Piromaníaca.



Hace tiempo que las orejas del lobo no me dan miedo.
Apuro la vida al orgasmo y me quedo corta
                                                                    diciendo lo mal que cantas
pero la sonrisa más grande y bonita te ha tocado a ti, 
guardando los secretos de media eternidad entre las pestañas
que revolucionan tempestades.
Aprieto los dientes, cierro los ojos y parece que sigues ahí,
tú destrozándome con la mirada
y yo todavía quejándome de la herida.

Hay tantas maneras para hacerme daño que 
recordarte es la más pequeña, de todas
las veces que el ruido de tu voz me provocaba

                              callarte besando 

la última fue una traición al desgaste.
Nunca supe cómo pisar el freno contigo
creo que tampoco quise hacerlo
porque quería sobrevivir contigo
tal y como aprendimos
emergiendo desde las ruinas de un corazón cansado
y otro algo somnoliento.

Siempre tuve miedo de sacar mi lado pirómano y
mandarlo todo a tomar por culo,
agarrarme al borde de errores innecesarios
para sentirme viva.

Llenarme los bolsillos de arena
es una de esas manías que cuesta quitar.
Mi piel huele a salitre
y mis manos siempre van buscando el mar,
que mis sueños son como castillos que se derrumban
casi a diario
para usar las cenizas
y volver a empezar.

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