Aviones de papel


Tropiezos
de casualidad, la piedra se encuentra en mitad del camino y tan sólo es cuestión de tiempo que los caminos converjan. Remolinos de incertidumbre, dudas ante lo desconocido. Opuestos que se atraen y colisionan, razones que se ahogan en una copa con tres hielos. Parches que tapan las huellas dejadas por mis pies, y que la espuma de las olas arrastra hacia dentro para que la marea haga el resto.
Guarda tus pensamientos en un corazón de cartón, no te preocupes por la lluvia que pueda avecinarse. El horizonte queda lejos y las nubes demasiado altas cuando te das cuenta de que, por mucho que estires tus dedos, cuestan de alcanzar.

No estoy hecha para ocasiones, la improvisación se ahoga en mi sangre. Los relatos de aquella noche quedaron obsoletos, las páginas del cuento quedaron vacías y las palabras se derritieron por el queroseno de tu boca. Mis pies salen del tiesto para llevarme hasta la terminal del aeropuerto y dejarme tumbada para mirar cómo despegan los aeroplanos, destino aún por definir. Las pestañas se cerraron, las pupilas quedaron inmersas en una oscuridad abismal. Podemos dejar libre a nuestra imaginación y pensar que los aviones de papel que surquen el cielo son estrellas fugaces, quizás así tengamos alguna oportunidad de pedir un deseo.


A veces me siento muy kamikaze, porque espero que vuelvas.
Pero ahora sólo sé que estoy borrando lo que un día te hizo daño.

Fallen Leaves


Caos cíclico, remolino de ideas que se muerden unas a otras. La brújula no deja de vibrar y la dirección es inexacta, mejor no arriesgarse. Cuando la piel se eriza, cargada de inestabilidad e ignorancia, se vuelve una empatía vulnerable. La esencia resbala, se desploma en un ambiente inhóspito cuyo margen está definido por la irritante realidad.


Caducan las hojas perennes. renuevan los sentimientos florecidos en la primavera y en el otoño marchitan. Cuando no queda nada por hacer, la mente papita con un ritmo persistente que invade el resto de terminaciones nerviosas y dispara la imaginación, logrando dar una forma corpórea a abstracciones nacidas de nuestro inconsciente.

Tal vez el veneno que se esconde dentro de mi piel rebose aprensión, una burbujeante curiosidad recorra mis venas y quede todo guardado en un abismal recoveco de estas cuatro paredes que mantienen prisionero a mi recreación. Las señales impresas en mi espíritu recobran el aliento, marcas superpuestas en el lienzo de mi piel.
La suspicacia ya no tiene cabida en la llanura de la franqueza; era demasiado crédula para haberlo sospechado. Las quemaduras divulgan ingenuidad, el contraste de lo ajeno con lo intrínseco divaga en cada latido. Pululan afectos reservados para el olvido, declina la delicadeza de tus pasos al andar. La desviación de mi mirada señala una espesa neblina, titubeante aproximación a mis dedos.

Demasiado tarde para yuxtaponer el afecto a las caricias.
Premio.

Every me


Esculpe tu nombre en mi brazo, será un recuerdo tangible sobre el que podré escupir el veneno que llevo en sangre. Para qué mentir, sería desagradable que continuase siendo propensa a arrugar mis manos debido a la frustración y que no haya circunstancias para poder disculparme.


Nunca hay demasiada leña en la hoguera, al igual que nunca soy demasiado egoísta. Soy cruel cuando me lo propongo, pero en lugar de estresarte me limito a ignorar tus mentiras.
Nuestras pasiones se gastaron, y tan solo quedaron las cenizas de un fénix marchito y consumido por sí mismo. Mi corazón está en alquiler, hechizado por palabras gastadas y empapadas en algo azul.
Nada de lo que hay aquí es mío, nada me pertenece. No patalearé ni blasfemiaré hacia el cielo, tienes razón: lo mejor es apagar la luz.


No hay nada que hacer.

Desconecta


La calle apestaba a humanidad y estaba harta de respirarla. El cielo añil con nubes oscuras que sombreaban la ciudad precisamente no ayudaban a que mis labios se curvasen y lograse tener una sonrisa en el careto que llevaba. Las zapatillas asfixiaban mis talones doloridos por el roce, por lo que aligeré la marcha para llegar antes a casa, aunque tuviese que hacer zig zag entre los transeúntes. Todo fueron movimientos mecánicos hasta que las suelas de mis zapatos condujeron el resto del cuerpo a mi hábitat natural: cuatro paredes azules que simulaban la continuidad del cielo en su habitación. Con un hábil movimiento los zapatos quedaron olvidados casi debajo de la cama, dejando mis pies libres pero envueltos en calcetines gruesos de rayas multicolor. Aún con la ropa puesta, mi figura desfalleció en la cama casi en posición fetal, pidiendo a gritos caricias y palabras bonitas, agradables al oído.

-Pero ahora, para qué... Si ya no estás a mi lado haciéndome cosquillas con tu pelo en la cara, ni mirándome con tus ojos rubios...

