Diez Letras, 18 puntos.

Él había escrito sus palabras en las paredes de la habitación, dejó la huella de sus labios impregnada en su piel. Ella no quería marcharse de la cama pero el tiempo corría en su contra y si no apresuraba la ida llegaría tarde a trabajar. Unas manos varoniles recorrían su cuerpo desnudo y la tentación de repetir esa experiencia junto a esas profundas pupilas la hacía estremecer; eras capaz de provocar amaneceres en mi tez con tu simple sonrisa...

-Sabes que voy a llegar tarde y no me gusta... -replicó entre besos que se esfumaban por los poros y quedaban ahogados en el aire de la habitación. Fue directa al borde de la cama para levantarse pero la mano del joven la retuvo y no dejó terminase la acción.
-No llegarás tarde... -Blake dejó entrever sus dientes lentamente, la comisura de sus labios llegó hasta la mitad de ellos -... porque he atrasado una hora el reloj. Quiero estar un ratito más contigo...


Se quedó perpleja, desconcertada por la situación que le había ideado en su cabecita. Las pestañas dejaron un gran espacio entre ellas para que sus ojos esmeralda quedaran envueltos por tal sorpresa y, segundos más tarde, cerrarse y notar el cálido beso que un chico de pelo azabache y revuelto le regalaba, tirando un poco hacia él a través de la muñeca. Los mechones ondulados del cabello cobrizo de Meredith hacían cosquillas en la cara de Blake, entretanto él derramaba sus caricias en la espalda bronceada de la muchacha. Consiguieron despegar por varios segundos sus labios. Ella se acostó paralela a su chico para acariciar lentamente su atezado cabello, introduciendo repetidamente sus finos dedos entre sus mechones.

Sus cuerpos creaban un contraste idílico, ojos esmeralda y miel, melena cobriza ondulada y moreno un tanto liso, cuerpo moreno y níveo. Físicamente eran tan distintos que parecía que no estaban hechos el uno para el otro; sin embargo sus personalidades complementaban aspectos en los que el otro carecía. Cuando ella se desesperaba por su mal día trabajando, el la regocijaba entre sus brazos tranquilizándola; si parecía que él no encontraba la solución a algún problema, ella ponía su parte de racionalidad al asunto y solventaban las dificultades.

-Me encanta cuando me acaricias el pelo y no se te enreda en él... -Blake se acercó varios centímetros al pecho de Meredith para rozar su cuello con la nariz -Tienes una piel tan suave que parece terciopelo...

-No seas bobo, eso es porque uso cremas después del baño. -estallaron en una risa armoniosa, leves carcajadas levitaban en el ambiente. -Cariño, voy a levantarme ya, así me puedo prepararme más calmada.

-No quiero que te vayas, quédate conmigo... -Meredith le propinó un dulce beso en la frente desnuda y otro en los labios. Blake tenía los ojos cerrados y cuando los abrió ya no se encontraba la chica en la habitación, se puso erguido y las pupilas se le dilataron.


Flashback


Las puertas de la sala de espera se abrieron con un torrente de fuerza y desesperación. Las manos trasegaban su pelo despeinado, y los ojos abiertos de par en par, maquillados de ojeras, no conseguían detener la mirada en un punto fijo de la habitación. Sus pies no conseguían detenerse, caminaban deprisa, cruzando la sala en varias zancadas.

-<<Esto tiene que ser una broma de mal gusto... Tiene que serlo.>> -susurraba para sí.


Minutos, pasaban los minutos, las horas muertas en angustia, impaciencia y exasperación. Deseaba ver un atisbo de luz al final del túnel, ver una figura humana con traje azul que consiguiera relajar su expresión de dureza en la cara y que respirase profundamente. Sus piernas no notaban el cansancio muscular ni la presión que se batallaba en esos instantes, no dejaban de avanzar entre el segmento que unía dos de las cuatro esquinas del cuarto. Miraba su reloj de manera incesante, quería controlar el tiempo y moverlo a su antojo con tan solo girar la manecilla plateada.


Una tristeza enorme le rajaba la garganta, la boca seca hacía contraste con sus ojos lacrimosos. Una mirada suplicante se alzaba hasta el techo, rogando a Dios que fuera tan misericordioso como lo anuncian en la Biblia. La exasperación recorría su columna vertebral como un gusano que infecta hasta la última célula del cuerpo, escalofríos que resquebrajan su piel segundo a segundo. Decidió sentarse en una de las sillas de plástico blanquecino y taparse la cara, haciendo presión con sus palmas. Inspiró fuertemente una bocanada de aire que tragó con dificultades, y uniendo la punta de sus dedos índice con la nariz y sus pulgares bajo el mentón, varios hilos plateados recorrieron su mejilla en dirección al suelo. Un torrente nacido en sus ojos, arrugas en la frente por el entrecejo fruncido. La voz de ella no paraba de resonar en su cabeza, una y otra vez suplicándole...


<<Recuérdame>>.






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