Oniria e Insomnia.


Las sábanas eran testigos de nuestro delito mañanero, de mis dedos integrándose en tu pelo y tu figura formando parte del lienzo de mi cuerpo. Mi mirada se olvidaba lánguidas caricias por tu clavícula y tu pecho, desembocando al epicentro de tu ser, a medio camino del monte Venus. Aparté los pliegues de sábana que todavía nos separaban para encontrarte, dejando reposar decenas de besos, cada cual más perezoso que el anterior. Repasaba tu mejilla con mi nariz, antes de que mi boca hiciese un pequeño tour hasta alcanzar a la tuya. Dientes que se provocaban a otros labios, y ellos que respondían con amagos de alejamiento, hasta que los tuyos cobraban forma de luna menguante y recobraban la fuerza perdida durante la noche.

Al ritmo de la suave melodía que emanaba de los altavoces, tu cuerpo comenzaba a acomodarse sobre el mío con una fluidez delicada; la naturalidad era algo que gobernaba a nuestros movimientos. Yo expiraba pura ternura, pero no podía evitar morderme el labio en busca de algo más que besos cálidos. Empecé a desartar tiras y aflojas entre el aire que sobraba entre nuestras figuras, y a colmar a tu cuello de pequeños y traviesos mordiscos. Bajaba tranquilamente, atraída por tu ombligo pero pasando antes por tus pechos mientras tú te limitabas a tragar saliva, tratando de no parpadear para no perderte ningún detalle de mis colmillos sobre tu piel, de mi sinhueso jugando con tus pezones porque, aunque el corazón te retumbaba dentro del pecho, sentías cómo mi boca te abrasaba por fuera, deseando conocer cuál sería la siguiente parte de tu tez que devoraría. Te estremeces cuando estoy a escasos milímetros de rozar con la lengua el borde de tu epicentro, y eso me gusta. El instinto me lleva a recorrer todo tu torso, desde el hueso de la cadera hasta los hombros y parte del tiroides, mientras una avalancha de expectación te sobresaltaba y unos tímidos sonidos entrecortados se escapaban entre tus labios, hasta que regresé a ellos para calmarlos. Mis brazos te rodearon, dejando caer tu peso sobre mí y pudiendo atrapar tu cintura desnuda por breves instantes, hasta que te obligase a ergir tu postura mientras yo reptaba bocaarriba hacia la parte final de la cama y durante el trayecto obsequiase mordiscos gratuitos.

Terminaste sobre tus rodillas y conmigo entre ellas, hablando lenguas vernáculas con tus pliegues más íntimos, provocándote a susurrar ruiditos de inquietud, de menor a mayor intensidad, a la vez que mis mianos viajaban por el universo de tu cuerpo, abriéndose paso entre tus pechos y estacionándose en ellos por un momento. No parabas de balancearte, sin resistirte a la intrusión de mi lengua y anhelando mantenerla dentro de tu cuerpo hasta el momento en que te apartaste jadeando y llegando a gatas hasta las almohadas, preparándote para asediar la ciudad, porque la guerra no había hecho más que empezar. Con un poco de presión logro que uno de mis dedos se abriese camino entre tus pétalos carnosos, pero tú, decidida y firme, me acercas la mano, pidiendo más con la mirada que con tus piernas, con tus dientes mordiendo medio labio y extendiéndome un segundo. En ese ángulo me encontraba subiendo y bajando salvajamente, apretándote el cuerpo de manera salvaje y frenética a un ritmo acorde con la intensidad del momento y la música que vomitaba el aparato de música y que iba en diminuendo, y por tanto, nuestros moviemientos también. Regresé con largos y calmados abordajes, consiguiendo que vibrases por terminaciones nerviosas desconocidas hasta ese momento.
Sin dejar de continuar el flujo, acerco mi cara a la tuya para ronronearte al oído, y volver a retirarme centímetro a centímetro para mirarte a las pupilas que casi llenan por completo tus ojos. Bajo para saborear de nuevo el néctar que desprendes, buscando entre tus pliegues el brote que te llevaría al éxtasis, a tu Nirvana personal. Prácticamente podía notar los latidos que tu corazón impulsaba al resto de tus extremidades, los jadeos pasaron a ser cuasi aullidos, y mientras mis dedos iban a ritmo constante, la lengua no hacía más que provocar contratiempos que rozaban tu plena exaltación, a la que te aferrabas tan fuerte como a la almohada. Tras varios gemidos continuados y entre cortados agarraste mi cabello y apretaste mi cabeza contra tu ser, indicándome que el tren llamado orgasmo había desembocado en tí.

Continuamos respirando al mismo compás, dejando que la música nos terminase por llenar y yo cayese en la mullida cama que llevaba de colchón tu cuerpo extasiado, buscando cobijo entre tus brazos. En ese momento sentía cómo los impulsos de tu corazón palpitaban hasta casi tu dermis y se me contagiaban por las caricias que tus dedos me regalaban. Terminé por enroscarme entre tu brazo y tu costado, que tu cuerpo girase 90º para acogerme, mientras me ahogaba en la profundidad de tus pupilas:

- Que Oniria encuentre a Insomnia... -murmuré.
- Y que mis sueños se hagan realidad. - respondiste.





1 comentario:

El coco. dijo...

Que brutal, sinceramente no me esperaba algo así de tu persona, me ha gustado mucho, tienes una manera increíble de embellecer lo que en otro contexto podría ser hasta burdo.