Cuando las musas hablan.

Cuando las musas hablan
no quieres tener cuentas de
cuerpos idílicos o
rostros donde no pasa el tiempo,
necesitas que te susurren al oído
con su gemido particular
el que a veces escuchas en el momento
más inapropiado
y no tienes a mano tan siquiera
una triste servilleta de bar.

Las musas de labios cosidos
retratan cada detalle que tus manos
trazan de grafito,
se esconden debajo de tu lengua
esperan a que entierres 
los pensamientos bajo la piel
para lanzarse a la yugular
y atragantarte con las palabras.
Cegadas de impulso
se abren paso por la sangre
destrozando ideas, recomponiendo
los retales perdidos de ropas viejas
que un día decidiste usar.
Cambiaste tus pies viejos por unos zapatos nuevos
ganaste al cara o cruz lo suficiente
para darte cuenta de que la vida
no es mero azar.


La vida es lo que exprimes entre las manos
aprovechando cada gota del jugo,
porque si hay algo que no
nos enseñan las musas
es a encontrar la otra mitad
de Oriente y
                                                de la naranja.


Piromaníaca.



Hace tiempo que las orejas del lobo no me dan miedo.
Apuro la vida al orgasmo y me quedo corta
                                                                    diciendo lo mal que cantas
pero la sonrisa más grande y bonita te ha tocado a ti, 
guardando los secretos de media eternidad entre las pestañas
que revolucionan tempestades.
Aprieto los dientes, cierro los ojos y parece que sigues ahí,
tú destrozándome con la mirada
y yo todavía quejándome de la herida.

Hay tantas maneras para hacerme daño que 
recordarte es la más pequeña, de todas
las veces que el ruido de tu voz me provocaba

                              callarte besando 

la última fue una traición al desgaste.
Nunca supe cómo pisar el freno contigo
creo que tampoco quise hacerlo
porque quería sobrevivir contigo
tal y como aprendimos
emergiendo desde las ruinas de un corazón cansado
y otro algo somnoliento.

Siempre tuve miedo de sacar mi lado pirómano y
mandarlo todo a tomar por culo,
agarrarme al borde de errores innecesarios
para sentirme viva.

Llenarme los bolsillos de arena
es una de esas manías que cuesta quitar.
Mi piel huele a salitre
y mis manos siempre van buscando el mar,
que mis sueños son como castillos que se derrumban
casi a diario
para usar las cenizas
y volver a empezar.

Nos dedicamos a romper esquemas
contra la pared
a abrir nuestras propias heridas
para así ser capaces de sentir algo.
Si la sangre no tiembla
es que hay un pez nadando a contracorriente.
Las noches no pueden ser buenas
sin una botella bajo el brazo
y un amigo que aguante las penas
que en las copas no logras hundir
o que terminan siendo ellas las que te ahogan,
Cuidado,
que vienen curvas
y esta vez no son las de la guitarra,
ella ya está cansada de oírme llorar.
En caso de emergencia
hay una puerta de salida claramente señalizada,
y fíjate que siempre leo el manual de emergencia
nada más subir al avión,
pero me emociona más tirar del paracaídas
porque en caso de fallar
la hostia sirve para algo,
a veces.

A efectos del alcohol.

Cuando vas doblada por las esquinas de los bares
no quedan más vasos donde las penas te sumerjan
tampoco hay más melancolía en el stock
toca pirarse a casa
viviendo en vertical
pensando que "todo va a ir bien"
hasta que llegas al portal
y no atinas con la llave, eso sí que es una putada.
La ropa te apesta a historias ajenas
los bolsillos están llenos de lagunas
que mañana tendrán menos sentido todavía
y tu dolor de cabeza más.
Voy a quitarme los zapatos para
andar por mis pensamientos
mientras arrastro la cama a mis pies
creyendo que aquel último chupito
no fue una buena idea.
¡Pero qué coño! - pensé
El tuyo - me dijeron

A estas horas de la noche sólo pienso
que no fue buena idea ponerle ruedas a todas las cosas de la habitación.

Reconozco que estoy loca.

Creo en los amores rotos y
los corazones bordados con hilo y aguja
porque
si un corazón no tiene heridas
es que no ha amado lo suficiente
como para romperse contra el suelo
y dejarlo hecho mierda con tanta pieza suelta cuando
la otra persona ya no tiene fuerza en las manos para seguir aguantándolo.
No necesito que un cura venga a decirme
con la mano jurando en la Biblia
qué es el amor,
porque con pecado o sin él
sé cuándo está en la puerta de mi casa
en mitad de un bar
o entre las sábanas.
Es un motivo para sonreír cada mañana
o desgarrar el suelo con el frío de tus pies
para sorprenderla con un desayuno en la cama
y pensar que el mundo es un lugar jodido si
ella no está, si
ese mundo, tu mundo, ella es quien lo hace girar.
La mayoría de la gente piensa que estás loco
cuando empiezas a hablar de esta manera
pero yo les respondo que los locos son ellos
que nunca han estado enamorados.

Creo en el amor a primera risa.

Creo en el amor a primera risa
en las causalidades
que terminan siendo casualidades
en el poder de la mente
en el karma
en el campo mórfico
en el puedo
y en el quiero
en los deseos
al soplar velas de cumpleaños
y viendo estrellas fugaces
en las sonrisas espontáneas
en las verdades que cuentan los niños
los borrachos
y mi padre
en la parte positiva de las cosas
en el blanco el negro y el gris
en las coincidencias
en los números de la suerte
y en las supersticiones.

Pero no me creo ni de coña
que seas tan puta
de no cogerme el teléfono
para arreglar esto.

Laberintos.

La luz se tiñe de rojo
mientras las cortinas
permanecen cerradas
igual que mis piernas
, igual que tu boca.
El miedo se olía a leguas
los nervios dibujaban en mis pupilas
un laberinto retorcido
como tu mente.
Tus puños
ahogaron mis palabras
atravesadas
aún en la garganta
con las mismas verdades
que estas paredes guardan.
Los platos rotos
me toca pagarlos a mí
, yo
, que ya no tengo la cara
de haberlo hecho nunca