Sálvese quien pueda.


El mundo colapsa
mientras desayuno café,
y no me inmuto tan si quiera
por los nervios que florecen en tu melancolía.
Respaldo mis palabras
con argumentos de piedra,
inquebrantable acero el de mi lengua
capaz de no envenenarse si se mordiera.
Basta de escándalos,
nada de quejas o contradicciones
relegadas a una triste y fría compasión,
que a estas alturas, se sirve como el café.



Caliente, y dos de azúcar.
Por favor.

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