Tu columna vertebral


La yema de tus dedos atraviesa mi piel, un puntero que dibuja invisibles y caóticas formas mientras una bomba sanguínea continúa haciendo ruido dentro de mi pecho, cada vez más y más fuerte. Apoyas tu oreja en la oquedad de mis pechos, apartando los mechones pardos que rondaban por allí. Depositas un beso perezoso en el escote para elevar, seguidamente, tu nariz hasta el lóbulo de mi oreja izquierda y notar tu respiración serena. Tu boca se abre para dar paso a unos dientes rebeldes que comienzan a mordisquear mi oreja de manera sutil y remolona.

Mis manos inquietas se abrieron paso por tu pelo castaño, revolviendo tu corta melena a ras de la mandíbula y descendiendo por tu cuello desnudo y tu espalda descubierta. Balanceé la punta de mi nariz en tu mejilla y redondeé la parte posterior de tu cabeza, peinándote con la palma de la mano. Aproximé mis labios finos y carnosos hacia los tuyos con intención de no dejar que el aire interrumpiese el espacio que quedaba entre nosotras. Una descarga electrizante transitó toda mi columna vertebral y produjo una sensación de opresión en mi pecho.

Te abracé con fuerza, no quería que nuestros cuerpos se despegasen. Necesitaba tenerte cerca, en ese momento había demasiado espacio para mí sola, aunque anteriormente siempre había sido de esa forma. Quizás cuando hay una conexión intensa resulta difícil desconectarla.



De espaldas a mi, apoyé la punta de mi dedo índice en tu espalda y permití que hiciese un recorrido por toda tu columna vertebral. Una travesía conocida, como el camino de vuelta a casa.

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