Las olas se encogen cuando ven que la orilla se acerca, se retuercen entre la sal y las pocas piedras que decidieron salir a la aventura, a intentar ahogarse, a sentirse vivas. Pero más allá de eso, no tienen capacidad alguna de llegar más allá de dos centímetros. Necesitan un empujón, o en muchas ocasiones, alguien que las lleve bien lejos.
Lo más lejos posible.
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