Seamos felices y mareemos perdices.

Debajo de estas líneas
puedes encontrar solución
a las dudas que te culpan
día sí
y noche también.

La sangre se enfría
y el pecho se contrae
cada vez que oigo tu nombre,
cada vez que pienso
que tus piernas pueden aparecer
en cualquier bar de la ciudad
para robarme el aliento
por enésima vez.

Te desvaneces en las sábanas
creyendo que el epicentro
de tus problemas
está en tu puta cabeza
y que lo tienes todo controlado.


¿Acaso no crees que yo también le doy vueltas?
Es triste, pero cierto.


A veces tiemblo cuando pienso
que las casualidades no existen,
que te fuiste para no volver,
cuando sabes perfectamente
que las despedidas nunca fueron lo mío.

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