Piezas de ropa.


Mis brazos continuaban cruzados y uno de mis tobillos balanceándose, apoyado en la rodilla contraria, denotando cierto nerviosismo. Tú, mientras, te tomabas todo el tiempo necesario para probarte la ropa, hasta que finalmente me llamaste para verte. Comprobé lo bien que te sentaba el pantalón negro ajustado, y lo mejor que combinaba la camiseta gris. Mis ojos viajaron por tu cuerpo, recorriéndote de arriba a abajo, y un fino hilo de baba imaginario se descolgaba de mi boca. Te bajé las gafas de sol de la cabeza con un "así, sí". Te reíste, y me empujaste fuera del pequeño habitáculo para poder cambiarte. No opuse resistencia, pero realmente no quería salir. Pensé, sonreí. Y tras dos segundos de una mirada furtiva de reconocimiento hacia resto de probadores vacíos, giré sobre mis pasos y abordé el mismo espacio en el que tú te hallabas con un rápido movimiento de cortina.

Todavía estabas contemplándote en el espejo, con la espalda vuelta hacia mí, y la camiseta a medio quitar. No hicieron falta palabras, porque mis manos se lanzaron al vacío de tu cuerpo, conquistando tu vientre, arañándolo, a ritmo y compás de mi respiración lenta. Mis dedos fueron subiendo hasta tus costillas, para ir quitándote la camiseta. Despacio. Durante el camino me apetecía rodear tu columna de besos cálidos y apaciguados, que hicieron a tus brazos apoyarse en el espejo. Tu pelo negro se curvaba por tus hombros y un poco por el comienzo de tu espalda, invitándome a sumergir mis dedos por él, y recorrer todos tus relieves.

Te diste la vuelta. Con una sonrisa pícara no pude evitar observar tu pecho semi desnudo y seguir bajando hasta tus ceñidos pantalones oscuros. Mis pupilas se clavaron en tu abdomen, en tu ombligo, tus esbeltas caderas... Explotaste el globo de mi ensoñación levantando mi barbilla y regalándome un beso intenso, rozando lo electrizante. Luego, te separaste de mi, pasando tu pulgar por encima de mis labios, moviéndolos de un lado para otro, provocando una ligera e irreprimible fricción. Me ladeaste la cabeza hasta ponerla en el ángulo perfecto para que tus dientes rasgasen mi cuello, y tu lengua mojase con la punta mi piel desde ese punto hasta la oreja. Una ola de deseo subía pausadamente por mi cuerpo, cada vez más intensa, y tú seguías entretenida en el cartílago hasta que giraste mi cara para sumergir tu sinhueso en mi boca y que así se encontrase con la mía. Tus labios, calientes, y tus besos, sedosos, conseguían hacerme estremecer totalmente. Poco a poco, fuiste haciendo que mi espalda se apoyara en una de las paredes y que mis manos caminasen por tus brazos, tus hombros, para apretarte más a mí, que sintieras el fuego que estaba creciéndome dentro. Cerré mis manos por tu cintura y luego las deslicé suavemente hacia arriba mientras el beso profundizaba, se detenía en cada curva. Con mis palmas encima de tus pechos, a tus muslos les dio un ataque de flaqueza, arqueando un poco la espalda, pero sin separarte todavía para hundir más mis dedos, entre la tela y la piel, y sentir así tus pezones endurecidos contra mis manos. Cada vez te aumentaban más las ganas de sentirme dentro tuya, sin ropa de por medio.

Tu camiseta terminó definitivamente en el suelo, y se quedó observando cómo la mía también caía en esta batalla. Me acariciabas los pechos, aumentando la intensidad según tu lengua se deslizaba más hacia dentro, resbaladiza y hambrienta, logrando que yo expulsase suaves maullidos de placer. El ritmo en que mis besos se incrustaban en tu boca comenzaba a ser frenético, tú no tuviste ninguna duda y comenzaste a desabrocharme el pantalón. Únicamente con la ropa interior coronando mi cuerpo, rodeaste mi trasero con las manos y me elevaste contra ti, a lo que respondí alegremente pasando mis piernas alrededor de tu cintura y dispuesta a continuar con más besos insistentes. Me curvé hacia tí en un desesperado intento de estar tan cerca tuya que ni el aire nos interrumpiera. Introduje mis dedos en tu cabello azabache y bastó con apretar con un poco de intensidad para que tu lengua empezase a buscar la mía de forma impasible. Solté una especie de carjacada, que resonó en las profundidades de mi garganta; me separé para lanzarte una mirada de ternura, y después volver a tener tu pelo entre mis dedos y besarte con tanta pasión que no te quedase aliento que darme.


Escuchamos voces, adolescentes riendo emocionadas por probarse nuevos conjuntos, hablando de novios. Nos miramos, tratando de contener las carcajadas. Me bajé de tus caderas, pero me aguantaste cerca tuya, bajando hasta mi oreja, susurrando que nos marcháramos a tu casa. Mi sonrisa dijo "sí", y tu mordisco en el labio me aseguró que íbamos a terminar lo que acabábamos de empezar.

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