Guarda la partida


Avanzo. Mi mano toca el pomo de la puerta con un poco de rubor, pero finalmente se decide por hacer fuerza y girarlo para poder entrar. Los tímidos rayos de sol que atraviesan la persiana dejan ver unas paredes verdosas y tu rostro concentrado en una caja tonta que simulaba disparos de metralletas y pistolas. Esbocé una sonrisa, me encantaba ver tu cara ensimismada ante la consola y tu cejo fruncido mientras apretabas con ganas los botones con figuras geométricas básicas dibujadas en el mando inalámbrico. Me senté a tu lado, visualizando una pantalla de tiroteos en modo de primera persona y un escenario de conflicto bélico, montañas y niebla; qué mal se me dan esos juegos. Te temblaban los brazos al oprimir el objeto azabache que sostenías, tus dientes masticaban tus labios carnosos a causa del nerviosismo y los míos, inquietos también, no pudieron evitar el contacto con tu piel.

Comencé a besarte el brazo hasta llegar al borde de tu camiseta, donde mi lengua se estrenó recorriéndola. Tu mirada seguía estable, fija a la televisión, por lo que decidí extender mis caricias hasta la zona de tu cuello y tu mejilla. Mis manos salieron de su escondite para refugiarse en tu vientre y tu espalda, surcando las llanuras de tu cuerpo cubiertas aún con ropa. Mi boca hizo su primera parada en tu mejilla, rodeándola de besos. Se acerca a tu oreja, pudiendo recorrerla entera para así enlazar con ese cuello que pedía a gritos una aproximación de mis dientes. Fue entonces cuando, al introducir mis manos en el interior de tu camiseta verde oscura y a mordsiquear tu garganta, te relajaste hasta el punto de depositar el mando en el suelo cubierto por una alfombra. Dejaste caer tu cuerpo en el sillón, invitándome a colocar mis rodillas a ambos lados de tus caderas. Me senté en tu regazo y tomé tus muñecas con mis manos, consiguiendo aprisionarlas detrás de tu cabeza, en el borde superior del sofá. Te sentías maniatada e intentabas evitar esa sensación de reclusión, por lo que trataste de zafarte moviéndote con todo tu cuerpo. Ello me hizo mantener tus muñecas apresadas con más ganas todavía.

Acerqué mis labios a los tuyos y mis dientes salieron de su escondite para morderte con sutileza y luego entablar un pulso de lenguas. Tus fuerzas disminuyeron a medida que la intensidad del beso ascendía, mis dedos se concentraron en tu cara y tus brazos me rodearon, consiguiendo levantarme en peso. Tus manos hicieron de soporte a mi trasero hasta que decidiste girar 120º para tumbarme en el sofá. Colocaste encima tu cuerpo pero sin dejar que todo su peso cayese en mí, me miraste directamente a los ojos y trazaste una amplia sonrisa que me contagiaste al instante. Acariciaste mi mejilla con tus dedos largos, profundizaste en la selva tropical de mi cabello y abordaste mi oído con un leve susurro procedente de tu garganta:

-Quiero guardar aquí la partida para que cada vez que quiera reiniciar pueda estar en este punto y no perder nada...


La mirada más tierna que te puede echar un león fue la que entregué en esos momentos. Tu boca se avecinó sobre mí y como si se tratasen de imanes, mis labios fueron en su busca también. Colisionaron. No quedaba aire entre ellos ni espacio suficiente para que corriese entre medio, los segundos se escurrían como las gotas de lluvia que aporreaban el cristal pausadamente. La pasion rezumaba por nuestros poros, la fuerza resbalaba por nuestra piel, la exaltación de nuestros sentidos levitaba en el aire y el regocijo de nuestras carantoñas se palpaba en el ambiente.


Ahora, guarda la partida.

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