Añoranza y rabia, ostalgia y desprecio fueron enlazadas en una mirada que recorrió toda la habitación, colmada de recuerdos que rebosaban melancolía. Derramé mi cara en la almohada para que las lágrimas no lo hicieran en mi piel; no quería, no merecía llorar. Sollozos que quebraban mi garganta, un gimoteo lento y cargado de aspereza, suspiros que no llegaban a ninguna parte más que al aire cautivo de mi pequeña guarida.
Podría decir que no, podría negarlo todo y suprimir mi corazón, pero tú siempre sabrías que en las despedidas, yo soy la chica que se queda mirando a que se dé la vuelta y corra a abrazarla. Quisiera dejar ese papel de lado y ser quien se va, pero todavía continúo en la estación, esperando ver tu cara por la ventanilla de algún tren que regresa a casa y no del que marcha para no volver.

Noté que algo me agitaba en el cuerpo, pero me encontraba en un trance en el que no sabía distinguir la vibración del teléfono y lo rápido que iba mi corazón. Tanteé mi pierna, palpando mis bolsillos hasta encontrar el cachivache para apagarlo. No tenía ánimo alguno de tener contacto con el mundo exterior, prefería encerrarme en mi propia burbuja un tiempo; me apetecía dejar esa valentía que tanto tiempo había estado acompañándome para ser cobarde y egoísta por una vez, aisalrme de todo y pensar sólo en mi. Y no sabes lo malo que es para el corazón que cuando llegue un sms piense que es tuyo, que cuando vea brillar la pantalla del móvil piense que quien llama eres tú, que cuando lees un comentario o un privado del Tuenti, ya me imagine leyendo tu nombre...


El calor que desprendía mi cara hizo que me diese cuenta de que las lágrimas continuaban por el contorno de mis ojos, un riachuelo que nacía en mi lagrimal y desembocaba en mis labios y mis mejillas, ahora sonrosadas. Las pestañas pesaban y poco a poco fui dejando de oponer resistencia al sueño que se cernía sobre mí. Me encogí más todaví en mi posición fetal y arranqué el cable de mi nuca que me mantenía enchufada a Matrix y lo desconecté. La realidad es aquí y ahora, hay cosas que quedan y otras que desaparecen.



¿Y yo qué hago, me quedo o desaparezco?

Me desintegro como una pastilla efervescente y me evaporo como el agua caliente que chapotea en una olla. Una sensación de rubor me estremece y recorre todo mi cuerpo como si de una descarga eléctrica se tratase. Queda tan lejana la sencillez de una brisa de aire...

Estepas heladas que se alzan ante mis ojos, icebergs escondidos que evitan el contacto con mis ojos. Todo a mi alrededor está congelado, tan sólo nieve, hielo y frío. Huellas que se quedan en el camino pero que marcan mi paso decidido y constante, a pesar de que el principio siempre cuesta.

Permanece tu imagen, permanece tu sonrisa.


Quisiera ser la mano que se alza descirbiendo líneas invisbles por tu cara, describiendo oníricas formas desde tu mejilla a tu boca.
Quisiera que mis dedos fuesen los pinceles y tu tez el lienzo en el que dejase fluir mis sentimientos.

Guarda la partida


Avanzo. Mi mano toca el pomo de la puerta con un poco de rubor, pero finalmente se decide por hacer fuerza y girarlo para poder entrar. Los tímidos rayos de sol que atraviesan la persiana dejan ver unas paredes verdosas y tu rostro concentrado en una caja tonta que simulaba disparos de metralletas y pistolas. Esbocé una sonrisa, me encantaba ver tu cara ensimismada ante la consola y tu cejo fruncido mientras apretabas con ganas los botones con figuras geométricas básicas dibujadas en el mando inalámbrico. Me senté a tu lado, visualizando una pantalla de tiroteos en modo de primera persona y un escenario de conflicto bélico, montañas y niebla; qué mal se me dan esos juegos. Te temblaban los brazos al oprimir el objeto azabache que sostenías, tus dientes masticaban tus labios carnosos a causa del nerviosismo y los míos, inquietos también, no pudieron evitar el contacto con tu piel.

Comencé a besarte el brazo hasta llegar al borde de tu camiseta, donde mi lengua se estrenó recorriéndola. Tu mirada seguía estable, fija a la televisión, por lo que decidí extender mis caricias hasta la zona de tu cuello y tu mejilla. Mis manos salieron de su escondite para refugiarse en tu vientre y tu espalda, surcando las llanuras de tu cuerpo cubiertas aún con ropa. Mi boca hizo su primera parada en tu mejilla, rodeándola de besos. Se acerca a tu oreja, pudiendo recorrerla entera para así enlazar con ese cuello que pedía a gritos una aproximación de mis dientes. Fue entonces cuando, al introducir mis manos en el interior de tu camiseta verde oscura y a mordsiquear tu garganta, te relajaste hasta el punto de depositar el mando en el suelo cubierto por una alfombra. Dejaste caer tu cuerpo en el sillón, invitándome a colocar mis rodillas a ambos lados de tus caderas. Me senté en tu regazo y tomé tus muñecas con mis manos, consiguiendo aprisionarlas detrás de tu cabeza, en el borde superior del sofá. Te sentías maniatada e intentabas evitar esa sensación de reclusión, por lo que trataste de zafarte moviéndote con todo tu cuerpo. Ello me hizo mantener tus muñecas apresadas con más ganas todavía.

