Cenizas y otros polvos.




Intoxico
cada poro de esta piel
llena de vestigios temporales.
Cada paso hunde más
                                 y más
el puñal que enterraste
en mi pecho vulnerable.
Y ahora
que ya no estás
a ver quién es la guapa
que saca a Excalibur
de entre mis pechos.

Mato por una calada de tu aliento,
aquel que por las mañanas
me hacía resurgir
de las cenizas
que la noche anterior había respirado
en la taza de un váter.

Qué buena estaba
                       la camarera, digo.
Porque ahora con tanta libertad
no sé qué hacer con ella,
                       la libertad, digo.


La camarera sigue currando
y me folla mientras yo
me hundo más la espada.
Los dedos se los dejo a ella.

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