasa mientras me observabas.
-Sabía que así te daría más pena y te darías más prisa.. y lo hiciste. -mi fiel sonrisa me acompañó tras esa afirmación. Giré sobre mis talones para dar media vuelta y avanzar un par de pasos hasta la ventana que había quedado abierta tras mi intrusión en el cuarto.

Un chasquido delicado logró que la corriente invisible de la noche dejase de corretear por mi cara y mi cabello ondeante, dejó el oxígeno suficiente para las dos. En el momento que mi vista coincidió con la tuya pude contemplar cómo dabas un paso lento hacia mi. Tus dientes quedaron al descubierto, enlazados a una mirada traviesa. Esbocé una carcajada de nerviosismo, un espasmo eléctrico recorrió toda mi columna vertebral. Continuaste dando otro paso depredatorio que me invocó la figura de una pantera surgiendo de entre la penumbra, consiguiendo que casi se me doblasen las rodillas. Una oleada de expectación estremeció nuestros cuerpos con el contacto de la yema de tus dedos en mis mejillas y las mías por tu cuello en el instante que nuestras bocas se encontraron. Te retiraste un poco para darme la mano y atraerme hacia la cama, te sentaste en el borde por la zona de los pies y me tomaste por la cintura. Me dejé caer encima de ti, nuestra vista quedó inyectada en la otra y como consecuencia, parecía que el tiempo era ilimitado. Todo lo que importaba era el aquí y el ahora. Tomaste mi barbilla, acercándome a tus labios carnosos y sensuales, cerré mis ojos para dejarme invadir por las maravillas que ocultabas. Como dice Neruda, en un beso sabrás todo lo que he callado. Mantuviste cautivo mi labio inferior durante un largo y erótico momento, y con una exhalación diste fin al beso. Un sabor exquisito se quedó impregnado en mi paladar, como si de un dulce se trataba; en la punta de mi sinhueso albergaba una sensación salada, como el jugo de una fruta exótica. Un olor escaló hasta los orificios de mi nariz, produciéndome las irrefenables ganas de tener una degustación de tu piel.

Provocándote con un movimiento pélvico, uniendo la cumbre de nuestros montes cubiertos por dos piezas de ropa todavía, una súbita avalancha de deseo consiguió que me besases de una manera tan apasionada que tuve que relajarme para calmar el ruidoso palpitar de mi corazón. Me erguí sobre tu cuerpo yacente en el colchón, tu boca aún estaba sedienta del aroma de mi piel pero resisitió la tentación de contactar con la mía para cederle el protagonismo a tus dedos que decidieron introducirse por el interior de mi camiseta para jugar y, de una manera pausada y seductora, lograr desprenderla de todo contacto físico. Mientras la depositabas a un lado de la cama permaneciste inmóvil, embebiendo la visión de mi torso semidesnudo y dorado por la luz tenue de la lámpara apoyada en la mesita de noche. Tu mirada recorrió mis hombros, bajaste por mi clavícula y mis pechos cubiertos por un sujetador grisáceo de zebra, continuó el descenso por mis costillas, mis pequeños pero ondulantes abdominales y un ombligo que pedía a gritos un mordisco, se detuvo en las finas cuerdas gemelas de músculo que atravesaban la parte inferior de mi estómago y desapareció dentro de mis pantalones, llamando al ojo para que la siguiera. Tragaste aire con una rápida inspiración para ponerte a mi altura y susurrar un hilo de tu aliento por mi oreja, propinándole pequeños mordisco y declinando hacia el cuello en lo que usurpabas mis pantalones. Mis dedos fueron valientes lanzándose al bosque de tu pelo, apretando con poca fuerza algunos instantes y acariciando suavemente los rincones atezados de tu cabeza.

Giraste tu boca en dirección a la mía pero detuviste el movimiento. Mi lengua salió de su escondite y lamió con ligereza tus labios, con un gesto de atracción hacia ella. Tu respuesta fue grata, la seguiste para establecer contacto con la tuya. Mis manos no pudieron sucumbir a la tentación de igualar la situación, querían despojarte de tu camisa y consiguieron que le hiciera compañía a la mia en el piso. En seguida, mi dientes pudieron palpar la pareja de huesos que restaltaba en tu pecho y tu marcada garganta. Un gemido quedó ahogado en lo más recóndito de tu ser cuando deslicé una de mis manos entre tu cuerpo y el colchón y la cerré sobre la uve de tus muslos. Aquel contacto de intimidad absoluta provocó que cada nervio de tu cuerpo despertase brutalmente un intenso y ávido vacío. Los músculos se tensaron de forma rígida sobre la nada dentro de ti, impacientes por ser llenados y calmados. Te dejaste caer sobre la cama, alimentando el deseo que sentías mientras te arrebataba los pantalones y los dejaba caer con las anteriores prendas. Nuestros cuerpos quedaron unidos cuando me tumbé encima tuya y lo único que impedía el total contacto de la piel era la ropa interior. Suspiré al advertir que dos de tus dedos comenzaron a rozar mi prenda inferior describiendo círculos y apretar un poco mi entrepierna. Mis dientes hicieron su aparición y cerraron un pequeño y delicado mordisco amoroso en tu labio inferior, lo estiro un poco hacia mí misma y reanudo el beso que dejamos a mitad. Estaba vertiginosamente excitada por la circulación de tus extremos en mi clítoris, y eso hacía que mi lengua se pelease con la tuya.