Acerqué mis labios a los tuyos y mis dientes salieron de su escondite para morderte con sutileza y luego entablar un pulso de lenguas. Tus fuerzas disminuyeron a medida que la intensidad del beso ascendía, mis dedos se concentraron en tu cara y tus brazos me rodearon, consiguiendo levantarme en peso. Tus manos hicieron de soporte a mi trasero hasta que decidiste girar 120º para tumbarme en el sofá. Colocaste encima tu cuerpo pero sin dejar que todo su peso cayese en mí, me miraste directamente a los ojos y trazaste una amplia sonrisa que me contagiaste al instante. Acariciaste mi mejilla con tus dedos largos, profundizaste en la selva tropical de mi cabello y abordaste mi oído con un leve susurro procedente de tu garganta:

-Quiero guardar aquí la partida para que cada vez que quiera reiniciar pueda estar en este punto y no perder nada...


La mirada más tierna que te puede echar un león fue la que entregué en esos momentos. Tu boca se avecinó sobre mí y como si se tratasen de imanes, mis labios fueron en su busca también. Colisionaron. No quedaba aire entre ellos ni espacio suficiente para que corriese entre medio, los segundos se escurrían como las gotas de lluvia que aporreaban el cristal pausadamente. La pasion rezumaba por nuestros poros, la fuerza resbalaba por nuestra piel, la exaltación de nuestros sentidos levitaba en el aire y el regocijo de nuestras carantoñas se palpaba en el ambiente.


Ahora, guarda la partida.

Ahoga las raíces


Vamos, acércate. Sabes que no muerdo si no me lo propongo; mi mandíbula se resistirá por esta vez. Mis dientes no quieren dejar marcada tu piel, no eres de su propiedad...
Aunque tengo la maravillosa habilidad para arruinarlo todo, no estaré satisfecha hasta conseguir que tus pupilas vuelvan a clavarse en las mías.



Sé que eres difícil, pero no me importa. Estoy preparada para luchar.
Quiero guardar en un frasco de cristal el olor de tu piel.



Eres una prolongación de mi sistema nervioso.

Me duele haber apostado y perderlo todo. Me duele haber puesto intenciones pero no intentarlo. Me extraña no saber nada de tí en varios días y que hayamos dejado que el viento reduciese nuestra duna a un grano de arena.


Hecho de menos nuestras bromas estúpidas de adolescentes, para después ver cómo tu sonrisa salía de su guarida. Hecho de menos tus piropos, la sensación desesperante que me invadía cada vez que tardabas tanto en enviarme un sms nocturno. Uno de los muchos...

Quizás, lo más seguro, es que todo continúe tal y como está; tú por tu lado y yo por el mío. Algún dia puede que nos encontremos, ¿quién sabe?
Quizás en ese momento cada una sepa lo que busca y si es en común, llevarla a cabo.



Porque no todo son palabras bonitas, ¿cierto?

Tu columna vertebral


La yema de tus dedos atraviesa mi piel, un puntero que dibuja invisibles y caóticas formas mientras una bomba sanguínea continúa haciendo ruido dentro de mi pecho, cada vez más y más fuerte. Apoyas tu oreja en la oquedad de mis pechos, apartando los mechones pardos que rondaban por allí. Depositas un beso perezoso en el escote para elevar, seguidamente, tu nariz hasta el lóbulo de mi oreja izquierda y notar tu respiración serena. Tu boca se abre para dar paso a unos dientes rebeldes que comienzan a mordisquear mi oreja de manera sutil y remolona.

Mis manos inquietas se abrieron paso por tu pelo castaño, revolviendo tu corta melena a ras de la mandíbula y descendiendo por tu cuello desnudo y tu espalda descubierta. Balanceé la punta de mi nariz en tu mejilla y redondeé la parte posterior de tu cabeza, peinándote con la palma de la mano. Aproximé mis labios finos y carnosos hacia los tuyos con intención de no dejar que el aire interrumpiese el espacio que quedaba entre nosotras. Una descarga electrizante transitó toda mi columna vertebral y produjo una sensación de opresión en mi pecho.

Te abracé con fuerza, no quería que nuestros cuerpos se despegasen. Necesitaba tenerte cerca, en ese momento había demasiado espacio para mí sola, aunque anteriormente siempre había sido de esa forma. Quizás cuando hay una conexión intensa resulta difícil desconectarla.



De espaldas a mi, apoyé la punta de mi dedo índice en tu espalda y permití que hiciese un recorrido por toda tu columna vertebral. Una travesía conocida, como el camino de vuelta a casa.