Código morse.

Redundancia cíclica que contamina mi ambiente, coincidencia episódica de mil lunares que parpadean por encima de mi cabeza. Parece que estén pendientes de un hilo en el firmamento, y el titiritero no las dejara moverse; están tan cerca...
El mundo cae, se desmorona, derrama gota a gota la sangre de sus entrañas. Revolotean las mariposas alrededor del cataclismo, brotan raíces de huellas muertas en el olvido.
Callan las voces. Silencio. Los gritos quedan desgarrados por una endeble sonrisa, victoriosa al fin y al cabo por la desaparición del sonido.

Susurran silencios en el amanecer, se despejan las nubes para darle todo el protagonismo al sol. Los graznidos procedentes de las gargantas de las gaviotas retumbaban en los oídos, una melodía suave y placentera acompañada del ronroneo de las olas. Pies que se hunden en la arena y dejan huella, agua y sal que los limpian.

El mundo cae, se desmorona, apuñala cada segundo lleno de telarañas...

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