De repente paraste para posar uno de tus dedos sobre mi rostro y un dedo se deslizó entre mis labios; lo chupé, queriendo tomarlo y saborear cualquier parte de tu cuerpo. Luego serpenteó por el camino de la felicidad hasta llegar al ombligo, con un billete de ida a mi bajo vientre. Esparciste la humedad a lo largo de los suaves pliegues que ocultaban mis bragas a conujnto con el sujetador, metiste tu dedo índice dentro de mi y lo introduciste profundamente. El avance y retroceso de tu extremo hacía que el flujo abundase, originando pequeños sonidos entrecortados que escapaban de mis labios mientras permitías que un segundo dedo entrase y se coordinase con su hermano. Cubrías mi cuello y hombros desnudos con besos de boca abierta e intercalabas minúsculos mordiscos, haciendo que el placer de tus dedos y la sensación de tus cálidos labios sobre mi piel me estremeciese. Tras varios segundos de intensa acción paraste, y la mano sobrante, con la que agarrabas mi costado para subir al ritmo de tus penetraciones, logró que intercambiásemos posiciones en el colchón. Desabrochaste la pieza de ropa que protegía mis senos para dejarlos al descubiertos para besarlos, darles caricias con la lengua, mordelos y producir en mí una sensación desgarradora de complacencia. Tu sinhueso comenzó a dibujar un zig-zag por todo mi estómago, parándose en el borde de las bragas grises que cubrían mi más íntima parte.

Lanzaste una mirada maliciosa que supe comprender. Levanté a varios centímetros de las sábanas mi trasero para que pudieses retirarlas, entretanto yo observaba tus pupilas caminar por toda mi figura. Esbozaste la sonrisa más amplia que pudiste, te acercaste manteniendo el contacto de tus ojos con los míos y al mismo tiempo que tu boca rozó la mía, introduciste tus dos dedos anteriores entre mis pétalos carnales. Comenzaste a empujar contra aquellos suaves y delicados pliegues y no pude evitar que se me escapara un ruidito de inquietud. Progresivamente la rapidez y la fuerza aumentó y no pude evitar que mis manos arañasen tu espalda, clavando con cuidado las pocas uñas que poseía. Conforme tus dedos bajaron la velocidad, tu boca se fue apartando de la mía y emprendió un descenso hasta el clítoris, la lengua tomó el control de la situación y de mis temblores. La sinhueso se movía en dirección vertical, de abajo hacia arriba, con un ritmo animado para conseguir que mi cuerpo temblase entero, tiritando hasta la saliva que relamía en mis labios. Volviste con los dedos, introduciéndolos lentamente y aumentando la agilidad de forma gradual. Inundabas mi cuerpo con las caricias de tu pelo azabache, me bañabas en besos cargados de pasión y sentimiento. Cuando noté que las fuerzas empezaban a fallarte un poco rodeé tu cuerpo con mis brazos e invertir los puestos.

Dándote un largo beso en la boca fui descendiendo por tu clavícula, seguidamente por los pechos, relamiendo tus pezones, lamí tu ombligo, lo mordisqueé juguetonamente y separé un poco tus piernas para ir al plato principal: una flor de carne que se abriría permitiéndome la entrada. Rocé tu brote con la lengua, cada vez con mas intensidad. La introducía lentamente mientras me ayudaba de un dedo para hacerte capaz de alcanzar las nubes con la punta de los dedos. Consentí que mi mano tomase el control de la situación para regresar a tu boca y sumergirla con mi lengua, mientras dejaba que mis extremos iniciasen un movimiento de penetración en tu vagina. Primero uno, luego dos y hasta tres fueron los que lograron que ahogases gemidos en tu gargante y agonizases de placer hasta suspirar de excitación. Acerqué mis dedos a la boca, y los lamí uno a uno. Te uniste al festín y nuestras lenguas terminaron enrollándose solas, tenían dependencia la una de la otra.
La noche fue larga y al separarnos varios centímetros pudimos sentir el frío de la habitación cernirse sobre nosotras. Nuestros cuerpos enroscado el uno sobre el otro, un brazo tuyo me hacía de almohada y el otro cobijaba mi costado de la frigidez nocturna. No nos hacían falta sábanas, te propinaba besos por la mano, te mantenía caliente con el contacto de mis labios; tú concentrabas tu calor en mi nuca con tu respiración, ahora sosegada y tranquila.

Transcurrió el espacio de un latido, luego otro. Fue entonces cuando entre perezosos y cálidos besos que te regalaba y las caricias con las que me obsequiabas, un segundo antes de que te quedases dormida entre mis brazos, completamente saciada y satisfecha, que la luna me sonreía y las estrellas se pusieron celosas...

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