Casas de cartón.



No era demasiado temprano como para deslizar un pie fuera de la cama, pero tampoco había necesidad de que el reloj dejara pasar sus agujas un poco más. Tan sólo eran las ocho y media de la mañana. 

Las pestañas pesaban en exceso, esforzándose en hacerme caer de nuevo en el sueño. No había manera de movilizarme más allá de las arrugas de las sábanas pero recordar, que me encontraba en una habitación ajena y apenas había visibilidad por la tenue luz que se escondía entre tus cortinas moradas, fue más que suficiente motivo como para abrir las ventanas de mis pupilas. Mi pulso se calmó cuando te encontré tendida al lado de mi cuerpo, y el tuyo continuaba desnudo para no tener celos del mío.

Mi cabeza ha perdido la cuenta de las noches que hemos compartido en aquellas cuatro paredes, de los besos furtivos durante amaneceres infinitos y crepúsculos excesivamente lentos, de carcajadas estridentes, de sonrisas y miradas con deseo contenido. Mis brazos se lanzaron a abrazar tu espalda automáticamente, no obedecían a mis órdenes de dejarte descansar. Mi boca terminó inevitablemente regalando besos por tu piel, al ritmo de tic-tac. Terminaste girando 180º para recogerme entre tus brazos, entre tus pechos a modo de almohada y que la oscuridad se quedara conquistando mi visión. Tus dedos repiqueteaban por el comienzo de mi espalda; caricias sutiles de un alba color morado que se reflejaba en tu iris. Desprendes ternura. Cambié de lado, y mi nuca fue la culpable de que tus besos por todo mi cuello terminasen en mordiscos. Abrazas intensamente, tanto que soy capaz de escuchar cómo el corazón se desboca dentro de tu pecho, al contrario del mío, que mantiene una serenidad inquebrantable.

Pero es ahora, cuando no te siento cerca, que se desborda y me inculpa la calma ansiada. Y yo qué puedo hacer, mas que quedarme sentada con estas palabras que resbalan por entre mis dedos, que estás leyendo y así me mantienen cerca de tu mirada. Eres capaz de leerme en cursiva, y terminar las frases que yo comienzo, de arrugar la nariz y hacerme temblar con un suspiro.



Y en el fondo de mi pensamiento, todo empieza con un ,
pero termina con un yo.

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